Medio ambiente para luchar contra la España vaciada
El 70% de los Paradores están en localidades de menos de 35.000 habitantes. Su concepción como puerta de entrada a grandes entornos rurales, el enfoque en la sostenibilidad y la colaboración con los lugareños sirven tanto para retener a la población como para atraer a nuevos vecinos y a un turismo de calidad
Hay datos que muestran descarnadamente la desproporción entre estas dos realidades: Asturias como paraíso natural y Asturias como paraíso vacío. El primero: el censo de perros en esta Comunidad Autónoma superaba al de personas menores de 20 años a inicios de 2019, según datos del Registro de Identificación de Animales del Principado y del Instituto Nacional de Estadística (INE). El segundo: por el parador de Cangas de Onís, en el Oriente asturiano, pasan cada año 16.000 personas, que utilizan sus instalaciones como puerta de entrada al Parque Nacional de los Picos de Europa. La cifra casi triplica a la de población total del propio concejo de Cangas (6.332 personas, según el INE de 2017).
Si el primero de estos datos es desalentador, el segundo, en cambio, puede ser interpretado como un camino real para evitar, en parte, la despoblación: el medio ambiente y la asociación entre Paradores y el turismo de calidad como motor de la economía local. “Paradores es una cadena eminentemente rural, con una fuerte presencia en lugares pequeños, por lo que la red tiene mucho que aportar en esta relación de factores”, comenta Ignacio Bosch, director del parador de Cangas de Onís desde 2013. Este establecimiento no es un caso único: de los 96 paradores existentes en España, el 70% (64) están en poblaciones de menos de 35.000 habitantes. Incluso seis de ellos se sitúan en localidades con menos de mil personas censadas. A partir de aquí, el papel de la red se hace crucial.
El problema de vivir en un parque nacional
El de Picos de Europa fue el primer parque nacional inaugurado en España (es de 1918). En un área como esta, todo está influido irremediablemente por él, incluida la propia población que vive dentro del parque. Y eso, aunque parezca paradójico, puede convertirse en un problema: “En ocasiones, la protección del medio ambiente se combina mal con la vida diaria de la gente en el ámbito rural. Además, el caso de este parque es excepcional, ya que es el único con poblaciones reales, que viven y trabajan, dentro de él”, explica Bosch. Explotaciones ganaderas, comercio, transporte… todo se ve supeditado por la altísima protección de un entorno natural como este que, a la vez, debe evitar una marcha de los vecinos que lo avoque a un mayor despoblamiento.
Para Bosch, la solución tiene, como mínimo, dos protagonistas. Por un lado, una población implicada en la protección del medio ambiente que atraiga más turistas que consuman los productos que ellos elaboran. Por otro, el parador, un potente faro para promocionar esa producción mediante distintas acciones, que sitúen ese trabajo diario como sinónimo de excepcionalidad. Una cuadratura del círculo que, para Bosch, comienza por presentar iniciativas atractivas.
Una de ellas la desarrolla Paradores con la Fundación Quebrantahuesos. La implicación medioambiental se basa en el intento de reintroducción de esta especie en la zona. La poblacional gira en torno a la creación de un sello: Alimentos por la Diversidad. “Con él, productores y ganaderos de corderos y cabritines comercializan sus productos con mayor calidad, obtienen más ingresos y es el parador el que gestiona todo el papeleo para conseguirlo, algo a veces fuera de su alcance”, explica Bosch. La ecuación es clara: si el quebrantahuesos se implanta, las visitas serán aún mayores y también la protección, pero el parador aprovechará su poder de convocatoria para mostrar los productos de los ganaderos con el sello correspondiente. Se trata de convertir al turista en el mejor exportador, y a las iniciativas en fijadoras de población.
Invierno en la Costa del Sol
Otro problema relacionado con la población es el importante desequilibrio entre la estival y la invernal. Lo saben bien los habitantes fijos de Nerja (Málaga). Situada en la parte oriental de la Costa del Sol, en invierno apenas supera los 21.000 habitantes. Sin embargo, y solo en su parador, al año se alojan 60.000 personas, a las que hay que añadir las 12.000 y 15.000 más que solo lo visitan. ¿Se puede hacer algo para que esa población continúe beneficiándose del turismo en los meses valle de invierno? Para Emilio Mojón, el director del parador, la solución está, de nuevo, en el medio ambiente: “El parador se encuentra en pleno pueblo y, bajo él, se extiende el paraje natural de Maro-Cerrogordo y, por detrás, el Parque Natural de Sierra Almijara”, explica. “El primero es una milla de mar y otra de tierra, con un acantilado en el que vive la cabra hispánica, una rareza tan cerca del mar, y que termina en un fondo marino protegido debido al coral rojo y que hace del sitio algo singular en el Mediterráneo”. El parque natural, continuación del de Tejeda y Alhama, cuenta con el pico del Cielo, una altura de 1.500 metros desde el que se llega a divisar Gibraltar e incluso el Atlas marroquí.
Es precisamente este entorno natural el mejor aliado para atraer un turismo alejado del sol y la playa y más relacionado con la naturaleza. Por ello, el parador, junto a otras organizaciones, ha puesto en marcha un anillo verde que recupera antiguas vías romanas y viejas rutas utilizadas por los muleros para estructurar un circuito que sirva de esparcimiento para la propia población y de destino turístico relacionado con el senderismo, el estudio de la naturaleza y la sostenibilidad: “Nerja se ha convertido, por ejemplo, en un destino habitual para grupos de noruegos, austriacos o alemanes que llegan para hacer rutas senderistas de cuatro o cinco días”, explica Mojón. Junto a estas opciones, la famosa Cueva de Nerja, descubierta en 1959 y una joya geológica y antropológica, supone también una oportunidad de desestacionalizar la zona a partir de su visita, estudio e interpretación.
Gredos, el cielo para proteger la tierra
En la cara norte de Gredos (en Ávila), y sin contar el mayor núcleo urbano (Barco de Ávila), no hay más de 1.800 personas. Cuando en 1928 se inauguró aquí el primer parador, el objetivo era dar cobertura a un turismo por entonces elitista, el de montaña. Hoy, su directora, Eva Legaza, mantiene el entorno como el principal atractivo pero ha abandonado la idea de la exclusividad de la demanda para ofrecer, a todo aquel que lo desee, un producto y unas costumbres realmente exclusivas: piorno, setas y cielo.
El piorno es una especie de retama que, durante los meses de abril a junio, inunda los campos de la sierra de un amarillo intenso, un espectáculo cromático en el que al cielo azul y las cumbres blancas se une el amarillo de las flores y el verde de los campos. Sin embargo, es una de las fechas en las que menos turismo llega. A partir de aquí, la Asociación de Empresarios de Gredos Norte (en la que se inscribe el parador), decidió en 2011 vertebrar un festival de más de un mes de duración con esta planta como protagonista. El objetivo era enraizar el producto con tres aspectos fundamentales en la promoción turística de la zona: el botánico (con explicaciones de sus variantes y rutas para conocerlas); la de usos y costumbres (para que tradiciones como la fabricación de techados, escobas o jergones para dormir no se perdieran) y la ornamental. Esta es la fundamental, ya que todos los pueblos se unen para decorar sus pueblos a base de piorno y, al final del festival, se realiza una entrega de premios. Isabel Sánchez, presidenta de esta asociación de empresarios, pone el acento en el encuentro vecinal: “Es la única ocasión en la que se reúne a todos los habitantes de la comarca, algo hasta entonces imposible. Por otro lado, los propios empresarios hemos notado ya que lo que antes era temporada baja ya no lo es”. La reunión para la entrega de premios se realiza en el parador: “Es un lugar que nadie cuestiona, que todos sabemos lo importante que es para la economía de la zona. Su participación en todo esto es crucial”. Este año, el festival se extiende del 17 de mayo al 24 de junio.
Eva Legaza, su directora, destaca asimismo los cursos de micología y las jornadas gastronómicas alrededor de las setas que el parador organiza cada otoño, así como otro regalo de la naturaleza: el cielo de la sierra. “En abril celebramos lo que nosotros llamamos el Cielo Oscuro, que es la observación desde la terraza del parador, mediante un telescopio y el apoyo de un monitor especializado, del universo que tenemos sobre él”. Pero no se trata de un cielo cualquiera: el de la Sierra de Gredos cuenta con la certificación Starlight, otorgada por la fundación del mismo nombre para todos aquellos entornos con una limpieza atmosférica excepcional que permita la contemplación del universo. Como concluye Legaza: “El piorno, las setas, nuestro cielo… son recursos locales que han existido siempre y que, hoy, nos sirven para atraer turismo de calidad y unir a la población en torno a sus propios valores. Un lujo”.
La Gomera, del residuo al microplástico
Otra forma de colaborar con la eficiencia medioambiental es la política de recogida y gestión de residuos, especialmente cuando esta no existe. Eso fue lo que ocurrió hace aproximadamente 15 años cuando, desde el parador de la Gomera, se decidió ponerla en marcha y, rápidamente, se extendió por toda la isla: "La gestión comenzó mano a mano entre el parador y el Parque Nacional de Garajonay, con la colaboración de proveedores, Cabildo y Ayuntamientos, y de ahí pasamos a la mentalización de toda la población", explica Maricel Darias, directora del establecimiento.
El parador de la Gomera abrió hace 47 años y en él se alojan 4.500 personas cada año. Desde su terraza, en días claros, la panorámica sobre el Atlántico es tal que se puede divisar incluso Tenerife y el pico del Teide en el horizonte. Sin embargo, este paraíso para una mirada telescópica lo es menos si el foco se cierra en las arenas de sus playas: “Por su situación, las Canarias están a merced de las corrientes, y en los arrecifes y las costas se quedan muchos residuos plásticos. La Gomera no es una excepción”, explica Darias. Por ello, el establecimiento también organiza campañas de recogida de plásticos en las playas el primer y tercer domingo de cada mes estival en las que, de nuevo, la población local se hace fundamental.
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