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Fuera de ruta

Sri Lanka y los arrecifes del dios mono

La mitología hinduista marca el viaje por el norte de la isla asiática, entre estatuas de Shiva y playas como las de Nilaveli

Siendo Sri Lanka el país de la serendipia, la facultad de encontrar cosas maravillosas e inesperadas, el norte de la isla se llevaría la palma con más motivo. Desde 1999 los tigres tamiles han dejado las armas y se han abierto los caminos. Un viaje al mundo tamil, y a la cultura hinduista del norte, puede empezar en Anuradhapura, capital cingalesa durante casi milenio y medio, y aún punto sagrado para los budistas. Un rosario de pagodas se disemina por una ciudad rebosante de tesoros. En el monasterio de Jetavana han aparecido cuentas de jade, peines de marfil y el Prajna Paramita Sutra, un libro en idioma pali con gruesas láminas de oro.

Se cree que Buda predicó en ese lugar y ahí cerca se alza tan lozano el mayor punto de atracción, el Jaya Sri Maha Bodhi, tenido por el árbol más sagrado de Ceilán. Procedería de un esqueje del Ficus religiosa bajo el que Siddharta Gautama alcanzó la iluminación. Pero eso fue en India, así que hubo milagro botánico. Si se juntaran todos los árboles sagrados de Asia (bohdi) se podría formar un bosque, no de forma distinta que con todas las reliquias de la Vera Cruz.

La capital de la región nororiental del país, ya en plena zona tamil, es Trincomalee (Trinco), hoy ciudad apaciguada junto a una bahía de las mejores del mundo, según alguien que sabía de eso, como Horacio Nelson. Con su contorno de 53 kilómetros, la bahía de Trinco atrajo la ambición naval de los colonialistas. La puerta del Fort Frederick lleva una inscripción de los holandeses de 1676. Antes de eso la fortaleza fue portuguesa y al final inglesa. Hoy sirve para circular hacia la Swami Rock, una peña de 110 metros desde donde el mar parece hervir con sus espumas. Arriba se enseñorea Thirukoneswaram, uno de los mayores templos hinduistas de Sri Lanka. Una gigantesca estatua de Shiva (Konesvara) de color azul chillón antecede el templo de las mil columnas. Destruido por los portugueses, ya era famoso cuando reinaba Mahasena (siglos III y IV antes de Cristo). En 1963 debió haber algo de serendipia cuando los buceadores, rastreando el mar de abajo, encontraron un lingam de Siva en piedra y tres imágenes en bronce.

Javier Belloso

A otros les mueven más las playas de Nilaveli, una ribera de 20 millas de arenales y palmeras, un nuevo destino turístico del Nordeste tras los desastres de la guerra. Los corales son dignos de verse, siempre con cuidado de los abundantes erizos y medusas. Más al norte, el litoral se fragmenta y a veces se necesita ir en ferri. En la laguna de Kokkilai se observan, desde una balsa de goma, pelícanos y flamencos.

Ya aquí el objetivo es Jaffna, la pretendida capital de los tigres tamiles. La ciudad sigue en proceso de recuperación, pero con un vivaz comercio de joyas y tejidos. El monumento más destacado es el fuerte de Jaffna, con forma de estrella de siete puntas. Primero estuvieron los portugueses en 1619, luego los holandeses y por fin los ingleses. En 1904 Leonard Woolf, el marido de Virginia Woolf, pasó una temporada como empleado del Gobierno en la King’s House del fuerte, una casona con una veranda de más de 50 metros. Una lápida en Groote Kerk, la iglesia holandesa del fuerte, recupera el famoso epitafio latino: “Fui quod es, / eris quod sum” (lo que eres yo fui / lo que soy, serás). Otra clase de serendipia.

Cabeza de caballo

A tres kilómetros de Jaffna, en Nallur, floreció la antigua capital del reino tamil. El templo Kandaswamy es de Murugan, el hijo de Shiva y dios predilecto de los tamiles. El santuario fue quemado por los portugueses, reconstruido en 1807, y hoy son célebres sus fiestas y procesiones de carrozas. Ya ahí vienen ganas de ver el final de Sri Lanka en Point Pedro, el cabo más septentrional de la península de Jaffna, con su faro y su puerto de pescadores. Al oeste la sorpresa se ubica en Maviddapuram Kandaswamy, templo erigido en honor de una princesa que tenía cabeza de caballo. Para quitarse el problema esa princesa de los Chola del siglo VIII se bañó en las aguas termales del lugar y fue mano de santo. Hay quienes peregrinan ahí esperando arreglar su estética sin cirugía.

Una estatua de buda en Isurumuniya Vihara, en Anuradhapura (Sri Lanka).
Una estatua de buda en Isurumuniya Vihara, en Anuradhapura (Sri Lanka).Matthew Williams-Ellis (Getty Images)

Pero Jaffna, además de península, es un archipiélago. Más al suroeste, en la isla Mannar, salen los ferris para Rameshwaram (India). Son más seguros que el Adams Bridge, el rosario de arrecifes que Hanuman (el dios mono) usó como puente para invadir Sri Lanka con su ejército de simios en el texto épico Ramayana. En cambio, el ferri de Kayts lleva a los más conspicuos lugares de culto budistas e hinduistas. El monasterio de Nagadipa Vihara se construyó en uno de los tres sitios de la antigua Ceilán registrados como los de mayores posibilidades de haber recibido la visita de Buda (con Kandy y Kelaniya). No por eso retroceden los hinduistas tamiles. Al lado se alza el imponente Naga Pooshani Ammal Kovil, donde las familias tamiles llevan a bendecir a sus hijos recién nacidos. Otros aprovechan para comprar y tocar caracolas marinas.

Luis Pancorbo es autor de Al sur del mar Rojo. Viajes y azares por Yibuti, Somalilandia y Eritrea (Almuzara).

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