Lisboa es otra cosa
Deslumbrante y multicultural, la capital portuguesa tiene cada vez más admiradores. Cálidos hostales, vida de barrio, noches inesperadas y tabernas familiares. ¡Así da gusto!
Mamma Isabel ha preparado sopa de espinacas y bacalao a la crema para los 40 jóvenes que llenan Home Lisbon. De los 70.000 hostales que hay en el mundo, este del centro histórico de Lisboa es uno de los mejores (ganador de los premios de HostelWorld en la categoría de establecimientos de tamaño medio). “No sabemos por qué”, explica Bárbara, cuñada de Mamma Isabel y gerente del hostal. “Son los clientes que votan en la web; pero creemos que la diferencia es la atmósfera. En un hotel nunca te sientes como en casa; aquí sí”.
Lisboa fue la capital europea con mayor crecimiento de turismo en 2013, un 15,3% respecto a 2012, y no va a parar. Este año está previsto que se abran 17 hoteles en la ciudad, muchos de ellos hostales que adaptan palacetes y casonas de viejo esplendor.
De las paredes de Home Lisbon cuelgan fotos de la familia propietaria, de bodas y bautizos de abuelos, padres e hijos, antes en sepia, ahora a colorines. La tradición comulga con la última tecnología, con los ipads de la sala y las pulseritas de los huéspedes, que les da acceso al hostal, a su habitación y al cofre que guarda sus pertenencias.
En la calle resuena el tram tram del tranvía 28, que baja del cementerio de los Placeres y las cristalerías de São Bento, trepa hasta la plaza Camões, la Brasileña y la librería Bertrand, y se despeña en busca de las supervivientes mercerías de la Rua Conceição, la de Nardo o la Concellos y Coelho, tan antigua que su propietario se la cedió a sus tenderos, que ahí siguen vendiendo botones y puntillas. Franquicias y cadenas no han acabado —todavía— con esta Lisboa de ensueño; con este comercio a la unidad y al centímetro ni con sus tabernas, donde la familia propietaria se mantiene delante y detrás de la barra. Aguantan porque —salvo incendios y terremotos— Lisboa aguanta casi todo...
Las tiendas de café en grano de la calle Garret, los garitos de fado de Alfama, el roscón de reina de la Confitería Nacional, los carteles de un partido comunista tan añejo —¡abajo el euro, arriba los sueldos!— como sus iglesias, la de San Roque, la de los Italianos, la de San Sebastián...; las santas paredes de Vhils, PixelPancho o Tamara Alves, grafiteros sin fronteras; el muro azul del Psiquiátrico, el café de la esquina, y la ginginha de Espinheira, un billar en el Pavilhão Chinês, el bistec en el Snob, el cortejo en La Pensión del Amor y el último gin-tonic en el Procópio. A Lisboa se viene a vivir, no a ver.
“La gente llega con expectativas más bajas de lo que luego encuentra, y, claro, se va encantada”, cuenta Paula Oliveira, directora del turismo de la ciudad. “No hay un icono que represente a la ciudad; su atractivo es una mezcla de todo, cultura, buen ambiente, buen clima, gastronomía y relax; todo se puede hacer a pie; no existe el estrés que da la obligatoriedad de visitar algo”. En sus encuestas, sobre 10, el grado de satisfacción del turista es de 9,3, y el 62% dice que volverá.
La ciudad está recibiendo la pasión que antes absorbieron Berlín, con la caída del Muro, o Barcelona, cuando se levantó olímpica. En el caso de Lisboa, el viajero duda de si se está cayendo o se está levantando, y goza de esa maravillosa incertidumbre. “Obra a obra, Lisboa mejora”, anima una campaña municipal con mesura inexorable. “Compre ahora, pague después”, dice otra que fomenta la rehabilitación de edificios en las últimas.
Lisboa resiste milagrosamente el transformismo turístico del fin de semana que a tantas ciudades las ha convertido en parques temáticos. Lisboa es otra cosa. En el tiempo perdido de esta ciudad hay sitio para la pasión sin que la coarten un guarda —los hay, mas no se sabe dónde— o una ley. Las noches de Bairro Alto y de Cais de Sodre se llenan de bebedores superresistentes y gargantas superprodigiosas; en los días de lluvias, los peces del río, como en el villancico, saltan por las calles y tratan de esquivar submarinos a media inmersión que hasta hace un rato eran automóviles. El viajero se mueve entre una seguridad casi absoluta y la educada paciencia del autóctono, quien, pese a tanta algarabía, no se ha contagiado de sus prisas, que el portugués es de poco mudar.
Aquí llegó y aquí se quedó, abducida, la fotógrafa Camilla Watson. Los retratos a sus vecinos adornan las paredes del barrio de la Morería, donde aún se dice buenos días, buenas tardes y buenas noches mientras se pasea entre la ropa tendida y el olor del curri. En una callejuca bajo el castillo nació el fado, el lamento, dicen, de una prostituta que cantaba con navaja en la liga, y en la de al lado resiste la primera casa que los jesuitas levantaron en el mundo antes de salir a conquistar Mozambique, Goa y el más allá.
No hay un centro de capital con tantas razas de tantos colores de tantos continentes. Por la avenida Libertades se van de compras los angoleños ricos; en la calle São Paulo se aposentan los jóvenes makers y artistas europeos; en la Palma, los chinos de Macao, y en Benformoso, los indios de Goa. La burocrática Lisboa le debe a sus excolonias un vitalismo mágico de sus antes esclavos o súbditos y hoy señores cuando no amos que han extendido su música, su literatura, su gastronomía y hasta sus telenovelas para convertir esta vieja ciudad europea en la más variopinta y efervescente.
Entre jóvenes y no tan jóvenes de una docena de países, Mamma Isabel levanta su vaso de aguardiente y brinda con un canadiense que llegó para dos días y va para dos meses sin saber por qué. “Por las tostadas de mamma”, grita un noruego. Y Mamma Isabel se llena de orgullo. “Adoro esta vida”. Y con la misma confianza, Oliveira, directora del turismo, desvela el secreto invendible, incopiable, de su ciudad: “Lisboa no son sus monumentos; son sus sentimientos”.
10 sitios increíbles y (casi) sin turistas
La ciudad anima a que el viajero descubra sus propios rincones. Paseando sin rumbo y olvidando prejuicios, las sorpresas están garantizadas. Estas son algunas maravillas de la Lisboa discreta. Tan discreta que, a veces, ni se deja ver.
01 Ateneo Comercial
Este palacio es un túnel del tiempo. Pase, suba y abra portones de madera como si fueran un laberinto: uno da a salones de lámparas rococós, otro descubre una piscina o un polideportivo poliderrumbado. Este escenario de Blade Runner se trasnocha en lugar de copas de gente única.
Rua das Portas de Santo Antão, 110.
02 Jardín Tropical
La marabunta que rodea al monasterio de los Jerónimos y a la pastelería Pastéis de Belém oculta este remanso de paz. Creado en 1906 como Jardín Colonial, no es una exhibición más de pinos, robles y flores; es una recreación de la selva. La intimidad de los sinuosos caminos, los pequeños ríos y lagunas y las esculturas de indígenas nos trasladan al exuberante Macao.
Largo dos Jerónimos.
03 Vila Berta
Una colonia industrial, escondida tras la populosa parada final del tranvía 28, en la cumbre de Graça. Una callejuca con dos hileras de casitas con terrazas de hierro forjado fueron levantadas para los obreros a comienzos del siglo XX.
Rua Vila Berta.
04 Campo de Ourique
No tiene nada espectacular, pero es un barrio encantador, armonioso arquitectónicamente, todo en cuatro pisos, de estilo racionalista de los años sesenta; para el turisteo, la casa de Pessoa y el mercado municipal reconvertido en mercado-boutique.
05 Capilla de Santo Amaro
Se dice que en 1549 marineros gallegos levantaron esta capilla sobre el Tajo y, desde mediados del siglo XX, bajo el puente del 25 de Abril. Es un oasis urbano semiabandonado. Se abre al público en contadas ocasiones, pero siempre está a la vista su atrio semicircular forrado de azulejería polícroma, casi intacta.
Calçada de Santo Amaro.
06 Plaza de las Amoreiras
Sombría, tranquila, escondida, con un agradable quiosco de primeros auxilios (café y sopa), y en una esquina, la Mãe d’Água, la cisterna subterránea que recogía en el siglo XIX el agua del acueducto que muere allí.
07 Palacio Burnay
Fue embajada de España, pero el nombre se debe al banquero que lo compró posteriormente, y que lo enriqueció con pinturas y estucos. Hoy cobija a algún organismo público que lo mantiene cerrado. No dejan pasar del hall, y solo eso es una maravilla.
Rua da Junqueira, 86.
08 Jardín Bordallo Pinheiro
Si Barcelona tiene a Gaudí, Lisboa a Rafael Bordallo Pinheiro (1846-1905); aquel arquitecto, este dibujante y ceramista; aquel meapilas, este sátiro de los poderosos; ambos con ilimitada imaginación. El Museo de la Ciudad ha recreado su jardín con cerámicas naturalistas de Bordallo: gigantescos lagartos trepan por las paredes; de la fuente surgen caballitos de mar, cangrejos y mejillones; moscones de los parterres y macacos de los árboles; los caracoles se arrastran por la arena y un gato negro escaldado vigila todo el lío. Una locura.
Campo Grande, 245.
09 Cementerio inglés
Abierto en 1724 para dar sepultura a los británicos impíos, es el camposanto más antiguo de la ciudad y un remanso de paz y de historias curiosas. Basta cruzar la calle para adentrarse en el jardín romántico de Estrela con un quiosco de música y otro de tentempiés, entrañables.
10 Museo Militar
El patio de los cañones es único. En sus cuatro paredes, mosaicos de azulejos describen las batallas más importantes de la historia de Portugal, de la reconquista de Lisboa a la I Guerra Mundial.
Largo Museu da Artilharia.
10 tabernas
Si no se llega después de las tres de la tarde, almorzar en Lisboa es el menor de los problemas. Sus tascas, extintas en otras capitales, aquí gozan de buena salud. En general, sorprenden por su pulcritud y precios.
01 Sé da Guarda
Cerca de la torre de Belém. Inolvidables sus pescadillas que se muerden la cola. A mediodía se forman filas en la calle. Unos 10 euros por persona. (Rua Sport Algés e Dafundo, 16).
02 Zé dos Cornos
Mesas corridas y colas para probar sus costillares a la parrilla y sus codornices. Unos 10 euros. (Beco dos Surradores, 5).
03 Cantinho do Aziz
Aquí la comida es mozambiqueña de verdad, con sus chamuças y piri-piris. Cinco euros. (Rua das Fontainhas a São Lourenço 5).
04 O Trigueirinho
Cila y Laurinda cocinan un arroz de pulpo impecable. Si añadimos que viven en la encantadora callejuela de los Trigueros, el placer se prolonga. (Largo dos Trigueiros, 17).
05 La tasca de la Rua das Flores
Ojo, es el único local de la calle que no tiene nombre. Inigualables los pasteles de bacalao. El problema es que haya sitio. Menos de 10 euros. (Rua das Flores, 82).
06 Churrasco da Graça
El tranvía 28 escala hasta la colina más alta de la ciudad y para frente a esta churrasquería, donde la parrilla es la reina de carnes y pescado. Impecable. Unos 12 euros. (Largo da Graça, 43).
07 A Provinciana
Amedio va cubriendo las paredes de relojes de madera que construye con sus manos. Las horas son cucharas, y los péndulos, botellas de whisky. Todos con la hora en punto. Ofrece un delicioso estofado de cabra y otros platos más comunes por 4,75 euros. (Travessa do Forno, 27).
08 Cantinho da Paz
Especializado en la comida india de Goa. Su especialidad son las chamucas, más bien picantes, y sus panes y curris. (Rua da Paz, 4).
09 Reviravolta
Comida portuguesa clásica y casera. Junto a la Fundación Saramago y la muralla. Unos 6 euros por persona. (Rua Bacalhoeiros, 16).
10 Doce Real
Una esquinita con cuatro mesas junto al más chic de los jardines: Parque Real. Aquí el postureo no se cobra, ni siquiera la calidad. Por 5 euros ofrecen sopa, espectaculares empanadas de gallina y champiñones, y café. (Príncipe Real, 119).
Siete colinas, mil vistas
En la ciudad de las siete colinas —700 imaginará el paseante— abundan los anfiteatros de este valle urbano. Los miradores seleccionados son únicos y gratuitos.
01 Parque Eduardo VII
El único con una perspectiva central, flanqueado a los lados por colinas. El verde del parque se funde en el horizonte con el azul plateado del río. (Alameda Cardeal Cerejeira).
02 Peña de Francia
Mira al lado contrario del Tajo. Solitario y diferente. (Rua Marques da Silva).
03 Torel
Cuelga sobre la avenida de la Libertad. Un jardín vertical con terrazas a distintas alturas y bancos para descansar. (Travessa do Torel).
04 Nuestra Señora del Monte
En el barrio de Graça, debe su nombre a la capilla del lugar, muy visitada por embarazadas, pues dice la leyenda que su Virgen asegura partos sin dolor. (Rua da Senhora do Monte).
05 Pollux
Unos grandes almacenes en decadencia con cafetería en lo alto donde solo abundan los dependientes. Y las vistas, claro. (Rua dos Fanqueiros, 276).
06 Santa Lucía
Con el de la Puerta del Sol, es el de más barullo, por la parada del tranvía 28 y las vespas tuktuk. (Largo de Santa Luzia).
07 San Pedro de Alcántara
En el Bairro Alto, enfocado hacia el castillo de San Jorge, no hay mejor atalaya para comprender la ciudad. (Rua São Pedro de Alcântara).
08 Rocha do Conde de Óbidos
El acceso desde el Tajo es por una monumental escalera en cruz que quita la respiración, en el doble sentido de la expresión. No olvidar la cafetería del Museo de Arte Antiga. (Jardim 9 de Abril).
09 De las Necesidades
Cercano al puente 25 de Abril, solo para lugareños. Al lado hay un precioso jardín igual de solitario. (Largo das Necessidades).
10 Molinos de Santana
El más extraño. En lo alto del barrio de Restelo aguantan dos molinos del centenar que hubo en el siglo XVIII para abastecer de harina a la ciudad. A sus pies está la iglesia más estrambótica de Lisboa. (Rua Tristão Vaz).
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