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Fuera de ruta

Andamán, viaje a las islas perdidas

A 1.000 kilómetros de la costa este de India, en el golfo de Bengala, los fondos marinos de este remoto archipiélago concentran 750 especies de peces

Playa de la isla de Havelock, en las Andamán.
Playa de la isla de Havelock, en las Andamán.Alamy

En Port Blair, donde Internet es un lujo y los móviles duermen, se respira una atmósfera de destierro. Situada a 1.000 kilómetros del subcontinente indio, a la capital de las islas Andamán se enviaba a los convictos de rebelión contra el poder colonial británico. El archipiélago comprende cuatro islas mayores y muchas otras más pequeñas con amplias zonas prohibidas. Alberga una de las tribus más aisladas del mundo, los sentineleses. Otro archipiélago más al sur, las islas Nicobar, sigue vedado para los extranjeros. Que esas tribus hayan permanecido al margen de cualquier devaneo de progreso las hace fascinantes. Como los restos de un naufragio.

javier belloso

Neil

Subido a una vetusta bici exploré la isla de Neil, tapizada de huertos. De los bananeros colgaban pequeños plátanos, dulces y cremosos. Había cocoteros por doquier, así como papayas y mangos. Y silencio. Nadé en una playa sin huella humana sembrada de enormes troncos que parecían pecios encallados en la arena. Fui en barca a los arrecifes de coral cerca de la isla de Havelock. Entre gigantescas coliflores y delgados cactus de coral se paseaba una vistosa fauna marina. Al alcance de la mano están peces payasos, peces loros y otros que parecían grandes erizos con aletas y cola. Perseguí a un solemne mero que se movía sin inquietud alguna. El patrón de la barca dijo que mar adentro había inofensivos tiburones de arrecife. Convenía mantenerse lejos de una serpiente a rayas blancas y negras, cuya picadura es mucho más mortífera que la de la cobra. Unas 750 especies de peces viven en el entorno marino de las islas Andamán, cuyo litoral se considera uno de los más vírgenes del planeta. Viendo los resorts que se están construyendo, quién sabe cuánto tiempo durará la paz de Neil.

Little Andamán

En la isla más apartada, Little Andamán, me alojé en la cabaña contigua a la de un joven holandés, el único huésped hasta entonces. “Echa un vistazo bajo la cama”, dijo, “suele haber serpientes”. Era la tercera vez que venía a la isla. Con él y un guía nos adentramos con motos en la jungla para alcanzar una catarata casi inaccesible; para ellos era el segundo intento. Ayappa, el guía, conducía muy deprisa la moto en la que iba de paquete. Tenía que meter la cabeza entre sus hombros para evitar el latigazo de las lianas. No había trazas ni caminos. El bosque se alzaba como una torre hacia el cielo, apenas dejando penetrar finos rayos de sol. Del tupido cielo verde llovían goterones pegajosos. Y aquel ensordecedor silencio. Si al guía le pasaba algo, nunca podríamos escapar de allí. Por fortuna, Ayappa es el nombre de un hijo de Shiva venerado como deidad protectora. Le pregunté si los onges, otra tribu huraña y aislada, estaban cerca. “A menos de un kilómetro”, dijo.

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Marco Polo dedicó unas duras palabras a los habitantes de aquellas islas. Les había llamado “caníbales”, “bestias salvajes”, “idólatras”. Quizá había exagerado el veneciano, pero las primeras referencias a las Andamán, de Ptolomeo y de un monje budista, eran similares. Poco se sabía de lo que había pasado con esas tribus en el tsunami de 2004, que causó en Little Andamán 70 muertos. Helicópteros indios habían intentado aterrizar en la isla Sentinel y les habían disparado flechas. Mientras nos bañábamos bajo la gran cascada, Ayappa dijo que no solían llegar cocodrilos allí. Los describió con cabeza ancha, achatada, y el cuerpo largo, hasta los 10 metros. Eran muy rápidos, tanto en tierra como en el agua. Compartían la jungla con los onges, gatos-leopardos, mangostas, ardillas gigantes y enormes murciélagos llamados “zorros voladores”, además de un sinfín de ofidios y otros reptiles.

Éramos los únicos extranjeros en Little Andamán. Conocí a un joven que tenía unos rasgos similares a los hawaianos. Pertenecía a la tribu de Nicobar. Desde su casa en la colina se divisaba la mitad sur de la isla. La brisa oceánica que escalaba hasta allí daba un respiro del calor. Nuestro anfitrión explicó que ellos habían sido los primeros en integrarse en la comunidad india del archipiélago. Los nicobareses se casaban con el permiso del jefe de la tribu. Sonriente, su hermana trajo pescado, bananas con salsa y calabazas asadas, además de arroz y judías muy picantes. Nos dejó solos. Miré hacia el tranquilo valle de cocoteros que había abajo. Luego fuimos al faro de la punta suroeste de la isla, una zona prohibida. Se veía el mar salpicado de espuma entre los troncos de los cocoteros; las copas se mecían acariciando un cielo pálido. Varios culis subían a mano los largos troncos delgados y cortaban los nervios de los cocos con unos machetes.

Andamán del Sur

También en Andamán del Sur, la isla más poblada, hay lugares paradisiacos. En Wandoor el océano parece un lago grande limitado por el perfil de apetecibles islas. Ignoré el letrero que prohibía nadar allí: “Crocodiles”, decía. Enfrente estaban la isla de Jolly Buoy y el parque nacional marino de Mahatma Gandhi. “Si ves un cocodrilo eres hombre muerto”, dijo el dueño del resort. No vi ninguno. El parque Gandhi abriga los más extensos arrecifes de coral de las Andamán. Buceando vi una pareja de peces ángel, un orondo pez payaso y pececillos azules con largas colas que se hubieran dicho de pavo real.

Mientras estaba en lo alto de un acantilado cerca de Wandoor, un águila de pecho blanco levantó el vuelo desde un risco cercano. Se dejó caer y descendió planeando. Parecía surfear a ras de la espuma hasta que desapareció. Al emerger llevaba colgando de las garras una serpiente a rayas blancas y negras que se retorcía, intentando morderle. Y en este instante pensé que un día iba a volver a las Andamán.

José Luis de Juan es autor de ‘El apicultor de Bonaparte’ (Minúscula).

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