Por el barrio valenciano de Benimaclet
Este antiguo municipio es hoy un distrito dentro de la ciudad con una interesante agenda cultural
A veces, a uno le gusta alguien y no sabe realmente qué es lo que le atrae de esa persona. No es la belleza como la que comúnmente conocemos, pero sí quizá eso que va más allá de la simpatía. El distrito valenciano de Benimaclet es uno de esos casos, un barrio hecho de poesía, de vida, de mucha movida cultural y sobre todo vecinal. Un barrio pequeño que no quiere imitar a las grandes urbes, un barrio sin pretensión, bello sobre todo por su honestidad.
A 15 minutos caminando desde el centro de Valencia o directamente bajando de la estación de metro Benimaclet se pueden recorrer sus calles. De día es un barrio donde la gente se llama por su nombre y se intercala el castellano con el valenciano. De hecho, esta parte de la ciudad vendría a ser como el barrio de Gràcia de Barcelona, ya que es el lugar donde más se habla la lengua vernácula y donde todavía queda latente la sensación de vivir fuera de la ciudad.
Hasta el año 1878 fue un municipio independiente, fecha en la que pasó a ser una pedanía del municipio de Valencia, y en 1972 se integró definitivamente en la ciudad como uno de sus distritos. “Voy a Valencia”, suelen decir todavía los ancianos cada vez que tiene que ir al centro, una memoria, un sello, que es consentido por la atmósfera de la huerta aledaña donde suelen trabajar muchos de sus vecinos.
Sin quererlo, Benimaclet se ha transformado en una zona multicultural debido a su cercanía con las universidades; muchos de sus concurrentes suelen ser estudiantes extranjeros que hacen del distrito un lugar tranquilo para vivir, no exento de muchas opciones para salir de noche, y con casi 30 entidades culturales y sociales que lo convierten en un referente de la agenda cultural valenciana.
Este es un barrio que carece de monumentos, pero tiene monumentales personas. No han vivido aquí personajes ilustres, pero es algo que a los vecinos les trae sin cuidado. Las personas insignes son las personas anónimas, por ejemplo: Paco, de la verdulería de la calle Dr. Vicente Zaragoza con Barón de San Petrillo; Myriam, de la biblioteca pública; Juan, un simpático chino del Bar Toni II donde sirven los mejores martinis blancos; o Sebastián, un artista uruguayo y dueño del Kaf café, un mítico bar literario de calle Arquitecto Arnau donde hacen de las suyas muchos músicos, pintores y poetas, como los Simultaneístas. También cabe nombrar a Helen, una inglesa de La Ola Fresca donde se encuentran las mejores tartas o los jóvenes del Centre Social-Terra, un hervidero de ideas y formas alternativas de concebir la vida.
Como todo ex pueblo, Benimaclet tiene su iglesia y su plaza, punto donde la gente se suele reunir y donde, en alguna ocasión, es posible contemplar la actuación de un músico callejero con El Glop como escenario de fondo. Este mítico local nocturno, de corte rockero, es uno de los bares más antiguos del barrio.
Y ya cuando el silencio se hace una necesidad imperiosa, es bueno perderse por las calles que circundan la plaza, con sus casas antiguas. Es posible entonces que nos encontremos con algún vecino que nos invite a charlar, con ganas de contarnos la historia de Benimaclet, y que haga que nos queramos quedar allí más de lo que pensábamos.
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