Meninos y menhires
Évora, la capital del Alentejo portugués, sorprende al viajero con una iglesia revestida de huesos humanos, una universidad que funciona desde hace seis siglos y un intrigante yacimiento neolítico
Un aguacero tropical nos recibe en Évora, que goza desde 1986 de un bien merecido título de patrimonio mundial; pocas ciudades pueden presumir de contar con un buen museo moderno, una universidad con las aulas activas desde hace seis siglos, mezcla de morería y cristiandad, templos paganos romanos y un entorno neolítico de hace 7.000 años. Esta ciudad de 50.000 habitantes, vestida de albero y blanco, reluciente cuando brilla el sol, guarda entre sus puertas la historia de la humanidad.
8.30 Desayuno en las Arcadas
El aguacero no deja opción a tomarse el café y la típica quesadinha en la plaza de Giraldo (1). Hay que cobijarse bajo las arcadas del café del mismo nombre, que hace las veces de gran casino de pueblo. La plaza es el corazón de la ciudad monumental, con sus bancos, su oficina de turismo, la iglesia y una fuente, que en sus buenos tiempos recibía el agua directamente del acueducto, del que aún se conservan varios kilómetros. Escampa y empiezan a llegar autobuses de jubilados nacionales y extranjeros en visita exprés. Con el sol, la luz rebota en el pavimento de piedras y en las paredes de las casas, todas encaladas y rematadas de albero.
9.30 El saber ocupa lugar
El trazo de piedrecitas blancas delimita la acera de la calzada en la calle que conduce a la universidad (2); se sabe porque todos los jóvenes caminan en la misma dirección y frenan en el mismo punto. El edificio universitario podría parecer una iglesia, pero es el colegio que los jesuitas fundaron en 1559. Y aquí sigue, impoluto, dando el mismo servicio que hace seis siglos. Los locales se ufanan de que tienen la universidad en activo más bella, superior a la de Coimbra. Aquí se aprovecha todo. La biblioteca actual era la sala de bellas artes, como se sugiere por sus pinturas en el techo. Las celdas de los religiosos son ahora despachos de profesores, y las aulas que enseñaron filosofía entonces la siguen impartiendo en la actualidad. Las clases mantienen su bancada antigua, su azulejería original y hasta el púlpito —la cátedra— donde el profesor recitaba su lección magistral. A estas paredes cargadas de historia se le han añadido pizarras electrónicas propias del siglo XXI.
11.00 Callejeo por la Rua do Cano
De calles tan cuidadas, por dentro y por fuera —está prohibida la instalación de ascensores en las casas—, la ciudad es un laberinto en donde es difícil distinguir un lugar de otro. Pero eso no ocurre con la Rua do Cano (3), que se apoya en el viejo acueducto y que, aun inservible, aquí sigue. Bajo sus ojos han crecido las casas, en alguno se ha dejado paso a otra calle, en otros ojos se da espacio para que salga una chimenea o el estudio de algún arquitecto exquisito.
13.00 La fachada de los hotentotes
El callejeo nos lleva a la puerta de la Morería, lo mejor de un barrio con el mismo nombre pero que no merece más atención que un pequeño piscolabis en el Botequim da Mouraria (4). Deambulando entre callejucas —todas igual de bonitas, todas igual de limpias—, sale al encuentro la catedral (5). Es grande y extraña, más parece un castillo de los Windsor. Tampoco le va a la zaga la iglesia de Graça (6), con cuatro grandes hotentotes que guardan la fachada. No parecen santos ni demonios, más bien atlantes, aunque aquí les llaman Meninos. En ambos casos, lo mejor se ve desde fuera. Tampoco es preciso entrar en el Templo de Diana (7) porque esta columnata de los tiempos romanos (siglo I) es translúcida, y gracias, porque durante estos siglos ha servido para casi todo menos para Diana, de armería a matadero. Finalmente reluce como decorado fotográfico de la ciudad, en una plaza que mira hacia la vega.
15.00 Almendras de piedra
Si se traspasan las murallas medievales se puede subir a un tren del siglo XX y, a 13 kilómetros, viajar a otra civilización o lo que fuera el Neolítico. En medio de un mar infinito de alcornoques, descorchados de cuello para abajo, se llega a una explanada pelada donde despuntan decenas de piedras en forma de almendras. No hay en la Europa atlántica un espacio tan extenso, variado y por otra parte intrigante, y, además, al albur de cualquiera que pase por aquí. Ni vallas ni prosegures a la vista. Este rebaño de gigantescas peladillas, algunas de ellas labradas, se completa unos kilómetros más allá con un solitario menhir de varios metros de altura. Según los guías Mario y Catarina, nuestros antepasados habrían elegido este lugar por ser el cruce de las cuencas fluviales de los ríos Tajo, Sado y Guadiana. Alrededor de Évora hay más de 3.000 localizaciones arqueológicas, pero el Cromeleque de Almendres (8) es el más espectacular de todos.
17.00 Una iglesia algo tétrica
Dejamos las piedras para interpretar los huesos. De regreso al cogollo de la ciudad vamos a la iglesia de San Francisco (9) (siglo XV). Es interesante, con su nave central de gran anchura y mayor altura, sin columnas que la sustenten, pero es por la capilla de los huesos por lo que estamos aquí. Dice la historia que a tres monjes franciscanos se les ocurrió la idea de revestir paredes y columnas con huesos y esqueletos de sus cofrades con el afán intelectual de reflexionar sobre la condición humana. Paredes y columnas han sido revestidas enteramente de huesos, pero no al albur, sino metódicamente colocados, tibia con tibia, fémur con fémur, occipital con occipital. Los capuchinos de la iglesia de la Concepción en Roma también hacían algo similar, pero ni con tanto hueso ni con un orden que raya en lo patológico. Dicen que aquí hay huesos de 5.000 esqueletos. ¿Todos de curas? Sospechosa la procedencia y, si es así, también el índice de mortandad de la comunidad.
20.00 Cena con fados
Junto a la plaza de Giraldo se encuentra uno de los buenos restaurantes de la ciudad, el Café Alentejo (10). Es fundamental probar la acorda alentejana (sopa a base de agua, cilantro y un huevo hervido), el arroz de pato churrascado y el bacalao gratinado, aunque las galtas de cerdo también son sobresalientes. Pero no estamos aquí solo por el yantar. Esperamos que la noche caiga, que el ambiente se caldee con el vino alentejano y que el dueño se arranque por fados, acompañado por amigos y otros valientes.
23.00 Copas entre conventos
No hay que engañarse, la noche no es lo fuerte de Évora, aunque hay cierto ambientillo gracias a los universitarios. Lo más agradable es el Estrela d’Ouro (11), que aprovecha un antiguo palacete al que se le han añadido los básicos: buena ginebra y buen wifi, antes de retirarnos al convento. En la Posada dos Lóios (12) se puede dormir en antiguas celdas y comer en el antiguo refectorio; es decir, vivir como un cura y pagar como un guiri (150 euros).
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