Martín el Humano, ‘spa’ en un hospital del siglo XVIII de Segorbe

Hasta el cerrojo con su torre castellar le fueron expoliados al hospital y casa de misericordia de Segorbe antes de que el Ayuntamiento requiriera a la Generalitat Valenciana una subvención de mayor cuantía para evitar la ruina total de uno de sus monumentos más emblemáticos. Su existencia se debe al obispo Gómez Haedo, que en el siglo XVIII quiso dar utilidad a lo que quedaba del Alcázar de la Estrella ordenando al arquitecto Mauro Mínguez la construcción de un edificio con innegable inspiración escurialense.

Rehabilitado en 2012, fue concebido en torno a un claustro rectangular de tres y cuatro arcos por costado, con bóveda acristalada, paramentos de sillería en dos alturas y una fuente central del siglo XIV. La fachada neoclásica con dinteles y jambas en todas sus aberturas exteriores promete unas instalaciones aristocráticas. Su historia y monumentalidad son sin duda su principal atractivo, porque, por lo demás, el hotel spa Martín el Humano presenta un aspecto algo desangelado a causa de la irregular ocupación de los espacios y el movimiento de una clientela que se cuenta por goteo. Una sensación de soledad a la que no ayuda su vecino de enfrente: el tanatorio del municipio.

El amable equipo profesional selecciona las mejores habitaciones conforme los huéspedes van apareciendo, señal de que el bienestar del viajero se cuida. Las habitaciones son confortables, suficientemente amplias y equipadas para acomodarse una noche, aunque apenas invitan a pasar horas extra en ellas.

Rodean el edificio algunos tejados y también las naves del polígono industrial, por lo que las vistas no constituyen su mayor fuerte. Mayor atractivo posee su pequeño spa, dotado de un gran jacuzzi con capacidad para nueve personas y un circuito de pediluvio, sauna seca, baño turco, ducha de contraste y tumbonas calefactables que se puede disfrutar pagando 15 euros por persona y hora. Por una tarifa superior incluso se puede solicitar su uso exclusivo.

El desayuno se sirve en el comedor junto a la recepción, a lo largo de una góndola central que exhibe las mieles del bufé. Decoran las mesas unas flores de plástico, inmarcesibles al tiempo. Más atractivo resulta el espacio tubular donde se sirven las cenas, en un soportal del claustro. Aunque los lunes aquí no se cena, la oferta gastronómica en los alrededores lo compensa.