Lausana, la ciudad suiza de Maurice Béjart
El coreógrafo francés instaló su compañía de danza en la localidad a orillas del lago Leman, sede del Comité Olímpico Internacional y de vibrante arquitectura contemporánea
Con el lago Leman como aliado, paraíso natural que hace muy soportable la cotidianidad y revela una perfecta simbiosis entre ciudad y entorno, Lausana requiere una mirada alegre y una actitud infatigable. Más que nada porque es una ciudad topográficamente peculiar, en la que todo queda cuesta arriba. Los habitantes, para explicarla, la separan: una es la ciudad de debajo de la estación y otra la que está por encima de ella. Tampoco es grave: ambas están unidas por un metro que funciona como un reloj suizo y que sigue el trazo del antiguo funicular.
En espera del nuevo barrio de las artes Plataforma 10 —un macroproyecto arquitectónico que incluye el Museo Cantonal de Bellas Artes (1), de Fabrizio Barozzi y Alberto Veiga, cuya inauguración está previsto para el próximo otoño, y los Musée de l’Élysée (2) (del Elíseo) y el Mudac (3) (museo del diseño), de los hermanos portugueses Manuel y Francisco Aires Mateus, para 2021—, Lausana sigue siendo esa capital olímpica (sede del Comité Olímpico Internacional) que cansa y satisface a partes iguales.
10.00 Con espíritu deportista
Por debajo de la estación, a los pies del lago, está el Museo Olímpico (4), proyectado por el arquitecto mexicano Pedro Ramírez Vázquez y por Jean-Pierre Cahen, que constata la vinculación de Lausana con el deporte. Es una visita interactiva que encandila a los más pequeños y que recorre la historia del olimpismo sin descuidar aspectos como la moda (las equipaciones) o la arquitectura (una historia de sus estadios).
Remontando la elegante Promenade de la Ficelle se descubre un barrio residencial, arquitectónicamente tentador, que invita a perderse tomando como brújula el Cafe de Grancy (5), la opción ideal para desayunar. A pocos minutos a pie está el hotel Royal Savoy (6), joya art nouveau de 1907 recientemente restaurada que mantiene la vanidad de gran castillo que le imprimieron los arquitectos Charles Mauerhofer, Adrian van Dorsser y Charles Bonjour.
Flon, un antiguo barrio de almacenes de curtidores, es hoy una zona de restaurantes, tiendas y discotecas
11.00 Tentación golosa
La parada de metro Flon otorga la altura necesaria para entender Lausana. Desde este balcón se aprecia la forma de valle original de la ciudad medieval y la necesidad de tantos puentes para atravesarla. Llama a la vista el edificio Métropole (7) (o Tour Bel-Air), de Alphonse Laverrière, que cambió la manera de mirar la ciudad en 1932 al erigirse como el primer rascacielos déco.
La oficina de Correos (8) y el Banco Cantonal del Vaud (9) son dos edificios haussmanianos que hablan de la época en que los alumnos de Bellas Artes (entre los que se encontraba Laverrière) iban a estudiar a París y traían de vuelta nuevas visiones. En torno a 1900 se desarrolló la vecina Place Saint-François, que recuperó la iglesia de los franciscanos del siglo XIII y que extiende la invitación de continuar por la Rue de Bourg (10). En el número 22, atención a Besson, uno de los estancos más hermosos del mundo. El escritor George Simenon, que vivió 17 años en Lausana, jamás compró tabaco en otro lugar. Y unos números más allá (28), lapátisserie Manuel, que desde 1945 vende los Pavés Tony, especialidad de chocolate con kirsch (licor de cereza), pecado para golosos.
13.00 El guardián de las horas
Desde la Place de la Palud (11) se despliega un mercado de frutas y verduras de aire provenzal que se prolonga por las calles colindantes. Cualquier estado de ánimo mejora en esta plaza. En su Ayuntamiento se casaron en 1992 David Bowie e Iman. La Ferme Vaudoise (12) tiene todas las especialidades de la región, incluidas las famosas saucisses aux chou avec poireaux, salchichas de repollo con puerros.
Cerca aguarda la gran catedral (13) gótica (1170-1235). El imponente rosetón de 1220 y el portal pintado policromado, joya de la estatuaria medieval, son dos reclamos imprescindibles, a los que se añade cada noche otro muy curioso: Lausana conserva la tradición medieval de mantener en su catedral a un guardián, con el objeto de alertar de posibles incendios y peligros, que canta las horas. De 22.00 a 2.00, desde la torre, a 75 metros de altura, grita a las horas en punto: “¡Soy el guardián, han sonado las diez, las once, las doce…!”.
14.00 Coreografía genial
Por la carta, por el edifico y las vistas, el lugar ideal para comer es la Brasserie de Montbenon (14). Tal es el nivel que mientras se come solo se puede pensar en la potencia expansiva de Lausana. Por eso, tal vez, invita a recordar a Maurice Béjart, genio de la danza contemporánea que en 1987 aceptó instalarse aquí con su compañía y que ha exportado el nombre de la ciudad por todo el mundo. Hoy, el Béjart Ballet Lausanne, comandando por Gil Roman, sigue ensayando a diario en el Théâtre de Beaulieu (15) (cerca del museo de arte bruto que fundó Jean Dubuffet) y estrena aquí sus coreografías antes de salir de gira. Béjart vivió en un apartamento junto a la parada de metro Riponne-Béjart, en cuya salida reina uno de los inolvidables retratos que le hizo Marcel Imsand.
16.00 Olas de hormigón
Nos trasladamos ahora hasta la universidad, donde el dúo de arquitectos Sanaa terminó en 2010 (el mismo año que recibieron el Pritzker) el edificio más determinante de los últimos años de Lausana: el Rolex Learning Center (16), una impactante y burbujeante biblioteca. Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa dieron forma a un espacio público pero de carácter íntimo en el que se abrazan la serenidad del lago Leman y la flexibilidad de los nuevos y tecnológicos tiempos. No hay puertas ni fronteras, solo olas de hormigón.
18.00 Al final del día
De vuelta al centro, la inercia redirige a Flon, antiguo barrio de almacenes de curtidores reinventado donde conviven edificios administrativos, la escuela de música, restaurantes, el delicado café-galería-floristería Artishow (17), la famosa discoteca MAD (18) y la tienda de antigüedades Port-Franc (19). Al declinar el día conviene tener en cuenta The Great Escape (20), el bar ideal para ejercer un tipo de coreografía poco saludable, pero que sin duda hará evocar la máxima de Béjart: “La danza: un mínimo de explicación, un mínimo de anécdotas y un máximo de sensaciones”.
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