Cómo enamorarse de la Toscana
Del 'skyline' medieval de San Gimignano a paisajes patrimonio mundial en Val d’Orcia Pistas para saborear el verdadero encanto de la región italiana
Palacios y torres medievales, enotecas donde degustar el vino blanco de la Divina Comedia, pequeños restaurantes con encanto e icónicos jardines de cipreses. Un recorrido con parada en diez localidades de la Toscana, con pistas perfectas para saborear el verdadero encanto de la región italiana.
01 Manhattan medieval
SAN GIMIGNANO
Este pueblo encabeza todos los listados de los pueblos con más encanto de la Toscana. A cambio, claro, que nadie espere pasearse en solitario por este recinto amurallado del Val d’Elsa; es también uno de los pueblos más turísticos de la región.
A medida que se asciende por la colina desde el este, las 15 torres de este pueblo dibujan un curioso skyline medieval. En 1199 se convirtió la villa en una comuna y prosperó mucho debido en parte a su situación en la Vía Francigena, ruta que seguían los peregrinos europeos desde Canterbury hasta la Basílica de San Pedro, en El Vaticano. En la época, las familias locales más destacadas demostraban su poder y riqueza construyendo una torre más alta que la de sus vecinos (originariamente había 72). En 1348 la peste diezmó la población, debilitó la economía local y el pueblo acabó sometiéndose a Florencia cinco años después.
Actualmente, ni siquiera la peste disuadiría a las hordas de visitantes que, en verano, acuden a pasar el día paseando por sus calles medievales intactas. Todos empiezan admirando la triangular Piazza della Cisterna, llamada así por la cisterna del siglo XII que tiene en el centro, y siguen por la Piazza del Duomo, donde se encuentra la catedral y el Palazzo dei Podestà, de finales del siglo XIII, con la aneja Torre della Rognosa.
Los amantes del arte deben acudir a la pequeña Pinacoteca del Palazzo Comunale, repleta de obras de las escuelas sienesa y florentina de los siglos XII al XV (Filippino Lippi, Benozzo Gozzoli…). También al pasillo sur de la Catedral, cerca del altar principal: la Capella di Santa Fina, renacentista, está adornada con emotivos frescos naif de Domenico Ghirlandaio (los que aparecen en la película de Franco Zeffirelli Té con Mussolini). Como contrapunto, la Gallería Continua expone una de las mejores colecciones de arte contemporáneo en Europa: obras de 40 grandes artistas (Ai Weiwi, Daniel Buren, Carlos Caraicoa, Kendell Geers) que ocupan tres espacios distintos: un viejo cine, y una torre y un abovedado sótano medievales.
Hay que disfrutar también de la vida local: comprar el famoso zafferano, azafrán por el que es famoso este pueblo toscano, en el mercado de los jueves por la mañana de la Piazza delle Erbe; visitar, si se viaja con niños, la nueva San Gimignano del 1300, una recreación en cerámica hecha a mano de la ciudad medieval para imaginarse como era en el siglo XIV, o probar el famoso Venaccia, el vino blanco de San Gimignano que aparece en la Divina Comedia; Boccaccio fantaseaba con ríos de este vino e incluso la recatada Santa Catalina de Siena lo usaba como medicina. Se puede degustar en la enoteca del Museo del vino
02 ‘Palazzos’ con panorámica
MONTEPULCIANO
Esta estrecha cresta de roca volcánica, que pondrá a prueba nuestros cuádriceps, fue en su origen un fuerte etrusco, pero su momento de gloria llegó durante la Edad Media, cuando fue objeto de disputa continua entre Florencia y Siena. Florencia acabó ganando en 1404 y se invitó a grandes arquitectos de la época, como Michelozzo o Sangallo il Vecchio, para proyectar nuevos edificios y darle a este baluarte gótico un nuevo aire renacentista. Contemplar esta curiosa mezcla ya justifica la esforzada subida.
Una vez en el pueblo hay que pasear por il Corso, la vía principal, asomándose a sus torres medievales, iglesias y palazzos renacentistas, como el Avignonensi, el di Bucelli, o el Palazzo Cocconi. En el punto más elevado del pueblo está la Piazza Grande con su inevitable duomo y su palazzo comunale, como todos los pueblos de Toscana. Los que hayan visto Luna nueva, la segunda película de la saga Crepúsculo, la reconocerán; aquí se rodó la escena principal.
Para tomar un buen café, el Caffé Poliziano, que abrió sus puertas en 1868; no es barato, pero si se consigue una mesa en el balcón -vistas maravillosas- está justificado. Para reponer fuerzas y espíritu, una dosis generosa del reputado vino Nobile. Y para despedirse convenientemente de Montepulciano, la espectaculare panorámica del Val di Chiana desde la Piazza de San Francisco.
03 Pasión por el vino
MONTALCINO
En este pueblo emblemático de la Toscana, dominado por una imponente fortaleza, se produce uno de los mejores vinos del mundo: el Brunello di Montalcino. En esta villa medieval dedicada por completo a la viticultura, la principal actividad de sus visitantes pasan por recorrer bodegas y enotecas, aunque se puede ampliar el espectro con la visita combinada (6 euros) de la fortezza y el Museo Civico e Diocesano d,Arte Sacra. Una vez dentro de la fortaleza podemos subirnos a las murallas para hacer unas fotos panorámicas increíbles.
Además, merece la pena acercarse hasta la Abbazia di Sant’Antimo, una bonita iglesia románica a unos 10 kilómetros de Montalcino, en un valle aislado bajo el pueblo de Castelnuovo dell’Abate. Lo mejor es visitarla por la mañana, cuando el sol se cuela por las ventanas y crea unos efectos lumínicos sorprendentes, aunque de noche también impresiona, iluminada como un faro. Hay hospedería para peregrinos y los monjes cantan gregoriano durante los servicios. Los horarios se pueden consultar en www.antimo.it.
Para dormir resulta recomendable La bandita, un retiro rural rodeado de granjas de ovejas en una de las zonas más espectaculares del Val d’Orcia. Está regentado por un antiguo ejecutivo neoyorquino y su mujer, escritora de viajes: el lugar al que todo el mundo sueña con retirarse pero que muy pocos se pueden permitir. Además, es una base perfecta para explorar Pienza, Montepulciano y Montalcino.
04 La pequeña Jerusalén
PITIGLIANO
El minúsculo barrio judío de esta espectacular fortaleza situada al suroeste de la región italiana propone un peculiar viaje en el tiempo. Todo el pueblo es un conjunto de serpenteantes escaleras que desaparecen al doblar las esquinas, callejones adoquinados que se curvan y desaparecen de la vista bajo elegantes arcos y pintorescas casas de roca pegadas unas a otras sin orden ni concierto.
Construida originariamente por los etruscos, Pitigliano estuvo bajo dominio romano y más adelante se convirtió en feudo de las ricas familias Aldobrandeschi y Orsini, que agrandaron la fortaleza, reforzaron las murallas y construyeron el imponente acueducto. De aquella época queda la Piazza Petruccioli y la Piazza Garibaldi, conectadas entre sí, una majestuosa entrada al castillo del siglo XIII ampliado por los Orsini en el XVI.
Visita imprescindible en Pitigliano es la Piccola Gerusalemme, el antiguo gueto donde se estableció la comunidad judía cuando el papa Pío IV expulsó a los hebreos de Roma en 1569. Llegó a ser la mayor comunidad judía de Italia, lo que le valió a la ciudad el sobrenombre de Pequeña Jerusalén. Pocos judíos sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial y los que lo lograron fueron escondidos de los fascistas por los vecinos. El gueto está señalizado y su recorrido nos permitirá visitar un pequeño museo de cultura hebrea con una minúscula sinagoga, un baño ritual, una carnicería kosher, una panadería, una bodega y talleres de tintura.
En Pitigliano merece la pena descubrir las llamadas Vie Cave, pasadizos excavados en la roca en todas las direcciones y de hasta 20 metros de profundidad, que se consideran rutas sagradas que unían las necrópolis y otros lugares asociados con el culto religioso etrusco. La noche del equinoccio (19 de marzo) se realiza la Torciata di San Giuseppe, una procesión con antorchas por la Vía Cava di San Giuseppe que culmina en una enorme hoguera en la Piazza Garibaldi). Para seguir investigando el patrimonio etrusco de la zona se pueden visitar los museos Cívico Archeológico della Cività Etrusca y Arqueológico all’Aperto Alberto Manzi, un museo al aire libre con secciones de vie cave y varias necrópolis.
05 Renacimiento y vistas
PIENZA
Si no la atravesara la principal vía de acceso a Montepulciano, Pienza seguiría siendo posiblemente la aldea que era antes de que Enea Silvio Piccolomini (más tarde Pío II) decidiera reconstruirla con un magnífico estilo renacentista. Ahora, los fines de semana Pienza está abarrotada de turistas, por lo que es mejor visitarla entre semana para disfrutar de su centro histórico, declarada patrimonio mundial por la revolucionaria visión del espacio urbano de la Piazza Pío II y los edificios que la rodean.
Una vuelta de 360 grados desde el centro de la plaza permite ver sus principales monumentos: joyas del Renacimiento distribuidas según el diseño urbano de Bernardo Rossellino, que aplicó los principios urbanísticos renacentistas de su mentor, León Battista Alberti: el Palazzo Piccolomini, residencia del papa, la catedral y el museo Diocesano. Además, no hay que perderse la iglesia de Pieve di Corsignano, a la entrada del pueblo. Es del siglo X y tiene un curioso campanario circular con ocho ventanas arqueadas.
En Pienza hay que asomarse a la parte trasera de la catedral, una galería de tres niveles que ofrecen una vista panorámica espectacular sobre el Val d’Orcia (hay visitas guiadas de la primera planta cada 30 minutos). Y al partir, emprender una ruta en coche por las Crete Senesi, una zona de colinas y profundas quebradas que ofrece los clásicos paisajes de la Toscana: crestas cubiertas de cipreses, campos de trigo bailando con la brisa y colinas que se funden con la neblina.
06 El refugio de los artistas
FIESOLE
A solo 9 kilómetros al noreste de Florencia, Fiesole permite una escapada muy toscana para quienes tengan poco tiempo, garantizando una estampa típica de la región: un precioso pueblo encaramado que ha seducido a sus visitantes durante siglos por su aire fresco, sus olivares, las villas de estilo renacentista y espectaculares vistas de la llanura. A Boccaccio, Marcel Proust, Gertrude Stain y Frank Lloyd Wright, entre otros, les encantaba.
Fiesole conserva un pequeño templo etrusco, baños romanos y un anfiteatro del siglo I antes de Cristo que acoge cada verano uno de los festivales culturales al aire libre más antiguo de Italia (www.estatefiesolana.it). La Piazza Mino, la típica plaza toscana que aparece en las películas, repleta de cafés y restaurantes, acoge los primeros domingos de cada mes un mercado de anticuarios. Una opción más clásica es la terraza del Villa Aurora, en funcionamiento desde 1860, famosa por su espectacular vista de Florencia.
Dos pistas más en Fiesole: subir la empinada Via San Francisco desde la Piazza Mino hasta la terraza adyacente a la Basílica di Sant’Alessandro -con suerte la iglesia acogerá además alguna exposición temporal-, y visitar el museo del pintor Primo Conti, en el que este artista vanguardista vivía y trabajaba. Cuenta con más de sesenta obras en el interior y las vistas desde el jardín son maravillosas. Hay que llamar para entrar.
07 Ciudad con sabor a trufa
SAN MINIATO
Existe un delicioso argumento que justifica visitar esta encantadora ciudad medieval ubicada sobre una cumbre equidistante de Pisa y Florencia: recolectar y degustar la Tuber Magnatum (trufa blanca). También resulta un placer deambular por sus calles empedradas, recrearse en la armonía de las fachadas de sus palacios, entrar en iglesias de los siglos XIV al XVIII y en la imponente catedral románica, o subirse a la reconstruida torre fortificada medieval de San Minato, la Rocca Fredericiana, para disfrutar de un precioso panorama.
Noviembre acoge la recolección de la trufa blanca en San Miniato y los fines de semana de dicho mes se celebra el Mercato Nazionale del Tartufo Blanco: acuden compradores de todo el mundo. Las mejores trufas se encuentran en Barbalia Nuova, una hacienda al sur de la ciudad que organiza búsquedas dos horas de duración y terminan con una copa de Chianti, queso ecológico y salami del país, o acompañando a su propietario a un restaurante local para degustar láminas de trufa sobre pasta y después, bistecca alla florentina.
En San Miniato se encuentra, además, el peculiar y romántico restaurante Peperino: muebles de época, cortinajes de seda rosa y una sola mesa con camarero privado que solo acude cuando los comensales tocan la campana. Hay que reservar con meses de antelación, claro.
08 El mármol de Miguel Ángel
PIETRASANTA
Aunque a menudo se pasa por alto, esta refinada ciudad toscana es una sorpresa. Su casco histórico, amurallado en otros tiempos, está cerrado al tráfico y lleno de galerías de arte, talleres y boutiques de moda: combinación perfecta para un paseo de un día interrumpido solo para almorzar. Durante la Edad Media, las principales ciudades de la zona (Génova, Luca, Pisa y Florencia) se disputaron su posesión: contaba con valiosas canteras de mármol y fundiciones de bronce. Como solía suceder, Florencia acabó apoderándose de la ciudad en 1513, y puso sus famosas canteras a disposición de Miguel Ángel: de ellas extrajo, en 1518, el mármol para la florentina fachada de San Lorenzo.
La Piazza del Duomo funciona como galería al aire libre para esculturas y otras obras de arte gran tamaño. Es imposible pasar por alto el Duomo di San Martino (1256), con su inconfundible campanario de ladrillo rojo de 36 metros de altura y nunca concluido (el ladrillo iba a revestirse de mármol). A su lado, la secularizada Chiesa di Sant’Agostino del siglo XIII es un espacio muy evocador para exposiciones artísticas.
Pietrasanta, base magnífica para explorar los Alpes Apuanos, es una buena una excursión de un día desde Pisa o Viareggio, con una sorpresa: escondida entre boutiques, en el número 103 de la vía Mazzini se levanta la soberbia Chiesa della Misericordia, que acoge los frescos Puerta del paraíso y puerta del infierno de Fernando Botero (quien se autorretrata en el infierno).
09 Un rincón escondido
SANSEPOLCRO
El manido apelativo de “joya escondida”, prodigado en exceso en las guías de viajes, describe verdaderamente a esta pequeña ciudad. Con una historia que se remonta al año 1000, Sansepolcro vivió su época de esplendor en el siglo XV. Amurallada en el siglo XVI, no ha crecido desde entonces, por lo que su centro histórico -casi intacto, sembrado de iglesias y palazzi llenos de arte renacentista-, no se ha visto afectado por el desarrollismo urbano ni por el turismo.
Si queremos más arte se puede visitar el Museo Civico, que atesora obras que uno no espera encontrar; por ejemplo, tres piezas maestras de Piero della Francesca, pinturas de Raffaellino del Colle o una maravillosa escultura de Andrea della Robia.
10 El romántico encanto del Val d’Orcia
SAN QUIRICO D’ORCIA
Primera parada para quienes recorren el Val d’Orcia, desde Siena hacia Orvieto, el paisaje que rodea a este pequeño pueblo fortificado está declarado patrimonio mundial de la Unesco. Fue en tiempos una parada de la ruta de peregrinación Vía Francigena y tuvo una cierta importancia. Hoy es un pueblo bonito y sencillo, sin ningún monumento especialmente destacable, pero muy agradable para pasear, con su pintoresca Colegiata románica del siglo XI, el Palazzo Chigi del siglo XVII y los jardines renacentistas de Horti Leoni. Su diseño fue encargado a Dante Leoni en el siglo XVI, y tras él se erige actualmente un bosque de estilo inglés.
La ruta desde Siena a San Quirico es uno de los tramos más bonitos de Val d’Orcia, con mares de hierba salpicados con granjas de piedra e hileras de cipreses. Esa imagen de Toscana que todos imaginamos.
Más información en las guías Florencia y la Toscana y En ruta por Italia de Lonely Planet y en lonelyplanet.es
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