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Una playa hermanada con las Cíes

Un día en el arenal de Melide saboreando el confín de la península pontevedresa del Morrazo

Playa de Melide, en la península del Morrazo (Pontevedra).
Playa de Melide, en la península del Morrazo (Pontevedra).Asier Sarasua Aranberri (flickr)

No cabe mayor distopía playera que presenciar la masificación en las islas Cíes. Y no hay mejor forma de olvidarse de colas y agobios que marchar al extremo occidental de la península del Morrazo. Puesto que al arenal de Melide no se llega por azar: hay que proponérselo firmemente. En este caso rindiendo visita previa al crucero de Hío y a la playa de Barra, icono naturista español.

Todo resulta valioso en estas latitudes, empezando por el lienzo de arena rabiosamente blanca de Melide, al que se baja desde la aldea de Donón -tres kilómetros en total- por una pista de tierra que ofrece una impagable escenografía, con las islas como elemento decorativo.

Melide se compadece con el parque nacional de las Islas Atlánticas. Su blancura hace daño a la retina. La pinada asombra en todos los sentidos. Elevados son los cordones dunares. El agua, gélida, como manda su geolocalización a mar abierto, con lo que no deberemos perder de vista las banderas de aviso. Su factura paisajística no impide que ondee la bandera azul, lo mismo que en las playas de las Cíes, aunque con salvedades. Está prohibido fumar y hay que bajar con bolsa de basura. Tiene chiringuito.

Vista del faro de Cabo Home (Pontevedra), con las islas Cíes al fondo.
Vista del faro de Cabo Home (Pontevedra), con las islas Cíes al fondo.Juan Poza (Getty)

Nos broncearemos delante del canal norte de acceso a la ría de Vigo, razón del continuo trasiego de embarcaciones, lo que demanda un despliegue de señales marítimas. A pie podemos llegar al faro de Punta Robaleira, baliza rechoncha, como una escultura cilíndrica pintada de rojo; y después al faro de Cabo Home, cuya blanca torre cilíndrica constituye la señal anterior de la enfilación que marca la línea de navegación entre las islas Cíes y Ons. Qué mejor sitio para perderse, sin horarios ni obligaciones, que este entorno idílico a 2,5 kilómetros de monte Agudo, que se nos figura un cabo peninsular antes que una ínsula.

Al caer el sol, supone todo un ritual reunirse en los acantilados de Soavela. Desde el chiringuito ubicado junto a la caracola diseñada por Lito Portela, todos quieren postear la fotografía con el disco solar situado en el núcleo de la mágica espiral. Lo mismo que en el cabo Finisterre a la misma hora, cada uno busca la piedrita donde sentarse. Si cientos de visitantes abarrotan el escenario, será mejor trepar a la garita del monte do Facho en unos 15 minutos.

Nadie recomienda salir del Morrazo un día de playa antes de las 22.30. Mientras unos quedan atrapados en los atascos, otros cenan en el restaurante Cabo Home las navajas de las Cíes y los percebes de Soavela regados con vino blanco de cosecha propia.

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