Un ‘road trip’ original por el suroeste americano
Carreteras infinitas, ciudades fantasma, senderismo y encuentros con auténticos cowboys en una ruta de Los Ángeles a Marfa, en Texas
Paisajes jamás vistos, carreteras infinitas, paseos por ciudades fantasma, senderismo y encuentros con cowboys auténticos o descubrir secretos del pueblo nativo americano. El llamado Southwest de Estados Unidos está repleto de sorpresas, especialmente cuando nos alejamos de sus grandes reclamos turísticos como el Big Sur, San Francisco, Las Vegas o el Gran Cañón del Colorado. Nos embarcamos en un road trip circular nada convencional con inicio y final en Los Ángeles, a través de los estados de California, Arizona, Nueva México y el oeste de Texas.
Como en todo gran viaje de carretera, nos aguardan largas distancias al volante por lo que conviene incluir una nevera portátil con víveres para el camino a bordo; ahorraremos tiempo y dinero. Fundamental, también, comprar un buen mapa del sudoeste americano y –para más seguridad– otro de cada estado que recorremos. Como tercera y última recomendación básica, conviene mantener el depósito de gasolina lo más lleno posible para evitar dolores de cabeza en aquellos tramos en los que no nos toparemos con una estación de servicio en muchos kilómetros.
Camino de Sedona (Arizona)
Llegar desde Los Ángeles a Sedona por la I40 lleva unas siete horas y media de coche (sin contar con el adelanto de una hora en el reloj al cruzar de California a Arizona). También por las frecuentes paradas que exige el atractivo del camino. Además, la tentación de conducir por la mítica Ruta 66 resulta inevitable en varios tramos y permite detenerse en verdaderos pueblos fantasma, como Amboy, aunque, eso sí, requiere pequeños desvíos.
La legendaria Route 66 fue clave en la modernización de muchos pequeños pueblos en su recorrido desde Chicago a Los Ángeles. El esplendor de la ruta provocó el auge de dichas poblaciones, así como también su posterior decadencia. Lo que ahora queda a los ojos del viajero son paisajes fotogénicos, hostales cerrados y edificios abandonados. Camino a Sedona se atraviesa por el desierto de Mojave, cuya vegetación y contrastes amenizan la travesía. Por ejemplo, el último tramo que se recorre antes de alcanzar esta ciudad del centro de Arizona, que asciende por una pequeña y sinuosa carretera surcando un sugerente paisaje montañoso.
Sedona (Arizona)
Cercano a la localidad de Flagstaff –parada imprescindible para muchos de los visitantes del Gran Cañón–, el pueblo de Sedona, pequeño y básico, está repleto de tiendas y restaurantes para turistas. Sin embargo, resulta fácil evitarlos si nos centramos en su principal atractivo, sus rutas de senderismo, que permiten contemplar formaciones rocosas únicas (en verano, eso sí, se convierte en un reto debido al calor). Las diferentes tonalidades del marrón al rojo se mezclan en la inmensidad de un relieve capaz de dejar perplejo a cualquiera. El invierno puede teñir de blanco el sistema montañoso que rodea Sedona, mientras que el otoño y la primavera tiñen el escenario con una gama de colores interminable. Como visita curiosa, se puede realizar un tour por los vortex que rodean Sedona, como el Airport Mesa, formaciones rocosas con interés no solo paisajístico; algunos las consideran auténticas fuentes de energía positiva.
Rumbo a Santa Fe
A poco más de dos horas de Sedona en dirección a Santa Fe por la Interestatal 40 conviene hacer un pequeño desvío, tomar 180 en Holbrook y atravesar el parque nacional del Petrified Forest antes de incorporarse de nuevo a la I40. El paisaje en algunos puntos es tan peculiar que parece que estamos en otro planeta. Se trata de uno de los lugares del mundo más interesantes para ver fósiles del Triásico: troncos de enormes árboles prehistóricos petrificados que han viajado en el tiempo con el movimiento de las placas tectónicas. Resulta interesante visitar el museo local y detenerse en algunos de los 12 puntos de interés del parque natural, especialmente Crystal Forest y Blue Mesa. Sin contar con las paradas, el tiempo estimado para esta etapa es de seis horas.
Santa Fe (Nuevo México)
El estado de Nuevo México, la tierra de los encantos, y en especial Santa Fe y sus alrededores, conforman uno de esos entornos mágicos de Estados Unidos. Los primero que llama la atención es la arquitectura, con las típicas casas de ladrillo de adobe color marrón y las esquinas redondeadas de sus edificios. La influencia española, mexicana y del pueblo nativo americano es todavía notoria y nos introduce a otro de los mayores atractivos: la población local.
La gastronomía es, probablemente, la mejor en toda esta ruta y cualquier restaurante ofrece productos de categoría y sabores variados. Es esencial probar la sopa de chile verde, sobre todo en otoño e invierno. La escena cultural de Santa Fe es muy activa, con museos históricos y artesanía local que merece la pena explorar. Y si nuestro presupuesto es generoso, podremos relajarnos en un spa al aire libre y disfrutar de un masaje que nos repondrá para lo que resta de viaje.
Pueblo de Taos
Escapada natural para los residentes de Santa Fe (está a hora y media hacia el norte), esta ruta escénica atraviesa pueblos de lo más genuino antes de llegar al destino final. Es bueno tomarse tiempo y contemplar las influencias que han hecho de esta zona un lugar de peregrinación y retiro espiritual para artistas y visionarios. Nambé y su cascada; Chimayó con su santuario y la diminuta iglesia construida alrededor de 1814; Trucha y Peñasco. Según Julio González, un sacerdote español destinado en Chimayó, los salmos en las misas se siguen realizando en castellano cervantino.
El pueblo de Taos descansa en la Sierra de la Sangre de Cristo y los nativos americanos que residen allí suelen compartir con los visitantes historias de los tiempos en los que el pueblo aún no había recibido el impacto del turismo. Vale la pena visitar las experimentales Earthships (casas autosuficientes hechas con elementos reciclados), pasarse por Rio Grande Gorge Bridge, realizar algunas ruta de senderismo y rascarse el bolsillo para comprar artesanía local o y pan tradicional.
Marfa (Texas)
El viaje en coche desde Taos a Marfa es el más largo de la ruta, unas nueve horas de carretera más otra extra por el cambio al horario central. Nos dirigimos al sur, cerca de la frontera con México. Marfa está en medio de la nada aunque tiene algo que la hace especial: es una de las mecas del diseño y el arte minimalista en Estados Unidos. Dicen los lugareños que Ingvar Kamprad, fundador de IKEA, ha pasado temporadas en Marfa para nutrirse de las tendencias que surgían aquí. Muchas galerías tienen sede en Marfa y artistas de todo el país peregrinan hasta este emplazamiento provisto de un par de supermercados, restaurantes y algunos hoteles (aunque Airbnb es la opción más económica).
En The Lost Horse Saloon se puede conversar, bourbon en mano, con rancheros locales, incluido el propietario, Ty Mitchell. Un bar cuyo parking está cubierto de chapas de botellas y que permite comprender de qué madera están hechos los cowboys. Internet llegó a Marfa en 2016 y la conexión todavía deja mucho que desear. Merece más la pena centrarse en las enigmáticas Luces de Marfa, que suelen aparecer misteriosamente en el horizonte. Los amantes de la astronomía tienen una cita en el Observatorio McDonald, que conviene reservar con antelación.
El Paso (Texas)
Comenzamos el camino de vuelta por la I10 –que no abandonaremos hasta el final de la ruta– hasta El Paso, a tres horas de distancia de Marfa. Se trata del punto más cercano a México, justo en la frontera con Ciudad Juárez, y la influencia es notoria. Gastronómicamente, solo hay una opción viable, en la que Chico’s Tacos es un lugar a tener en cuenta, aunque el lugar más icónico es L&J Café, donde cada noche se reúne los locales, mezclando un español e inglés perfectos y ataviados con sombreros tan grandes como las hebillas de sus cinturones. Hay hoteles muy económicos para pasar la noche antes del viaje a Tucson.
Tucson (Arizona)
Volvemos al horario de montaña, es decir, atrasamos el reloj una hora, y llegamos a Tucson en menos de cinco horas. Los cactus invaden el paisaje e incitan a visitar el Arizona Sonoma Desert Museum, que reúne especies de animales y plantas autóctonas, así como contenido histórico sobre la zona que ayudan a entender la diversidad de este emplazamiento árido. Vale la pena dar una vuelta por el colorido centro histórico y ver qué se cuece en el Gaslight Theatre, donde suele haber representaciones teatrales, comedia y conciertos.
Joshua Tree (California)
El regreso a California (y al horario del Pacífico) lleva unas de cinco horas de conducción hasta llegar hasta Joshua Tree. La oferta de alojamiento es muy variada –de nuevo gracias a Airbnb– y se pueden encontrar casas rodeadas por una vasta extensión de terreno. Este jardín circundante es el parque nacional de Joshua Tree donde el grado de relajación del visitante puede alcanzar cotas altísimas. La oferta para los más activos incluye escalda, búlder y senderismo diurno y nocturno, y aquellos que sintieran la energía positiva de los vortex en Sedona no dudarán en apuntarse a una sesión de meditación en el Integraton. Eso sí, reservando con mucha antelación.
Los Ángeles
Regresamos al punto de partida tras conducir durante algo más de dos horas desde Joshua Tree. Aunque suele ser considerada como una ciudad de tránsito, Los Ángeles tiene mucho que ofrecer y no está de más pasar un par de noches o tres para explorar una diversidad urbana que va más allá de los habituales puntos turísticos. Pasear en bicicleta por Venice Beach, ver la puesta de sol desde el Observatorio Griffin, perderse en el lago Shrine, disfrutar de sus food trucks más populares o adentrarse en Korea Town o cualquiera de los barrios que reflejan la riqueza cultural de esta ciudad. Como en el resto de este roadtrip alternativo, en Los Ángeles siempre hay propuestas poco convencionales que nos sorprenderán de manera muy positiva.
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