A la espera en Jerusalén
De Estambul a Jerusalén, relato de un turista por Turquía y Oriente Próximo en los días del ataque de Israel a Gaza
Nuestro destino era Petra. A Amán tendríamos que haber llegado el 23 de julio. Pero antes, mi madre y yo decidimos visitar Estambul y Jerusalén. Pasamos cinco días en Estambul, instalados en uno de sus pequeños y deliciosos hoteles que abundan en Sultanahmet, concretamente en el Eternity Hotel. Este barrio, también conocido como el de las mezquitas, está lleno de vida y concentra las grandes maravillas de la ciudad: La Mezquita Azul, Santa Sofía, el Hipódromo, la Cisterna Basílica, el Gran Bazar o el palacio de Topkapi.
Las propuestas culinarias, desde un sencillo té hasta un especiado kebab pasando por un dulce baklava, se multiplican por las fascinantes callejuelas del barrio. Imprescindible cenar en uno de los restaurantes con mejores vistas al paseo de la ciudad, en la terraza del Seven Hills Hotel. Desde las alturas, se admiran los monumentos y se disfruta de una panorámica del Bósforo y su cuerno de oro. Además, sirven un pescado fantástico sin volverse locos con los precios.
A Jerusalén llegamos el 18 de julio [día número 11 de la denominada por Israel Operación Margen Protector]. Aterrizamos en el aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv, que ha llegado a registrar hasta 12 millones de pasajeros anuales (datos del 2010). Esa mañana de julio solo se podían ver en las pistas cinco o seis aviones, la mayoría de la compañía israelí El Al. Pasamos el control de pasaportes en cinco minutos y esperamos cerca de una hora a que se llenara nuestro taxi compartido (Sherut) para abandonar Tel Aviv con dirección a Jerusalén. Notamos una tensión en el ambiente desconocida para nosotros en nuestro destino anterior: la cosmopolita Estambul.
En una hora cruzábamos las puertas de la ciudad sagrada. En Jerusalén Este tuvimos que bajarnos del taxi para continuar a pie el recorrido hacia el St. George Hotel, establecimiento con una excelente ubicación entre las calles de Salah ad Din y Derech Shchem, que desembocan en la siempre concurrida avenida Sultan Suleiman, puerta de acceso a la ciudad vieja por la imponente Puerta de Damasco.
Sin prestar mucha atención, cruzamos la Puerta de Damasco en viernes de Ramadán. Una multitud de hombres y mujeres, a los que la policía israelí había impedido entrar en la vecina mezquita de Al-Aqsa, intentaban cruzar dicha puerta. Centenares de personas peleaban por entrar, mientras que un grupo semejante trataba de salir. Tras 20 minutos de empujones de la multitud, accedimos al barrio musulmán, lleno de puestos donde se pueden encontrar bolsos, frutos secos, camisetas de fútbol de todos los equipos del mundo, juguetes, dulces… Formado por laberínticas callejuelas, el mercado esconde, entre puesto y puesto, todo tipo de oficios artesanales. La salida del barrio musulmán es abrupta; las diversas zonas de la ciudad antigua se mezclan sin divisiones bien definidas. El más despejado, el barrio cristiano, cuyas calles, abiertas y luminosas, dan un respiro cuando has estado perdido y deambulando demasiado tiempo.
Las cancelaciones de última hora de numerosos grupos de turistas de todas partes del mundo nos dejaron una ciudad fácilmente transitable y cómoda para las visitas más populares: el Muro de las Lamentaciones, la iglesia del Santo Sepulcro, el Monte de los Olivos… La agencia Bein Harim ofrece recorridos guiados por la ciudad antigua, el mar Muerto, Haifa, Jericó o Belén. También es interesante optar por recorridos alternativos conducidos por guías palestinos. Sus folletos se pueden encontrar en el fantástico restaurante-bar Al-Mihbash en Nablus Rd, a solo tres minutos de la puerta de Damasco, y donde sirven un magnífico aleppo kebab que se puede acompañar de una fría cerveza palestina Taybeh. Muy cerca de allí hay que pasarse por el mítico American Colony Hotel, una buena opción para comer, cenar o tomar una copa en su precioso patio. De su carta destaca el tajín de cordero con ciruelas pasas. Para comer una auténtica cena de Ramadán no hay mejor sitio que el Philadelphia (9 Al-Zahra Street), lleno de familias de Jerusalén Este. Una gran jarra de refrescante zumo de limón da paso a numerosos platillos repletos de diferentes clases de humus, vegetales y cordero cocinado con hierbas y yogur. Es necesario reservar por la noche.
El miércoles 23 de julio teníamos previsto salir hacía Amán pero fue imposible. Nuestro vuelo con Royal Jordanian se canceló, como tantos otros. La compañía no se hacía cargo de los pasajeros abandonados en Israel y la embajada de España en Tel Aviv no podía ayudar con otras opciones para salir del país. Una amiga, desde San Sebastián, nos consiguió un vuelo de Tel Aviv a Madrid partiendo dos días después de la fecha que teníamos pensada. Jerusalén en esa semana avanzaba hacia el colapso. Las visitas de Ban Ki-moon y John Kerry cerraban todas las calles por las que pasaban; las manifestaciones por la prohibición de entrar a la mezquita a palestinos menores de 50 colapsaban algunas plazas y las continuas protestas en contra de la masacre en Gaza terminaban de dibujar una ciudad cada día más difícil.
La última noche en Israel la pasamos alojados en el Royal Beach Hotel de Tel Aviv y pudimos pasear por la playa hasta encontrar, casi por casualidad, el Tsfoni (Herbert Samuel 51), un fantástico chiringuito playero con excelente pescado a muy buen precio. Fue el momento de identificación plena con el Mediterráneo. De vez en cuando se podían escuchar (e intuir) los choques entre los cohetes de Hamás y la cúpula de hierro israelí (como denominan al escudo antimisiles). La tarde del 25 de julio acabó nuestro viaje. Atrás dejamos, en un vuelo de Iberia, un Ben Gurión desierto, con una sensación de alivio por salir de un país en guerra que se compaginaba con la congoja ante tanto inútil sufrimiento. A Petra viajaremos en otra ocasión.
{ "active": true, "code": "293983", "elementType": "offerExtension", "id": 13, "name": "JERUSALEN", "service": "tripadvisor" }
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.