Playera hora en tren
Viaje sobre raíles y con vistas al mar por la costa barcelonesa del Maresme
Como un placer intemporal hay que considerar la línea de rodalies (cercanías) R1 (www.renfe.es). Su tendido corre junto a la orilla del mar superpuesto al primer trazado ferroviario de España, Barcelona-Mataró (1848). Los contempladores de mar disfrutarán de un caleidoscopio de imágenes sobre una costa rectilínea, en la comarca barcelonesa del Maresme, salpicada de elementos de interés.
Una vez en la Ciudad Condal, los ferroaficionados harán bien en acomodarse junto a las ventanillas de la derecha. La estación de Sant Adrià de Besòs invita a contemplar las icónicas torres de la centenaria central térmica, de polémico futuro como atestigua la plataforma ciudadana constituida para su conservación. A buena marcha, antes de Badalona, detendremos la mirada en las naves modernistas de Anís del Mono, cuyos interiores de 1870 se visitan (933 84 17 50).
La megafonía —“Próxima parada: Montgat”— avisa de que el Maresme está al llegar. Expectantes, los viajeros amenizan la espera con los acróbatas del cable esquí acuático, inscribiendo en el aire piruetas de variada factura. Quién iba a sospechar que el Malamar Wakepark se halla enclavado en el antiguo solar de Lejía Conejo. De Unión Explosivos Riotinto queda en pie la torre, como vestigio de una arquitectura industrial ya sin retorno. La subasta de pescado se celebra a 5 minutos caminando desde la estación de Montgat Nord: de lunes a viernes, a las 13.00.
Una casa morisca
Si por algo es conocido el varadero del Masnou es por sus yates de ocasión; pero más interés concita el baixador (apeadero) de Ocata, donde el casino expone su nobleza modernista. Al arrancar, surgirá también a mano izquierda la neoclásica Casa de la Vila (Consistorio del Masnou); más difícil será, por la velocidad, reparar en la Casa de Cultura (1901), que acusa la influencia morisca.
Camino de Premià de Mar nos acompaña un paseo sin asfaltar, bancos, papeleras, ciclistas y paseantes que el pasajero singulariza. Colmado de barcas varadas en la arena, el espigón del Garbí indica que estamos en Vilassar de Mar. En estos paisajes fragmentarios dominan los cañaverales, salvo en las estaciones y céntricos bulevares, cuyas palmeras puntean la perspectiva.
A partir de Cabrera de Mar, la proximidad a la escollera es tan ostensible (unos 10 metros) que durante los temporales llega a suspenderse el servicio por una de las vías. Con la vista puesta en su imponente estació de 1905 (ventanilla izquierda), entramos en Mataró. Si nos da por almorzar, podemos bajar y en tres minutos ir al restaurante Lasal del Varador. Es un gustazo su paella de pulpitos y rape.
Guía
Información
» Comarca del Maresme (www.ccmaresme.cat).
» Mataró (www.mataro.cat)
» Vilassar de Mar (www.vilassardemar.cat).
» Sant Andreu de Llavaneres (www.santandreudellavaneres.cat).
» Sant Pol de Mar (www.santpol.org).
» Calella (http://calellabarcelona.com)
» Diputación de Barcelona (www.barcelonaesmoltmes.cat).
Un total de siete fortines playeros de 1937 veremos separados 600 metros uno de otro, manifestando su cualidad de memoria historia. El de la playa de San Simón fue pasto de los grafiteros, mientras que el de Riera de Mata se ve golpeado por las olas, evidenciando la regresión costera. ¡Qué decir de El Balís, puerto de Sant Andreu de Llavaneres. Su escrutinio a cierta altura depara yates de hasta 30 metros de eslora. Las paellas de El Racó del Navegant no defraudan.
Todo nos pone en predisposición de atisbar las fachadas traseras modernistas y novecentistas del paseo de los Ingleses, en Caldes d’Estrac. Dos minutos después de salir de esta estación surge fugazmente, antes del túnel, la cala naturista de La Musclera. El puerto deportivo con su Mont Calvari marcan la estética de Arenys de Mar, en la misma medida que la estatua de Neptuno lo hace de Canet de Mar.
Hora de saltar a la ventanilla izquierda para no perdernos la aproximación a Sant Pol de Mar. Como si de un tren turístico se tratase, el convoy se interna dentro de este pueblín con encanto. A mano izquierda desfilan los caserones Casa Coderch, Cal Doctor Roure e, ¡impactante!, la Torre de la Plaça, al gusto novecentista de la época en que fue construida, 1922.
Unos segundos antes de detenernos en la estación neoclásica (1859) de Sant Pol, siempre a mano izquierda, veremos, aunque sea más como estampa momentánea, el jardín del restaurante Sant Pau, gastrodestino Michelin, triestrellado al que se puede acudir sin necesidad de coche. Cuenta con nueve mesas, lo que exige reservar entre semana con dos meses de adelanto. Cierra las tres primeras semanas de mayo.
Seguimos hacia Calella, capital turística de la costa del Maresme, atisbando a distancia la roca Grossa y, encaramada a ella, la colonia de cormoranes secando sus alas al sol. Al entrar en el túnel, contar tres y surgirá la grey naturista acostada sobre la mullida Vinyeta, uno de los hits playeros de la costa barcelonesa. Podríamos seguir hasta Malgrat, pero rendiremos viaje en el paseo modernista de Calella, flanqueado con plátanos y decorado con balaustradas y farolas pétreas. Y es que nace en uno el deseo ferviente de sentarse en La Gàbia para echarse al coleto un vermú con combinado de mariscos en conserva. Desde la capital contamos 45 kilómetros y una hora de estímulos.
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