Alma Barcelona, un festín botánico en el Eixample

Es lo que tienen las ciudades compactas, que la mera existencia de un jardín en el interior de los edificios se convierte en un lujo cada día más insostenible. A menos que el espacio sirva para la hospitalidad temporal y de pago, como en el caso de un hotel. En plena Milla de Oro del Eixample barcelonés, donde Ildefonso Cerdà imaginó su ciudad de jardines interiores, otro impenitente soñador de espacios botánicos y tecnológicos regenta hoy uno de los alojamientos más inspirados de Europa, el hotel Alma Barcelona. Tras su paso por Berlín, Sevilla y Pamplona, Joaquín Ausejo consagró finalmente su experiencia a un inmueble de principios del siglo XX casi esquinero con el paseo de Gràcia.

Como otras muchas adaptaciones turísticas en la ciudad, nada es lo que parece. El clasicismo de la fachada esconde un edificio vibrante, refinado, conceptual en sus ambientes interiores y hermético a los ruidos exteriores. Habitan Arquitectos y los decoradores Paco Llonch y Nori Furlan consiguen una transición gradual del asfalto al vergel, del patio de luces al oasis vegetal bajo el cual se pasea, se pica, se cena, se conversa y se escucha música en vivo todos los fines de semana. Ausejo en persona recibe a los huéspedes bajo las estrellas.

Un atrio previo, estrictamente cartesiano, organiza el acceso a las habitaciones. Arriba, a lo largo de siete plantas, los corredores lucen alfombrados oscuros y ventanales cuadrados de suelo a techo. La sedosidad ambiental invita a ganarse el dormitorio sin hacer ruido, en un ritual casi convenido con el resto de los inquilinos. Rasilla y estucados, acero y maderas de cedro, iluminación rasante que refuerza la semipenumbra del descanso. Espacios clásicos y, a la vez, contemporáneos. Cuartos de baño radiantes de limpios y bien servidos. Almohadas y colchones gosipinos. Televisores Loewe y telefonía Punkt. Y tantos otros detalles de un hotelero experimentado como Joaquín Ausejo. Una parte de las habitaciones, las más clásicas, miran a la calle de Mallorca, que también introduce desde sus balconadas el nervio elegante de la ciudad.

Por un puñado más de euros cabe la posibilidad de pernoctar en la suite Alma, la grande del ático, dotada de un rincón con sillones Eames y una coqueta terraza.

La necesidad de oxígeno limpio nos devuelve a ese Jardín del Alma que fluctúa entre el día y la noche, el otoño y la primavera, con su propuesta de desayunos informales, sus almuerzos protegidos bajo una carpa, sus secuencias vespertinas de tapas y cócteles o sus cenas a la luz única de las velas. Muchos barceloneses se reúnen en torno a la barra, mientras Ausejo padre introduce en sociedad a Joaquín Ausejo hijo, nuevo impulsor de su Alma.

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