Cabezones del Golfo
En Xalapa, el Museo de Antropología desvela misteriosas sorpresas de los olmecas y su culto a las grandes testas. Paseo en el autobús turístico ‘El piojito’ y pollo a la veracruzana para comer
Xalapa (pronúnciese Jalapa), capital del Estado de Veracruz, en el Golfo de México, tiene unos 450.000 habitantes. Los totonacas, que la poblaban ya en el siglo XIII, se aliaron con Hernán Cortés, que se disponía a conquistar Tenochtitlan. Se desarrolló sobre todo a partir del XVIII. Humboldt la visitó y la llamó “la ciudad de las flores”. Alberga el rectorado de la Universidad veracruzana, una de las mejores del país, y es una de las sedes del Hay Festival.
8.45 Los estridentistas
Para empezar animoso el día, desayuno en La Casona del Beaterio (1), en el centro, muy cerca del parque Juárez. Huevos a la mexicana (revueltos, con ají, tomate, cebolla y chile jalapeños, más las correspondientes tortillas), café y jugo de naranja, por 75 pesos (unos cuatro euros). Es un lugar bonito, con algunas plantas, techos altos, vigas de madera, paredes blancas y rojas decoradas con 150 viejas fotografías de Jalapa. El camarero me habla de los estridentistas, poetas de vanguardia a los que, dice, expulsaron de DF por los escándalos que montaban, y fueron a Jalapa.
9.45 La montaña más alta
Enfrente de la catedral (2), y al lado del Palacio del Gobierno (3), de poderosas columnas y pintado de verde, está el parque Juárez, siempre con gente. Desde sus terrazas se domina parte de Jalapa, desorganizada y colorida, entre cerros cubiertos de árboles. Al fondo diviso el alargado Cofre de Perote, y detrás, el pico de Orizaba, la montaña más alta de México. Imponente, silencioso, la cima cubierta de nieve, parece observarte mientras tú le observas a él. A lo largo de la mañana se irá difuminando hasta desaparecer. Muy cerca está el callejón del Diamante (4), una empinada cuesta empedrada famosa por sus puestos de artesanía. Un embaucador intenta convencer a un joven de las propiedades curativas de los cristales de cuarzo, me mira con ojos que lanzan rayos y hago como el Orizaba: me difumino. Enfrente del callejón para El piojito, el autobús turístico de Jalapa, antiguo, sin cristales. Me parece una buena forma de ver rápidamente la ciudad, y pago 40 pesos. La mujer que me ha vendido el boleto me asegura que saldrá en 10 minutos, y 20 después, ante mi impaciencia, me explica que “ya hay cuatro personitas”, pero que hacen falta “como mínimo nueve personitas” para que El piojito salga. Me doy un paseo, vuelvo, hay ya seis personitas, entro en Popularte (5), veo blusas bordadas y rebozos hechos a mano, compro algo para mi mujer, regreso, ahora hay solo tres, voy a comprar un periódico, ahora hay cinco, me desespero con esa fluctuación de personitas, y cuando ya voy a desistir, aparecen cuatro personitas de golpe y El piojito arranca con brío. Me ofrecen un pastel y un refresco, y tranquilamente sentado veo Jalapa, entre canciones mexicanas y explicaciones por el altavoz, el parque Juárez, el callejón Rojas (6), casas de colores, puestos ambulantes, gente, letreros, reparación de libros, taller de armas de fuego, el mundo necesita reparaciones, quién lo duda, una máquina de vapor de la época de Pancho Villa, los lagos (7) y la universidad (8), el parque de los Berros (9) I, el callejón de la Calavera (10), escenario de un crimen atroz, el conductor tira de una fusta que cuelga del techo para tocar la bocina, la iglesia de San José (11), donde bautizaron al general Santa Anna y, ya cerca del final, que es el principio, la casa en la que nació, hoy un banco. Bajo muy contento por el sabroso recorrido, y dudo entre ir a Coatepec y Jico (12), pueblos bonitos y pintorescos en los que se han rodado varias películas de Hollywood, al Museo del Café (13) o a la estancia el Lencero (14), cerca de Xalapa. Quizá porque desde El piojito he recordado a Santa Anna y a John Wayne en El Álamo, que vi de niño, me decido por la estancia.
12.30 La casa de Santa Anna
El Lencero fue una posada de Juan Lencero, soldado de Hernán Cortés al que Carlos V concedió tierras. El viejo edifico se ha perdido, y hoy queda una iglesia del siglo XVIII, y la Casa de las Monjas y el edificio principal, ambos del XIX. Santa Anna, 11 veces presidente de México, la compró en 1842, y más tarde el Gobierno se la confiscó, por sus deudas. Es una noble casa de dos pisos, con terrazas, muebles europeos, alfombras persas, salones de lectura, música, armas, juegos… Impresionantes son también los jardines, en los que destaca una monumental higuera de la época de Cortés. Tras la visita me tomo un café en la terraza de la Casa de las Monjas, intentando asimilar tanta hermosura, tanta riqueza, tantas arañas y tantas mariposas que pueblan el jardín.
15.00 Comida con mariachi
Como por 170 pesos (unos 10 euros) en el piso superior de La Fonda, en el callejón del Diamante, techos altos y vigas de madera, balcones a la calle, decorado con cuadros de santos, bodegones y murales con motivos populares, floripondios de papel, un tótem indio. Pido un guacamole, una michelada y un pollo a la veracruzana, con salsa de tomate algo picante, arroz y ensalada. Cuando el cantante, sombrero, bigote y guitarra, empieza a cantar aquello de México lindo y querido, si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí, siento que sí, que es verdad, que estoy en México. Despierto, afortunadamente.
16.30 Mujeres deificadas
El MAX (Museo de Antropología de Xalapa) (15) es el segundo mejor del país, tras el de DF, con la ventaja de que no resulta tan gigantesco, tan abrumador. Tiene piezas de tres culturas, que abarcan entre los años 1600 antes de Cristo y 1500 después de Cristo: la olmeca, la huasteca y la del centro de Veracruz. Esculturas de cabezas colosales, mujeres deificadas tras morir en el parto, dioses, como el terrible Mictlantecuhtli, el esqueleto que representa la muerte, o Tláloc, dios de la lluvia, formas que recuerdan a Henry Moore, pinturas estucadas, hacen del museo una fascinante visita.
20.00 Un tequila y un mojito
Descanso un rato en mi habitación y voy a cenar a Vadiro’s (16), en una bonita casa pegada al parque de los Berros. Escojo una carne a la brasa con papas fritas. Pregunto al camarero dónde tomar una copa y me recomienda el Café Cubanias (17) y el Bembé Like Cuba (18), música cubana para bailar, me dice. Pero llevo un día ya suficientemente ajetreado y hace tiempo que dejé de ser supermán, así que en lugar de ir a un lugar concurrido, bailón y animado, decido ir a un barecito que hay enfrente del Hotel Xalapa (19), decorado con alegres colores. Resulta ser un bar cubano, como si el destino me persiguiera, pero pequeño y tranquilo. Me tomo un tequila y luego, siguiendo la recomendación del viejo camarero cubano, un mojito. Y me acuesto cansado, con la cabeza rebosante de imágenes, pensando en que Jalapa da para mucho más.
» Martín Casariego es autor de la novela Un amigo así (editorial Planeta)
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