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Ese cruel aire acondicionado

La novelista Ángela Vallvey vivió un viaje inolvidable por Vietnam, Laos y Camboya

¿Qué sucede con la memoria de los viajes para que, por muchas experiencias duras que se hayan vivido en el camino, al final el recuerdo casi siempre los dulcifica? Algo así le pasa a la novelista Ángela Vallvey, que acaba de publicar un libro de autoayuda, El arte de amar la vida (Kailas), con su periplo por Vietnam, Laos y Camboya. Vio algunas cosas que la horrorizaron, se agarró una tremenda infección y creyó que moriría en un río revuelto. Y ¿qué dice ahora de aquel mes y medio que pasó en la zona? Que fue inolvidable.

¿Iba por su cuenta?

Fue una cosa bastante improvisada, pero salió muy bien. Íbamos con la Lonely Planet bajo el brazo. Volamos a Bangkok y de ahí pasamos a Laos, que es un país que merece la pena descubrir. Al estar tan aislado, no se ha contaminado por las influencias del resto del mundo. Eso sí, como pervive la dictadura comunista, te encuentras con unos funcionarios implacables.

Creo que Camboya la noqueó…

Es que es un sitio excepcional. Por un lado tienes el esplendor del imperio jemer y una ciudad como Angkor Wat, que es una de las maravillas del mundo, y por otro esa pobreza tan obscena. Vi cosas que me crearon una crisis terrible, sobre todo en torno a la prostitución infantil. Ves a occidentales de la mano de niñas de 10 o 12 años y se te revuelve todo. No puedes hacer nada.

No enfermaría por la comida.

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No, qué va. La comida del Lejano Oriente me encanta; no me canso nunca. La cosa es que cogí el tren de la reunificación de Vietnam, que atraviesa el país de norte a sur. Iba en la clase lujosa y tenían el aire acondicionado a toda pastilla, ideal para congelar besugos. Había un crío que no paraba de estornudarme encima y me contagió. Primero fui a un médico de Ho Chi Minh que me recetó unos antibióticos como para tratar caballos de carga y me hicieron polvo el estómago. Al final lo arrastré durante unos 12 días hasta que di con el doctor de un hotel.

¿Y lo del río?

Hicimos un trayecto por el río Mekong. Negociamos con un particular y el tío nos paró en medio y nos hizo cambiar de barca como tres veces en un ambiente espeluznante. Con un río rojo, enfangado, polvoriento… No paraba de pensar: voy a morir aquí y va a ser una muerte ridícula.

Pero el viaje genial, ¿no?

Fantástico.

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