Leiden, la cuna de Rembrandt
Entre mercados, puentes y terrazas junto a los canales transcurre un día en la ciudad holandesa que conmemorará en 2019 los 350 años de la muerte del gran maestro del Barroco
Conocida por su universidad —la más antigua de los Países Bajos, fundada en 1575—, Leiden es una entusiasta ciudad de 120.000 habitantes situada a 20 minutos en tren de Ámsterdam. Engalanada con molinos, canales, tulipanes, parques y joviales restaurantes, desprende un aura idílica y casi pastoril. Además, es la ciudad en la que nació Rembrandt Harmenszoon van Rijn (1606-1669), uno de los mayores genios de la historia de la pintura, de cuyo fallecimiento se cumplen 350 años en 2019.
10.00 Vistas mañaneras
Desde primera hora, en las cercanías del precioso puente Koornbrug, a los pies del canal, se estira un agradable mercado. La terraza de Snijers (1) es el lugar ideal para esperar que la ciudad se abra a uno y el cielo disemine los primeros rayos de sol sobre el agua y los puentes. Viendo cómo cargan las cestas de sus bicicletas con frutas y flores los más madrugadores, el pensamiento se hace imagen, y viceversa. A pocos minutos andando, en el Museo De Lakenhal (2) tendrá lugar en 2019 la mayor exposición sobre el joven Rembrandt. Se trata de una fábrica de lanas de 1640 transformada en museo (que abrirá en primavera de 2019) por el estudio inglés Julian Harrap, autores también de la Sir Soane’s House de Londres.
11.00 Molinos y esculturas
Rembrandt vivió en Leiden hasta 1631. Uno de los edificios mejor conservados de entonces es el llamado Stadstimmerwerf (3), en Kort Galgewater. Data de 1612, y Rembrandt lo retuvo en la retina porque pasó su infancia junto a sus ocho hermanos al otro lado del río. En la fachada predominan el blanco y el rojo, colores del escudo de Leiden. En aquella época había más de 50 molinos desperdigados por la ciudad (de hecho, su padre era molinero). Hoy resisten 9. Uno de ellos es De Put (4), que se halla antes de cruzar a Weddesteeg, donde estaba la casa natal de Rembrandt. El edificio original se mantuvo en pie hasta principios del siglo XX, cuando incomprensiblemente fue demolido. Para reparar semejante agresión se cedió un espacio al artista alemán Stephan Balkenhol, que realizó un anecdótico juego escultural en honor del pintor.
En tiempo de Rembrandt había 50 molinos desperdigados por Leiden, hoy se conservan nueve; uno de ellos es De Put
12.00 Los primeros tulipanes
Siguiendo Rembrandtstraat se llega a Doelen Gate, la puerta de la guardia municipal, de 1645. Aquí conviene recordar que el padre de Rembrandt era miembro de esta guardia, la misma que luego se recreará en Ronda de noche, por lo que este espacio sería la primera vinculación del pintor con uno de sus cuadros más célebres. Esto era entonces el barrio rojo, de cuya ebullición resiste hoy un edificio torcido y rosa en el canal Groenhazengracht (5) (nombre de una prostituta) ante el que los turistas sonríen cuando se les explica el motivo de su inclinación.
El Hortus Grand Café (6) es una estupenda antesala al jardín botánico (7), que homenajea a su fundador, el botánico Carolus Clusius (1525-1609), quien introdujo los primeros bulbos de tulipán en Holanda, lo cual tiene su mérito. Rembrandt conoció este jardín que antecede a la universidad. Observando la frondosidad se entiende una de sus sentencias: “La pintura es la nieta de la naturaleza. Está relacionada con Dios”. Para orgullo de su padre, Rembrandt llegó a matricularse en esta universidad. Frente a su edificio principal, hoy destinado a ceremonias, despunta la terraza del Café Barrera (8).
13.00 El maestro del claroscuro
Si el hambre deja de ser una idea abstracta, conviene tener en cuenta el Gran Café Van Buuren (9), cosmopolita punto de encuentro; y también las opciones que se despliegan en Botermarkt, como el Vooraf en Toe (10), delicioso bar sin barra que ofrece sopas y ensaladas (y muchos dulces). Siempre será más llevadero el regreso a la iglesia gótica de St. Pieterskerk (11), determinante para Rembrandt, ya que aquí se casaron sus padres, aquí permanecen enterrados y aquí fue él bautizado. Estamos en el camino del Estudio del Joven Rembrandt, en Langebrug, 89, donde durante tres años recibió clases del maestro Jacob van Swanenburg, que había vivido en Italia y veía el mundo bajo el influjo de Caravaggio. Aquí aprendieron el arte del claroscuro Jan Lievens y Rembrandt.
15.00 Palabra de Shakespeare
Desde ahí es breve el paseo hasta la Escuela Latina (Latijnse School, 1599), en Lokhorststraat, 16 (12), liceo en el que de los 9 a los 13 años Rembrandt estudió retórica, matemática, gramática, dibujo y literatura griega y latina. Lo acompañó Jan Steen, otro pintor que creó escuela, en este caso por los excesos de sus cuadros, llenos de niños que fuman y mujeres que beben como poetas goliardos. La escuela recuerda los más de 80 autorretratos de Rembrandt, quizá lo más famoso de su producción, y cómo asimiló la emoción del rostro, demostrando que quería ser un pintor de historias.
De vuelta, en Houtstraat con Rapenburg (13), salta a la vista el Soneto XXX de Shakespeare transcrito en una fachada, cuya lectura no deja nunca de ser conmovedora: “Cuando en sesiones dulces y calladas / hago comparecer a los recuerdos, / suspiro por lo mucho que he deseado / y lloro el bello tiempo que he perdido…”.
17.00 El viejo Rin
A partir de las 17.00, los estudiantes se hacen fuertes en las terrazas. Su favorita es la zona del puente de Koorn y de los Almacenes Hudson’s Bay (14), siempre con vistas a los canales del Rin. Atención al cine Trianon (15), de 1927, cuyo hall es una joya déco que enseguida reconocemos, pues es obra de Jaap Gidding, el maestro del art déco neerlandés, quien se encargó del Teatro Tuschinski de Ámsterdam.
Entre el castillo (Burcht) y la iglesia de Hooglandse se suceden comercios como la tienda de vinilos The Heart is a Lonely Hunter (16) o el club de jazz The Twee Spieghels (17).
Es hora de volver al canal del Oude Rijn (el viejo Rin) y caminar hasta el puerto. Allí no hay mejor refugio que la terraza del Lot & de Walvis (18). Caen el día y la cerveza al compás de la quietud de las embarcaciones. Sin atmósfera la pintura no es nada, opinaba Rembrandt. Mientras en el cielo se materializa un nuevo claroscuro, le damos la razón.
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