Nueve descubrimientos árticos para este verano
De las islas Svalbard de Noruega al Ártico ruso pasando por el punto más septentrional de la Europa Continental. Destinos libres del turismo masivo para admirar gélidos paisajes
Aunque es tiempo de sol y playa, hay quienes prefieren huir del calor, de la arena atestada de gente y de sudar entre oleadas de turistas. Estarán fresquitos, por ejemplo, en las islas Svalbard, al norte de Noruega; en algún pueblo de la cima de los Alpes; en los frescos bosques finlandeses o noruegos o en las islas escocesas más extremas. Y para los más aventureros quedan muchos territorios por explorar en el norte de Canadá, en Alaska o en el desconocido Ártico ruso. Son los nuevos destinos árticos y cada vez están más de moda entre los viajeros poco convencionales.
1. Al norte del norte: las islas Svalbard
El archipiélago subpolar de Svalbard es un lugar conmovedor. Está tan cerca (o tan lejos) del Polo Norte como de la propia Noruega, y es el trozo de tierra polar más accesible del mundo. Las islas Svalbarg son una de las maravillas de la naturaleza, quizá la última y más extensa zona de naturaleza virgen de Europa, y reúnen todos los ingredientes para enamorarse del Ártico. Cumbres bellísimas, sólidos campos de hielo (el 60% está cubierto de glaciares), fiordos impresionantes y deshabitados y el eco de las grandes sagas de la exploración polar, son una combinación irresistible y el telón de fondo para una rica muestra de flora y fauna árticas —aquí vive una quinta parte de los osos polares del mundo (superan en número a los habitantes)— para hacer todo tipo de actividades.
Entre lo mejor de Svalbard está la experiencia de caminar bajo el sol de medianoche (adentrándose profundamente en el interior o en torno a Longyearbyen), acercarse hasta el antiguo asentamiento minero ruso de Pyramiden o hacer un viaje veraniego en barco o en moto de nieve en invierno. También se puede experimentar el silencio de estas islas árticas recorriendo el hielo en trineo de perros, contemplar (de lejos) a los osos polares o descubrir uno de los fiordos más bellos de Noruega: el Magdalenefjord.
2. Islas Lofoten, el Ártico de postal
Es difícil olvidar la primera vez que se avistan las islas Lofoten. Las empinadas crestas de esta asombrosa cadena insular emergen de repente desde el mar, en la costa más septentrional de Noruega. En invierno todo es blanco o azul, pero en verano el paisaje se salpica con tonos vedes y amarillos, siempre con unos afilados picos apuntando a un despejado cielo azul cobalto. En las costas contemplaremos pueblecitos de postal con las llamadas rorbuer (cabañas de pescadores de madera), imagen del fuerte vínculo que los habitantes de Lofoten mantienen con el mar. Austvagoy es el punto de entrada habitual de los visitantes de las Lofoten, con aldeas perfectas para empezar a descubrir este insólito rincón del mundo.
Las islas principales (Austvagoy, Vestvagoy, Flakstadoy y Moskenesoy) están separadas de tierra firme por Vestfjorden, pero están todas conectadas entre sí por puentes y túneles, por lo que es muy fácil moverse por ellas. En todas hay bahías resguardadas, prados de ovejas y pueblos pintorescos pero cada una tiene su singularidad. En Moskenesoy encontraremos paisajes propios de Tolkien y una tierra tallada por los glaciares con una belleza sobrenatural. En Flakstadoy destacan los riscos de la orilla sur, azotados por el viento, pero también hay playas de arena blanca como las de Ramberg y Flakstad. En Vestvagoy, el Museo Vikingo de Lofotr recuerda otros tiempos épicos, mientras que Vaeroy, pequeña e íntima, compite con Moskenesoy por el título de la isla más pintoresca, con sus colonias de aves marinas y sus aldeas solitarias.
3. El Cabo Norte y más al norte todavía
Dicen todos los folletos que el Cabo Norte (Nordkapp para los noruegos) es el punto más septentrional de la Europa Continental. Más de 200.000 personas se acercan cada año a comprobarlo. Si se visita en verano, hasta finales de julio el sol no se pone en el horizonte nunca. Sin embargo, Nordkapp no es el punto más al norte de Europa. Ese honor corresponde a Knivskjellodden, inaccesible sobre ruedas y a una caminata de 18 kilómetros ida y vuelta, mucho más valioso por eso mismo.
Situado a tres kilómetros al oeste del Cabo Norte, y 1.475 metros más al norte, se puede ir a pie o en bicicleta a la punta de este promontorio. El sendero (9 kilómetros) no es difícil pero conviene llevar botas de agua. Cuando se llega a lo alto, hay una escultura señala que estamos a la latitud 71ª 11’08” N a nivel del mar. Imprescindible la foto. Más al norte, imposible.
La ciudad más septentrional de Noruega (y quizá del mundo) es Hammerfest. Es cierto que hay asentamientos más al norte, pero demasiado pequeños para ser considerados ciudades. No hay mucho que hacer por aquí, aparte de dar un paseo, comprar un recuerdo del Ártico y darse un atracón de gambas frescas en el puerto. Su atractivo más singular es la Real y Antigua Sociedad del Oso Polar, que se dedica a la conservación de la cultura de Hammerfest y alberga exposiciones sobre la caza en el Ártico y la historia local.
4. Nunavut, el Canadá más salvaje
Nunavut representa el Ártico canadiense, un territorio salvaje sin árboles, recubierto de hielo, castigado por un clima implacable y con una densidad de población tan baja que Groenlandia parecería superpoblada. Y a ello hay que añadir osos polares, narvales, ballenas beluga y una población inuit diseminada que ha logrado domesticar un paisaje tan agreste que los foráneos nunca lograron colonizar.
Nunavut es en realidad un conjunto de islas deshabitadas y un océano gélido en los extremos climáticos y geográficos del planeta. Y no es fácil viajar por aquí: hay nevadas constantes, falta de carreteras y además tiene un coste elevadísimo moverse por el territorio. Pero una vez allí merece la pena: los pocos que llegan tienen el privilegio de conocer unas comunidades acogedoras, descubrir las maravillas de la naturaleza y formar parte de un reducido club de pioneros intrépidos, con la certeza de que ponen el pie donde pocos han pisado antes.
Tal vez lo más conocido sea la isla de Baffin, que alberga montañas elevadas y un tercio de la población de Nunavut. La joya de la isla es el parque nacional Auyuittuq, con glaciares, fiordos y acantilados vertiginosos. El parque atrae a senderistas y escaladores expertos, además de a unos cuantos osos polares. Baffin es además el centro del arte inuit y en muchas localidades pequeñas encontraremos talleres de tallado, grabado o tejidos.
Hay otros lugares aún más despoblados. Por ejemplo Aulavik, en la isla de Banks: hay más gente que haya ido a la Luna que la que visita Aulavik cada año. Wapusk es el lugar del mundo donde mejor se pueden ver los osos polares en estado salvaje. Para ello hay que contratar un circuito guiado desde Churchill, en Manitoba, donde en un antiguo hangar cerca del aeropuerto se recluyen a los osos polares que aparecen por allí poniendo en peligro a sus habitantes. Los osos son retenidos durante un mínimo de 30 días y luego se liberan. A los reincidentes se les reubica en helicóptero.
5. En las tierras de los sami (Finlandia)
El norte de Finlandia es ya territorio ártico. Desde Rovaniemi todo es territorio para senderistas y excursionistas solitarios. Laponia ocupa un 30% de la superficie de Finlandia pero alberga solo un 3% de su población. Sus amplísimas e increíbles zonas naturales son espacios abiertos, de aire puro y enormes cielos, perfectos para explorar a pie, con esquís o en trineo. Son zonas para ir con brújula y mapas detallados y para disfrutar de la naturaleza. El parque nacional de Urho Kekkonen, en Laponia, es uno de los mejores de Europa y la garganta de la reserva natural de Kevo y los eriales del parque nacional de Pallas-Yllästunturi son también buenas opciones. Y todo ello con una excelente red de campings que facilita la planificación.
Esta región septentrional de Europa tiene un algo intangible que la hace mágica: el sol de medianoche, los lapones, la aurora boreal y los renos forman parte de todo ello, al igual que Papá Noel, que oficialmente reside aquí. Otra parte de su embrujo radica en sus latitudes: Nuorgam es el punto más septentrional de Finlandia y se encuentra por encima de Islandia y prácticamente de todo Canadá y Alaska.
El lejano norte de Laponia, Sápmi, es el hogar de los lapones (o samis). Sus principales comunidades viven en los alrededores de Inari, Utsjoki y Hetta. Todos son pueblos pequeños pero en la soledad de Laponia pueden parecer hasta ciudades. Por ejemplo, el diminuto pueblo de Inari es el centro sami más importante con sus apenas 500 habitantes. Está junto al lago más grande de Laponia, con más de 3.000 islas en su interior y aquí están también el Museo Siida y el Sajos, centro cultural y sede del Parlamento de los samis finlandeses. Es una buena base para visitar el parque nacional de Lemmenjoki y la reserva natural estricta de Kevo, dos zonas geniales para realizar excursiones, con ríos salvajes, paisajes escarpados y solitarios buscadores de oro en medio de la nada. Cerca de Inari, la aldea de Pokka presume de registrar la temperatura más baja del país (hace unos años llegó a -51ºC).
6. Las Shetland y las Orcadas, en el confín de Escocia
En el norte de Escocia no estamos todavía en el Ártico, pero falta muy poco. Estos confines del norte de Gran Bretaña parecen más escandinavos que escoceses. Y no es raro porque para los vikingos era como una excursión cruzar el mar del Norte desde Noruega. Controlaron estos archipiélagos desnudos y azotados por el viento, donde construyeron casas comunales junto a los restos de poblados prehistóricos.
Estamos en territorios casi mágicos, envueltos en mares brumosos donde focas, ballenas y marsopas patrullan costas solitarias. En el aire, escuadrones de aves, y en la tierra, “plantaciones” de menhires que atrapan los últimos rayos de sol.
Las islas Orcadas están tan solo unos kilómetros de la costa del norte de Escocia. El estuario de Pentland es una de las vías de agua más peligrosas de Europa y es un verdadero cementerio de barcos que le añaden un toque de misterio a estas islas rodeadas de bruma marina. Son famosas por sus menhires y aldeas prehistóricas, por sus sublimes playas y su espectacular paisaje costero. En sus puertos se puede escuchar historias sobre el mar y la melancolía de los barcos naufragados. Es también uno de los destinos favoritos de los observadores de aves. Entre lo más irrepetible: Skara Brae, un poblado prehistórico anterior a las pirámides, los pecios de los buques de guerra hundidos en Scapa Flow (solo aptos para buceadores muy expertos) o las sorprendentes y aisladas Orcadas del norte, un paraíso de aves, rico en playas de arena blanca y yacimientos arqueológicos.
Más allá de las Orcadas están las Shetland, lo bastante cerca de Noruega como parecer más escandinavas que escocesas. En su acento local hay un deje escandinavo y las calles con nombres como King Haakon o St Olaf recuerdan que estuvieron bajo dominio noruego hasta 1469, cuando fueron regaladas a Escocia como dote de una princesa danesa. Declaradas geoparque por la Unesco, tienen un aspecto típicamente escocés. Hay colinas empinadas, centenares de lagos celestes y ovejas en las carreteras. Son famosas por sus ovejas y sus ponis, pero hoy son ricas gracias al petróleo de la costa. Un tercio de la población vive en una única población, Lerwick, modernizada gracias al petróleo, pero con todo su encanto. La observación de aves es espectacular, y para alojarse, las islas ofrecen una excelente red de böds (casas o cabañas rústicas muy sencillas, con fuego de turba), a precios asequibles (www.camping-bods.com) y con una red de casas faro con vistas espectaculares a la escarpada costa (www.shetlandlighthouse.com).
7. Islandia: lagos, hielo (y un poco de fuego)
Hay que ir una vez en la vida, y el momento es siempre el verano. Con sus explosivos géiseres, sus piscinas de lodo hirviendo, glaciares que se abren paso entre las montañas o lagos color turquesa en los que flotan trozos de glaciar… Islandia es un país único. Es perfecto para observar ballenas, para hacer senderismo sobre el hielo y para ver cómo el planeta sigue formándose. Se puede ver en una semana, con total seguridad y disfrutando de experiencias únicas, como bañarse en las piscinas geotermales que son el orgullo del país o divertirse en la calle principal de Reykjavik, sin que se llegue a hacer nunca de noche.
Pero si queremos un encuentro con el auténtico Océano Glaciar Ártico, hay que ir a la costa norte de la isla, a Husavik, la capital europea de observación de ballenas. La temporada es de abril a octubre y muchos barcos ofrecen adentrarse en el gélido mar para hacer avistamientos. Y para comprender cómo era la vida en estas tierras árticas y aisladas, antes de la llegada del turismo y la modernidad, merece la pena entrar en el Museo de las Ballenas, donde entre otras cosas, se recuerda la presencia constante de balleneros vascos que arriesgaban sus vidas intentando sobrevivir en los mares árticos.
A solo unos kilómetros está Akureyri, una fértil y protegida población situada a lo largo del mayor fiordo de Islandia y que curiosamente tiene el clima más cálido de este frío país. Es una ciudad que invita a los pequeños placeres, con buenos restaurantes y cafés, protegidos por unas montañas cubiertas de nieve. Una curiosidad: aquí está el jardín botánico más septentrional del mundo, ideal para hacer un pícnic un día de sol. www.visiticeland.com.
8. Alaska, territorio de aventuras
Alaska es grande, lejana, rural, aislada y sigue siendo tierra de aventuras. Hay pocos lugares en el mundo tan majestuosos y bellos. Muchos van simplemente para intentar ascender al Monte Denali, el pico más alto de América del Norte y el mejor lugar para contemplar el resplandeciente Wonder Lake con sus águilas calvas revoloteando. Pero el resto del Estado es también territorio de aventuras. Por ejemplo, bajar en tirolina hasta un río con osos dándose un festín de salmón en Ketchikan, un lugar al sureste donde suelen parar la mayoría de los cruceros; hacer excursiones por el río de hielo más concurrido de Alaska, el Mendenhall Glacier; ir en kayak entre focas en el parque nacional y reserva de la Bahía de los Glaciares o seguir la fiebre del oro de Klondike de 1898, recorriendo el Chilkoot Trail. Otra opción para los que busquen recorridos únicos: entre Seward y Fairbanks, el Alaska Railroad es uno de los viajes en tren más increíbles del mundo.
Podemos también buscar osos en el Denali National Park, disfrutar de una excursión por la montaña y bañarnos en Chena Hot Springs o ver romperse el Childs Glacier y cómo los icebergs caen al río Copper, cerca de Cordova. El viaje en ferry más impresionante de todo Estados Unidos está probablemente aquí: es el Trusty Tushy Run to Un-Alaska, un crucero de cuatro días entre Homer y las Islas Aleutianas.
Alaska es un destino remoto y caro para cualquiera porque los alojamientos no son precisamente baratos y las opciones de transporte son escasas y no siempre fáciles. Pero desde el noroeste de Estados Unidos puede resultar más asequible dar el salto a Alaska, ya sea para pasar unos días por el sureste en el ferry del Estado o en un avión de dos horas y media a Anchorage para pasar un fin de semana. Y desde allí, es cuestión de planificar la aventura.
9. El Ártico ruso, la última frontera del turismo
Para viajar al Ártico ruso, al norte de Siberia, hace falta tener curiosidad y dinero, porque no es barato ni sencillo. Pese a todo, el Gobierno ruso está empeñado en promocionar el turismo ártico sobre todo en forma de cruceros, que hoy incluyen diversas rutas y son realizados por pequeñas empresas rutas e internacionales, en ocasiones en buques de investigación oceanográfica que han sido equipados para realizar crucero. Hay también un turismo minoritario etnográfico, que ofrece la posibilidad de alojarse en un chum, la vivienda tradicional de los nenets. Muchos viajeros llegan para contemplar las auroras boreales, por ejemplo en Narian-Mar, capital de la Comarca Autónoma de los Nenets.
En Rusia hay casi 30 ciudades tras el Círculo Polar Ártico. Múrmansk es la principal, una ciudad que en 2016 cumplió 100 años y que fue la última urbe fundada por el Imperio Ruso. Aspira a convertirse en la puerta del turismo hacia el Ártico ruso, y compensa su aspecto desolador con un entorno natural salvaje de tundra, taiga, montañas, mar y fiordos.
La gran joya del Ártico Ruso es su parque nacional, uno de los más interesantes del país: un santuario de osos polares y ballenas francas que ocupa unos 14.000 kilómetros cuadrados y que alcanzan la llamada Tierra de Francisco José o el archipiélago de Fridtjof Nansen, 191 islas cubiertas de hielo. Son el objetivo de un turismo exclusivo y completamente minoritario que busca llegar a lugares que muy pocos han visto. Está a solo 900 kilómetros del Polo Norte y durante muchos años ha sido una zona prohibida para los civiles por cuestiones militares.
Es una región para amantes de la naturaleza (aves del norte, morsas, osos blancos...) a la que solo se puede acceder en verano (de junio a septiembre) cuando las condiciones climáticas lo hacen posible. Y es caro, muy caro. Se trata de un turismo de cierto riesgo, a bordo de rompehielos y siguiendo los pasos directos de los exploradores polares rusos.
Otro de los destinos cada vez más frecuentados (dentro de sus límites, claro) es la Península de Kola, una tierra enigmática y dura dentro del Círculo Polar Ártico y bañada por el Mar de Barents y el mar Blanco. Es la tierra de los sami y es conocida como la Laponia rusa. Es famosa por sus días y noches polares, que duran mucho tiempo en su parte norte. Entre mayo y julio no oscurece en 50 días, mientras que, en la noche polar el sol no sale durante 42 días seguidos (entre diciembre y enero). La noche polar, con sus auroras boreales, presenta una vista espectacular de diferentes colores. Evidentemente, ninguna fotografía podrá trasmitir esa vista sensacional y colorista, por muchos píxeles que tenga la cámara.
Más información en las guías Lonely Planet de estos destinos y en www.lonelyplanet.es
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.