El negro útil
Más allá de las modas, el fácil mantenimiento, la tradición histórica, la búsqueda del calentamiento solar o cuestiones pragmáticas –como repeler los insectos– están detrás de muchas construcciones oscuras
¿El negro es el no color o el color del que todos beben? Esa pregunta tan extrema generó discusiones durante siglos. Contradictorio y paradójico, el negro ha sido a la vez el color de la muerte y el del origen del mundo, el de los puritanos y el del lujo sofisticado. Aristóteles lo puso en un extremo —en el otro estaba el blanco— para ordenar los colores. Da Vinci, que lo utilizaba mucho —en sombras y ahumados—, vio la paradoja en el negro. Para él era a la vez misterio y delicadeza. Los tenebristas lo convirtieron en el rey de su paleta. Los impresionistas prácticamente lo ignoraron y la vanguardia lo recuperó en forma monocroma —Rodchenko— para eliminar la narración y la subjetividad. También hubo quien negó la mayor: el negro no es uno. Fue Hokusai —el pintor de Ukiyo-e famoso por dibujar una ola que salpica a quien la mira— quien distinguió ente el negro fresco y el viejo. Lo mismo hizo después el pintor Ad Reinhardt diferenciando entre el mate y el brillante. Son muchos —el modisto Rei Kawakubo a la cabeza— los que —como sucede con el blanco— diferencian entre los muchos tonos de negro.
¿Qué sucede en la arquitectura? ¿Dónde está el negro? ¿Se asocia a tecnología? ¿Al glamour de algunos interiores nocturnos? Como en el arte, también en la arquitectura el negro está en muchas partes. Y de muchas formas. A pesar de algunos prejuicios, que lo limitan a modas y lo asocian a unos pocos arquitectos como Nouvel y su Centro Cultural de Lucerna, el negro arquitectónico tampoco es un color sencillo. Una de sus paradojas es que hay edificios —del propio Nouvel— que hacen del negro un color muy visible, hasta llamativo. De modo que cuando se utiliza monocromáticamente, el negro se acerca a otra paradoja: esconde y se anuncia a la vez.
El negro está así mismo justificado constructivamente por un puñado de razones prácticas. De eso habla el libro Black, que Stella Paul compiló para Phaidon y que ahora ha puesto a la venta su versión de bolsillo.
En las islas Feroe, los iglús Kvívík son cúpulas geodésicas de 25 metros cuadrados ideadas para acoger a los turistas que visitan el lugar sin perturbar demasiado el lugar. Están cubiertas por césped no solo para favorecer su integración en el paisaje, la hierba también cumple una función aislante. Lo mismo que el color negro que absorbe —y retiene— el calor de los rayos del sol cuando este sale.
El acero corrugado negro de la casa Kashiba, a las afueras de Nara (Japón), esconde un interior blanco que ilumina el baño de los dueños de la vivienda. Esa fue su principal petición a los arquitectos de Horibe Associates. La fachada negra desaparece al llegar la noche y convierte las ventanas —con jambas y carpinterías blancas— en huecos flotantes. Evitar el soleamiento es, al contrario, una de las razones empleadas para justificar los muros cortina negros de los edificios de oficinas. La otra sería mantener la intimidad sin necesidad de recurrir a los estores.
Paul cuenta que en Escandinavia muchos edificios de madera —graneros, iglesias o viviendas— son negros porque fueron construidos en astilleros donde se trabajaba con barcos. También que esa razón práctica se ha llegado a convertir en una tradición que ha construido la identidad de algunos lugares. Algo parecido al rojo de las antiguas cabinas telefónicas británicas.
El negro se deriva a veces del tiempo, de la resistencia a la intemperie. Eso le sucede a la iglesia más antigua del mundo, levantada en Urnes, junto a la costa oeste de Noruega, en el fiordo de Soge. El templo de madera del siglo XII es hoy patrimonio de la Humanidad. Ocurre en la iglesia y también en algunas viviendas. La casa que Raw Architecture levantó en Camusdarach Sands (Escocia) está partida en dos, tiene cubierta a dos aguas y está cubierta de tablones de madera oscurecidos para resistir con poco mantenimiento al paso del tiempo y a las inclemencias meteorológicas.
Como Hukasai o Reinhardt también la arquitectura contiene casi infinitos tonos de negro. El negro varía en los materiales, como el acero del Seagram de Mies van der Rohe y junto a los huecos de las celosías del Mucem que Rudy Ricciotti construyó en Marsella o en el Museo Leeum para Samsung que, quién si no, Jean Nouvel levantó en Corea del Sur.
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