Coimbra, versos y medicina
Visita a la ciudad en la que el gran escritor luso Miguel Torga ejerció como médico. Y una escapada a su casa natal en Trás-os-Montes
Visité a Miguel Torga en su consulta de otorrino en Coimbra, comí allí en su bella casa, y me dio la oportunidad (no concedía entrevistas) de charlar largamente con él para este mismo periódico. Luego la recogí en mi libro titulado Sobre el iberismo y otros ensayos sobre la literatura en lengua portuguesa. Torga nació, en el año 1907, en São Martinho de Anta, antigua parroquia del norte de Portugal perteneciente al municipio de Sabrosa, en Trás-os-Montes, en el Duero, muy cerca de las fronteras castellana y gallega. Sus padres eran campesinos. Parte de su adolescencia transcurrió en Brasil.
La casa natal es pequeña, de una planta, rodeada de un pequeño jardín muy bien cuidado y con un patio. Cocina, salón, dos habitaciones. Torga la arregló y la convirtió en su domicilio de vacaciones cuando, en los años sesenta del pasado siglo, tras la muerte de sus padres, la heredó. Casa pintada de blanco, con los ventanales de madera azul claro y el techo de teja roja. Un muro la protege de las miradas. Casa humilde pero muy digna que, en aquellos años, primeros del pasado siglo, compartían personas y animales. Casa también austera, agradable, silenciosa. Miguel Torga había nacido como Adolfo Correia da Rocha. Se casó con Andrée Crabée, una profesora de origen belga, y tuvieron una hija, Clara Crabée Rocha. La palabra portuguesa torga equivale en castellano a brezo. En gallego sería urze. Planta silvestre, arbusto bajo y reptante de hojas perennes con pequeñas flores de color blanco, morado o rosado. En Cuentos de la montaña nos habla de este mundo rural y montañoso. Aquel niño campesino y emigrante creció, estudió Medicina, tuvo problemas con la PIDE, la policía política portuguesa de la dictadura salazarista, y ejerció como otorrino en Coimbra. Yo puedo atestiguar las colas de pacientes que tenía. No todos pagaban. Él, sin embargo, atendía a unos y otros por igual. En esa consulta fue donde me recibió a finales de los años ochenta. Estaba escribiendo unas recetas sobre la mesa de su despacho. Me miró y me dijo que la mayor parte de las veces eran tan inútiles como los versos que él mismo escribía. Luego, tras un silencio prolongado, añadió: “Pero ambos alivian el dolor”.
La casa natal, austera, agradable y silenciosa, es pequeña, de una planta, rodeada de un jardín muy bien cuidado
El doctor Rocha era de una gran corpulencia. Alto, su rostro muy marcado, sus manos grandes y su voz atronadora. Parecía rudo, pero eso lo hacía para probar a su interlocutor. Cuando ese día terminó de ver a todos sus pacientes, me pidió que lo acompañase a la imprenta. Torga se autopublicó todos sus libros porque, entre otras cosas, no cesaba permanentemente de corregirlos. ¿Qué editorial hubiese aceptado semejante esfuerzo? Los empleados de la imprenta ya estaban acostumbrados a su letra, a sus habituales visitas, a las tertulias prolongadas con ellos, a sus comentarios. Todos me comentaron que era una suerte trabajar para uno de los más grandes escritores de la lengua portuguesa.
Torga vivía en Coimbra, una ciudad histórica, con una antiquísima universidad y biblioteca famosa, pero permanentemente sentía nostalgia del campo. En el volumen XI del Diario escribe: “Siempre que estoy a punto de sucumbir al desaliento toco uno de estos breñales y todas las energías perdidas comienzan de nuevo a correr por mis venas. Es como si recibiera instantáneamente una transfusión de sabia”.
São Martinho de Anta, la casa familiar y natal. El mismo Torga describió en A criação do mundo las mejoras realizadas en este espacio memorial de sus recuerdos. Abrieron las ventanas para que entrara más luz, mejoraron la calefacción, que antes procedía, fundamentalmente, del fuego de la cocina, y la pocilga se transformó en un garaje. También con los años el pueblo mejoró. El negrilho, una especie de olmo, apuntalado en medio de la plaza principal del pueblo, centenario y frondoso por las hiedras que lo cubren, más que medio muerto aún se levanta como puede para dar sombra al busto del poeta y las placas que lo rodean. Torga le escribió un entrañable poema, ‘A um negrilho’, que incluyó en el tomo VII de su Diario. Dice así: “En la tierra donde nací solo hay un poeta. / Mis versos son hojas de sus ramas. / Cuando regreso de lejos y conversamos, / él es quien me descubre todo el mundo visitado. / Baja la noche del cielo, se levanta la madrugada / y la luz del sol encendido o apagado / en sus ojos es donde se ve posada”.
Torga compara a este monumento de la naturaleza, a este olmo ahora carcomido, con la torre del homenaje de un castillo, con una almena, con una alta y poderosa muralla que protege el Largo do Eiró, la ancha plaza mayor de São Martinho de Anta.
Guía
- São Martinho de Anta está a 108 kilómetros de Oporto.
- Espacio Miguel Torga. De martes a viernes, de 9.00 a 12.30 y de 14.00 a 17.30; sábados y domingos, de 10.00 a 12.30 y de 14.00 a 18.30
- Concello de Sabrosa.
- Turismo de Portugal y Turismo de Coimbra.
Defensa del anonimato
En su autorretrato, el propio Torga escribió que, de perfil, se asemejaba a un contrabandista español. Lo cierto es que no hay muchas disparidades antropológicas entre los habitantes de un lado y otro de la raya. Como escritor sus maestros eran Cervantes, Melville, Dostoievski, Proust o Unamuno. Como poeta, los maestros simbolistas franceses, Camõens, Pessoa, Juan Ramón… Era un narrador, pero se consideraba por encima de todo un poeta. Torga estaba contra la industrialización de la cultura. No firmó jamás autógrafos, ni participó en actos literarios, evitó la promoción de sus libros, huía de la prensa y defendió su anonimato bajo ese seudónimo que le hizo universal. Era un escritor puro. Fue iberista: “Mi patria cívica acaba en Barca de Alva, la telúrica en los Pirineos”. Un monolito, varias placas y el busto de bronce le recuerdan en su pueblo. Pone: “A Miguel Torga (1907-1995)”. Luego una frase del homenajeado “Aquí. En este lugar y en esta hora”. En São Martinho, Torga a la sombra de su olmo, los dos reviviendo en cada primavera.
César Antonio Molina, exministro de Cultura, es autor de Todo se arregla caminando (editorial Destino).
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