‘Pisco sour’ en la Antártida
Paco Nadal, trotamundos por excelencia y colaborador de El Viajero desde sus inicios, ha pisado los cinco continentes pero en esta ocasión nos cuenta su viaje al sexto, la Antártida
Paco Nadal es el trotamundos por excelencia, colaborador de El Viajero desde sus inicios, autor de El blog de viajes y de libros como Si hoy es jueves, esto es Tombuctú y de guías sobre el Camino de Santiago y la Vía de la Plata. Ha pisado los cinco continentes y ha narrado en varios libros lo que vio, escuchó y probó a lo largo del planeta. En esta ocasión nos cuenta su viaje al sexto continente: la Antártida.
¿A quién pertenece la Antártida?
A nadie y a la vez a toda la humanidad, según el Tratado Antártico de 1959. Más adelante, en 1991, se estableció en otro protocolo, el de Madrid, que en el territorio solamente se pueden realizar actividades científicas. Pero se deja una puerta abierta para el turismo.
Y usted entró por ella. ¿Se encontró con otros viajeros?
No hay un tope estipulado, pero sí se sabe que la visitan unas 35.000 personas al año, solamente durante el verano austral, en enero y febrero. Hay dos formas de llegar: una es carísima y consiste en volar desde Punta Arenas, en Chile, a un lugar del interior llamado glaciar Unión. La otra es algo más barata: desde Ushuaia, la ciudad argentina más austral del mundo, se toma un crucero de la compañía noruega Hurtigruten.
¿Crucero? ¿Con caipiriña y piscina en la cubierta?
No, nada que ver. Son barcos de cubierta acristalada. Dentro está el salón-comedor y fuera te rodea un paisaje espectacular de glaciares y ballenas que te impide concentrarte en otra cosa. Se llegan a ver olas de hasta ocho metros, porque durante la travesía siempre hay ratos de mala mar.
¿Pasaron calamidades durante el trayecto?
No, porque el barco está bien acondicionado y tiene ciertos lujos. No hay que olvidar que los pasajeros que hacen ese viaje son sobre todo jubilados con buen bolsillo. Por eso, pisco sour y un buen vino siempre se sirven con la cena, que es estilo bufé. Todos los alimentos se traen desde Ushuaia.
¿En algún momento pisaron territorio antártico?
Claro, y la sensación es la de viajar a la última glaciación: no hay más que roca y hielo en un terreno más grande que Europa. Nada de árboles o asentamientos humanos, salvo las bases científicas. Lo que sí encuentras es una fauna maravillosa que incluye focas, pingüinos y ballenas. Tras dos días de navegación llegas a la Antártida, y el plan diario consiste en que 100 pasajeros del barco bajan al mar en una embarcación zódiac cada día, por turnos. Ahí llevan comida y tiendas de campaña para pernoctar por si el tiempo empeora y no pueden volver al barco, porque en la Antártida el clima cambia rapidísimo. Cada día te llevan a un sitio distinto: a la isla volcánica llamada Desolación, a las pingüineras… Para que no contamines el terreno, te limpian con un aspirador todo lo que vayas a bajar a tierra: la bolsa con la cámara, el gorro…, todo. Tampoco te dejan andar por donde quieras: unos conos te marcan por dónde hacerlo. Y durante la travesía diversos científicos ofrecen charlas sobre la fauna y flora antárticas.
Y para los ratos libres, ¿llevó alguna lectura apropiada?
Me acompañaron los escritos de Darwin en su célebre viaje a bordo del bergantín Beagle y un libro de Javier Cacho sobre la exploración del continente y la llegada al Polo Sur titulado Amundsen-Scott: Duelo en la Antártida.
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