¿Por qué viajamos?
En el viaje, decía Annemarie Schwarzenbach, “las cosas se hacen como si fuera la última vez”. Y surgen un tiempo y tempo diferentes
Me encargan que escriba un artículo sobre el viaje en un momento en el que mi lugar de residencia, Menorca, está a punto de desbordarse. Miles de turistas nacionales e internacionales intentan hacer lo mismo que en sus ciudades, pero sin trabajar, bañándose y al sol. No, no voy a escribir sobre las diferencias y las semejanzas entre el viaje y el turismo, ni tampoco de la melancolía de lo que “fue” y cómo se visitaba “entonces”, cuando además “éramos más jóvenes”. Porque todos somos viajeros y turistas y hoy podemos elegir qué queremos ser en el llamado primer mundo. Voy a hablar de lo que me han pedido: por qué viajo y cómo ha cambiado mi forma de moverme con los años, entendiendo el viaje como un desplazamiento voluntario que consta de salida, traslado y llegada. Podría llamarse así: un decálogo de por qué viajo o el decálogo de una viajera.
Nada tiene que ver leer sobre una ciudad en una mesa de despacho a sentirla desde el propio lugar
1. Para qué viajar
Aunque evidente, esta es la primera pregunta que uno debería hacerse antes de emprender la salida. Yo viajo para cambiar de lugar. Creo en el valor de los lugares, en su valor testimonial, en que visitarlos crea y devuelve experiencias. Nada tiene que ver leer sobre una ciudad en una mesa de despacho a sentirla desde el propio lugar. Allí está la gente, el clima y el mundo, es decir, un marco que permite pensar el mundo de otra forma. Quien visita Weimar, Nara, Sidi Ifni o Sighetu se siente ligado a ellas. Así somos los humanos y, además, “es que yo estuve allí”. A partir de entonces, se releerá probablemente a Goethe, Silva, Shonagon y Schlattner y se seguirá con atención los acontecimientos de estos sitios. Hace años, viajaba para comprobar si lo que había leído coincidía con lo que veía (viajera científica y curiosa, yo). Hoy lo hago para ver de nuevo los lugares que he amado y saber cómo han cambiado. El mundo no depende de una visión casual de 15 días, sino también de un conocimiento que se acumula.
El tiempo se ensancha, la percepción se agudiza y se repara en lo nuevo y extraño
2. Viajar para cambiar el tiempo
Si los viajeros antiguos, decía Zumthor, percibían el espacio a partir de la cercanía o lejanía emocional, los modernos lo hacen a partir de las distancias. El tiempo se dilata y se ralentiza durante el viaje. Se deja atrás la velocidad y la cotidianeidad del día a día que impiden reparar en los acontecimientos. En el viaje, decía Annemarie Schwarzenbach, “las cosas se hacen como si fuera la última vez”. Y surgen un tiempo y tempo diferentes. La salida y la llegada se olvidan pronto y queda el vaivén del traslado y cierta intemperie del tránsito. El tiempo se ensancha, la percepción se agudiza y se repara en lo nuevo y extraño. ¿Os habéis fijado qué atención y tiempo dedican los viajeros a escribir en sus cuadernos el día a día del itinerario? ¿Os habéis fijado en las discusiones que provoca reparar en la sonrisa de una mujer con chador? Sí, es cierto, son las preguntas que surgen cuando el tiempo se dilata y se viaja por ocio o vacaciones pero son consecuencia del desplazamiento.
No se trata de mirar, sino de hacerlo de forma diferente, bien sea el lugar de origen o en el destino
3. Por una historia de la mirada
Viajar es percibir y describir el mundo por los ojos. Una cuestión del sentido de la vida que se transforma en mirada puesto que exige el ejercicio de la facultad subjetiva de ver. Desde Aristóteles, la vista es el sentido regulador y privilegiado de Occidente, y para la filosofía griega, la reflexión proviene del ejercicio de mirar. En griego, theorein significa mirar, y la mirada, teorizar, por lo que condiciona el pensamiento de la cultura occidental. Un repaso a la historia de la mirada del viajero demuestra cómo se ha descifrado el mundo y los otros. Las formas de ver se articulan desde tiempos inmemoriales a través de la mirada (antigüedad), la observación (modernidad y contemporaneidad) y la visión. En la actualidad, el viajero se encuentra frente a una tensión. No se trata de mirar, sino de hacerlo de forma diferente, bien sea el lugar de origen o en el destino. Hoy hay que mirar con los ojos bien abiertos. Porque las distancias se han roto, la globalización y localización nos han aproximado unos a otros, y la vida avanza a una velocidad y ritmo vertiginosos. Un escudriñamiento que amplía la mirada, al fin y al cabo uno de los grandes objetivos del itinerario. El viajero ya no puede ver el mundo como si fuera únicamente una proyección de sí mismo. ¿Y si ese entrenamiento llevara a percibir lo diario como si fuera ajeno e irrepetible?
Sí, miremos, pero también escuchemos, olamos, gustemos y palpemos
4. Viajar para aplicar los cinco sentidos
Consecuencia del cambio de mirada anterior y de la extrema visualidad e iconicidad contemporáneas, es necesario aplicar los cinco sentidos en el viaje. Sí, miremos, pero también escuchemos, olamos, gustemos y palpemos. En este orden o en otro, pues cada sentido tiene su memoria y la cercanía o lejanía de un recuerdo depende también del sentido que se activa. Ya sabemos que la descripción y la escritura del viaje es una cuestión de mirada, qué o qué no se deja de ver, pero también, por ejemplo, del oído. En definitiva, cualquier ejercicio que ayude a que los sentidos estén más abiertos y a dar mayor contenido a los destinos, pues los viajes no se miden por cuánto dan, sino por lo que significan.
Ya no se perpetúa solo la palabra escrita o los textos de otros viajeros, sino que se busca ser, sentir, las mismas emociones que otros y otras
5. Viajar para tener las experiencias que tuvieron otros
De nuevo tiene que ver con las experiencias provocadas por el lugar. Los objetivos del viaje se transforman a lo largo del tiempo y, hoy, uno de los centrales es seguir las huellas de hombres y mujeres anteriores. Ya no se perpetúa solo la palabra escrita o los textos de otros viajeros, sino que se busca ser, sentir, las mismas emociones que otros y otras. ¿Puedo ser igual al viajero que admiro si percibo lo mismo que él? El viaje no ha muerto y se emprende a la búsqueda de la experiencia de los otros. Se trata de descubrir el país no solo a través de la mirada de los otros, sino de su corazón. Los que estamos en el mundo debemos saber quiénes son los otros. Las culturas no se hablan entre sí, pero sí las personas. El viaje puede devolver el tiempo real de una representación cultural, hacer pervivir la experiencia de sus autores y crear la ilusión de que se podría emularlos. Por ejemplo, aproximarse a John Ford visitando la localidad irlandesa de Cong y los lugares donde se rodó El hombre tranquilo (1952), o transitar por el barrio tokiota de Shibuya e imaginar cuando ya no exista, al igual que nos cuenta Shun Umezawa en el manga Bajo un cielo como unos pantis. Pero, también, el viaje puede devolver el tiempo real de experiencias terribles, humanas y colectivas, que han quedado silenciadas y que yendo al lugar podrían ser contestadas: los Balcanes, Hiroshima, Auschwitz, del Rif al Yebala, Sighetu.
Como diría Canestrini: “Después de la ética del trabajo, quizás ha llegado el momento de hablar de una ética del viaje”
6. Viajar ética y responsablemente
Hoy más que nunca resulta necesario que el viajero actúe de forma ética y responsable. Es decir, que sea consciente de que sus comportamientos y descripciones no pueden ser inocentes y dejan huellas. Como diría Canestrini: “Después de la ética del trabajo, quizás ha llegado el momento de hablar de una ética del viaje. Se puede cambiar y se debe cambiar. Solo un mayor conocimiento puede dar sentido al viaje (…). Para transformarse, sin atravesar los océanos, en consumidores de vacaciones y en protagonistas de las propias aventuras. Una reflexión seria y apasionada de cómo moverse y vivir como protagonista los propios viajes sin ofender la dignidad de los otros”. Por eso, aunque se está trabajando en ello, hacen falta nuevos códigos éticos y formas de comportamiento. Se trata de crear un modo de empleo de las rutas e itinerarios y maneras de sensibilizar al observador, a sabiendas de la responsabilidad que adquiere en el viaje. Por ejemplo, cómo influye en el ámbito de la sostenibilidad del destino y en la sociedad; preguntar a los otros qué imágenes tienen del país del que proviene y de sí mismo; conocer adónde va el dinero gastado y cómo se utiliza en el destino, etcétera. En definitiva, reformular los imaginarios para elaborar códigos culturales y dispositivos éticos. Pues el viaje es la capacidad de percibir, crear universos y descubrir el mundo gracias a la mirada de los otros.
Patricia Almarcegui, escritora, es autora de 'El sentido del viaje'.
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