Balcón a África

Hace poco más de un año reabrió en Tarifa el hotelito que la cantante Ana Torroja puso en órbita una década atrás persuadida de que eso del turismo era cosa de coser y... cantar. No fue así y el edificio acabó en manos del madrileño Tomás Coloma, ex asesor fiscal, quien ahora lo maneja con la misma soltura de un kitesurfista por el piano de olas. A tres manos, porque, además del cúbico Misiana, regenta también su vecino Casa Blanco y La Casa de la Favorita, en la plaza de San Hiscio.

Cualquiera que camine por la calle principal y vaya de la iglesia al castillo sorteará a su derecha la empalizada que conforma la terraza exterior del Misiana, bajo una limpia fachada de aplacado blanco. En su interior encuentra rápidamente acomodo un mostrador de recepción, tras el que suele plantarse Belén a repartir voluntades por las cinco plantas del edificio, decoradas por Bruno Gitsels y los alumnos de la Escuela de Artes y Oficios de Algeciras en tonos neutros, ya sean tirando para el blanco, el gris, el crema o el vainilla, porque no hay más en esta punta sur de Europa donde la luz, tan atlántica como mediterránea, anula todos los colores. Esta ceguera cromática apenas deja ver algunos detalles de evocación arábiga o fenicia, como losetas hidráulicas y troncos de madera que fijan el lugar para colgar la ropa. Ornamentos rústicos que el resplandor acaba volviendo sedosos, un punto románticos, frescos y naturales. Los linos y las gasas hacen el resto. ¡Cómo no quedarse aquí una buena temporada!

El Misiana se convierte de noche en una referencia urbana, pues el comedor de desayunos adopta un ambiente bien distinto que invita a cenar informalmente, en barra o en mesa, sombra aquí, sombra allá, picoteo y poco más. Pero agasajados por un buen servicio y una musicalidad lounge sin aristas atronadoras. Dormir, podremos dormir sin esperar el rumor del oleaje, aunque debidamente acunados en colchones viscoelásticos por la voz de Bebe.

Ya nos lo advierten al llegar. Por unos euros más, la suite del quinto piso atesora la mejor atalaya sensorial de la ciudad. Accesible en un ascensor exclusivo. Con bañera de espuma, carta de masajes y una botella de cava preparada sobre la mesa. Cama grande doblemente elástica. Aberturas a ambos lados. Y lo mejor de todo: una amplia terraza porticada con mesita para los aperitivos y unas vistas únicas sobre el castillo de Guzmán el Bueno, la iglesia de San Mateo, el puerto tarifeño, el movimiento en el Estrecho y África al fondo.

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