Noches de ‘bel canto’

"Un solo instante i palpiti”, declama el tenor mirando al tendido “del suo bel cor sentir”, mientras ella se pasea entre las mesas. La noche comienza en el restaurante del hotel Ópera con Una furtiva lagrima, aria de L’elisir d’amore,de Donizetti. Durante la cena se suceden otras romanzas célebres. En ocasiones, el drama cobra tal intensidad que los comensales dejan de masticar. Tragar es misión imposible. Con un nudo en la garganta, el público rompe en aplausos y emprende una veloz carrera de deglución antes de que el aria siguiente provoque un atragantamiento. Ciertas coloraturas, capaces de romper las copas, se hacen risibles para una zona de la platea. La experiencia es única, sin duda. Aunque siempre queda la duda de si una ópera debe ser interpretada al borde de la digestión.

El Ópera es un establecimiento que ha conquistado su fama gracias a noches como ésta. Quizá porque estar situado frente al templo madrileño del bel canto, el Teatro Real, y a dos pasos del Palacio Real conduce necesariamente a una conexión con este mundo de alta prosapia.

Otro tenor es que sus instalaciones merezcan semejante dignidad. No tiene garaje, pero sí un convenio con el aparcamiento público de la plaza de Oriente, a 27 euros el día completo. Tampoco cuenta con grandiosas zonas comunes, pero sí con seis salas de convenciones, un gimnasio, una sauna y un bar inglés. Todos decorados en clave minimalista, en tonalidades neutras, con mobiliario natural, ambientes no exentos de elegancia y acristalamientos varios al noble exterior.

De ningún modo las habitaciones reservan el esplendor vivido en el interior del Teatro Real, pero sí ofrecen comodidad, detalles funcionales y unas camas para embriagarse de sueño. Las hay de todo porte, generalmente pequeñas, acogotadas por el mobiliario. A cambio de ciertas estrecheces, los cuartos de baño incluyen un espacio de ducha con efecto lluvia sobre la cabeza. Las estancias más deseadas se encuentran —pura lógica— en el ático, abiertas al exterior con una terraza de madera listada y una apetecible bañera de hidromasaje acristalada. Para qué hablar de las vistas sobre los tejados del Madrid de los Austrias.

Lo peor del hotel surge, sin embargo, de su mejor condición: el emplazamiento ideal del edificio soporta, inevitablemente, los ruidos de la calle, que resultan insufribles los fines de semana.

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