¡Oh Berlín!
Viajamos de la mano de Jan Ole Gerster a una ciudad que se resiste a perder su identidad. ‘Oh Boy’, la multipremiada película del director, se estrena en España el próximo viernes
La verdadera realidad es la que desaparece. La que se va como si nada. Y se lleva a todos los cafés bebidos con prisas, a los paseantes ocasionales, a los cruces de miradas por la calle, a los trenes perdidos, a los cigarrillos fumados a la puerta del bar, a los encuentros fortuitos. Jan Ole Gerster llevaba 15 años viendo cómo desaparecía Berlín, adonde llegó desde Colonia a finales de los noventa siendo un veinteañero dispuesto a convertirse en director de cine.
“Buscaba en las películas esa ciudad” que se escapaba sigilosa aprovechando el estruendo de los tranvías. Buscaba el Berlín fugaz que veía “desde el asiento de conductor de ambulancias” en el que hizo los servicios sociales para eludir la mili. El Berlín de los “bares trasnochadores”, “el que se resiste a los encantos de los Starbucks y los McDonald's”, y el de “los edificios heridos” por la guerra o por el abandono, que fueron primero ocupados y después resucitados con pancartas de colores, grafitis y clubes improvisados. No lo encontró. “No reconocía en la pantalla la ciudad en la que yo vivía”, dice.
Así nació Oh Boy, la película que se estrena en España el 7 de marzo y que, tras ganar seis premios de la Academia de Cine Alemán (mejor película, mejor director, mejor actor…) y el de Mejor Ópera Prima de la Academia de Cine Europeo, es una de las sorpresas cinematográficas del año.
Jan Ole, que ahora tiene 36 años, comenzó hace tres a filmar Berlín. Se puso detrás de la cámara para grabar ese desvanecimiento cotidiano como quien quiere dejar constancia de la fuerza de la gravedad. Pero lo realmente grave —más allá de que hayan comparado su película con Manhattan, de Woody Allen— es que a quien rodó Ole fue a sí mismo a través de un joven perdedor llamado Niko Fisher (el actor Tom Schilling). Su intimidad emocional —que solo imaginaba en blanco y negro—, su historia... Toda la nostalgia acumulada durante años viendo pasar la vida en la ciudad del oso se traduce en un homenaje a Berlín, oh Berlín.
Metáfora del tiempo
WHITE TRASH (SCHÖNHAUSER ALLEE 6/7)
El primer encuentro con Jan Ole es en un sitio indefinible en pocas palabras. Toda una metáfora del paso del tiempo en el distrito de Pankow, en el que fuera sector soviético de Berlín. Imagine una taberna irlandesa, que un día quiso ser un dinner con rollo rockabilly, pero que luego los chinos convirtieron en el restaurante de éxito del que fue un barrio de edificios vacíos ocupados y que ahora es un sitio de comida rápida americana (imponentes hamburguesas, tacos apelmazados con queso, enormes aros de cebolla fritos…). Piense qué pasaría si ninguno de los propietarios hubiese retirado la decoración del anterior. El resultado es White Trash. Un restaurante de tres plantas recubierto en madera en el que se cena barato a la luz de las velas, rodeado de paredes con papeles pintados, motivos florales y cisnes; donde hay reservados, peceras y vitrinas con maquetas de galeones, o cuadros ultra kitsch con marcos de terciopelo rojo, perros con ojos fluorescentes, calaveras de Marilyn Monroe… Y también un escenario para conciertos frente a la chimenea. En este popular sitio rodó Jan Ole una de las secuencias de la película, un encuentro fortuito entre el protagonista y una vieja conocida.
Un milagro colectivo
CORDOBAR (GROSSE HAMBURGUER STRASSE 32)
Desde el pasado septiembre existe un sitio nuevo en el Mitte (centro) llamado CordoBar. Se trata de un restaurante-enoteca especializado en vinos austriacos y alemanes, regentado por cuatro amigos. Uno de ellos es Ole: “Yo me limito a venir de vez en cuando”, ríe. En el local, forrado de botellas de vino, las copas de todos los tamaños y formas corren de un lado a otro, dentro y fuera (para quien quiera fumar). Los propietarios, a la sazón camareros, se sientan con los clientes, les dan a probar un vino y luego otro y luego otro, en una especie de juego de adivinanzas, hasta encontrar el apropiado para las curiosas tapas que prepara el cocinero vienés Lukas Mraz, que incluye desde pimientos de Padrón a una pizza con wasabi. Solo al llegar al baño se entiende el nombre elegido para este lugar. En el retrete, cualquier alemán aficionado al fútbol puede acabar de hacer sus necesidades al grito de un “gooool” frustrado. Casi. La banda sonora de estos cuartos de desahogo es la del partido de Copa del Mundo que disputaron Austria y Alemania en la ciudad argentina de Córdoba en 1978 y que, contra todo pronóstico, ganó Austria (3-2). Aquel encuentro pasó a la historia como “El milagro de Córdoba”.
Guiño al Sur
CAFÉ SLÖRM (DANZIGER STRASSE, 53)
El distrito de Prenzlauer Berg, en el límite norte de la ciudad, ha pasado de ser un barrio bohemio a una vecindad de jóvenes familias con hijos y gente más o menos pudiente, incluido el presidente del Parlamento alemán, Norbert Lammert. Desde principios del siglo XXI ha sido una de las zonas preferidas por algunos alemanes bien avenidos procedentes del sur, concretamente de Stuttgart. Fueron muchos los artistas que se fueron ante el encarecimiento de la vivienda y la proliferación de coffe shops y tiendas de panecillos con nombres alemanes sureños. Jan Ole resiste en el barrio “con una renta antigua” y hace un guiño a esta situación en su cinta con una secuencia en la que el protagonista pide un café y la camarera, “con acento de Stuttgart”, le ofrece una retahíla interminable de opciones. Se rodó en Slörm, un pequeño local lleno de encanto improvisado. Un perro con pajarita, una cotorra blanca y una de esas terrazas en las que pega el sol casi toda la mañana.
Vida salvaje
EBERSWALDER STRASSE
Hay un recuerdo que prevalece en la mente de Ole, que es el de esos delincuentes juveniles jugando con la vida en los alrededores de las vías de la estación berlinesa de Eberswalder. Entraban y salían con documentos robados en el Berlín Oeste en la histórica película Ecke Schönhauser (Berlín, esquina Schönhauser), dirigida por Gerhard Klein a finales de los cincuenta. “Es el recuerdo de una vida salvaje”. Al pasar bajo los raíles señala: “Aquí había un dj que pinchaba hasta la mañana”. Y, enfrente, una institución de la ciudad: Konnopke’s Imbiß, el quiosco de salchichas (las famosas currywurst).
El refugio de los perdidos
SCHAWARZSAUER (KASTANIENALLEE, 13)
Desde que hace años se quedó colgado una Nochevieja, este es uno de los cafés que más frecuenta. “Siempre está abierto”, asegura. “Te salva cualquier noche”. Un refugio perfecto para perdidos. Y en forma de lema: “Si no sabes o no tienes dónde ir, ve a Schawarz”.
Tallas grandes
FRIEDRICH STRASSE, 112
King's Size es un pequeño antro frecuentado por modernos hasta altas horas. Un cristal ahumado lo separa del mundanal ruido. En la película sirve de escenario para el encuentro entre el alma vagabunda de Niko y otra, la de un desconocido, aún más grande y más sola.
Clases de baile en el salón
AUGUST STRASSE, 24
De camino a Mitte nos colamos en uno de esos edificios que han sido muchas cosas. Una parte es un Restaurante Gipsy con un bellísimo aire decadente que ofrece su salón al baile. Magnífica terraza.
Desaparecido
ORANIENBURGER STRASSE
Galerie Tacheles es uno de los últimos bastiones del arte alternativo en Berlín. Tan criticado como ensalzado, lo cierto es que cuando se habla de performance siempre sale a relucir. Fue el lugar elegido por Ole para rodar una secuencia teatral. Cuando llegamos ya no existía. Desapareció.
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