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A vueltas con la palabra ‘radio’

¿Por qué la BBC ha cambiado 'radio' por 'audio' mientras Apple estrena nueva radio digital?

Ilustración iStock (CSA Images).
Ilustración iStock (CSA Images).

El escritor Juan Goytisolo afirmó en una extensa entrevista a la revista norteamericana The Review of Contemporary Fiction que un autor “no puede abandonarse a la inspiración, y fingir inocencia respecto al lenguaje porque el lenguaje nunca es inocente". Dicho de otro modo: lo que nombramos y cómo lo nombramos tiene capital importancia para comprender su trazabilidad y autenticidad. Además, el lenguaje suele esconder siempre intencionalidades. Algunas muy subrepticiamente, otras mucho más notorias. En cualquier caso, las palabras importan y, sobre todo, a los que trabajamos con ellas.

Una de las palabras que más me ha acompañado a lo largo de mi vida —una de las que más amo— es “radio”. Un sustantivo que ahora, insertado en el contexto de las emergentes industrias culturales digitales, parece experimentar cierta metamorfosis. Esta semana, la BBC —legendaria corporación audiovisual pública británica— ha propuesto sustituir los términos “radio” por “audio” y “televisión” por “screen” (pantalla). Podría parecer un cambio baladí, pero no lo es en absoluto, pues el objetivo de la propuesta no es otro que reforzar una marca centenaria para adaptarla a los jóvenes. ¿Significa este cambio la sustitución de un término que los jóvenes consideran fuera de su ecosistema por otro más ubicuo o, más bien, el empleo de “audio” quiere registrar certeramente un universo mucho más polifacético, multimedia y omnicanal al que los profesionales del medio deben atender? La respuesta no está muy clara todavía, pero si convenimos que las palabras importan y que esconden intencionalidades, tendremos que rastrearlas.

Conquistar a los oyentes jóvenes

La evolución de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) en los últimos 60 años ha sido, sin duda, uno de los desarrollos tecnológicos o revoluciones industriales más importantes la historia de la humanidad. En este tiempo, la escucha de la radio ha trascendido más allá del transistor y el soporte hertziano para posicionarse en otros territorios más propios del nuevo escenario digital. En este sentido, como afirma el exdirector de la BBC Tony Hall es necesaria una redefinición de los medios tradicionales en su papel como proveedores de contenidos. Es crucial un dato que ofrece Hall en su entrevista a Broadcast: “Durante la crisis del coronavirus, la BBC alcanzó por semana hasta el 87% de las personas entre 16 a 34”. Un dato verdaderamente espectacular que revela que la BBC sí está captando a la audiencia joven pero no a través del transistor. Pareciera que para la audiencia más joven de la BBC, palabras como “radio” y “televisión” ya no significaran medios de comunicación a través de los cuales informarse o evadirse, sino más bien objetos —electrodomésticos— a través de los cuales los adultos disfrutan de esos contenidos. La omnipresencia de los teléfonos móviles, de las pantallas, lo ha modificado todo: el modo de producir y el modo de consumir.

Tony Hall, Director de la BBC.
Tony Hall, Director de la BBC.

En esta idea abunda el profesor e investigador de la Universidad Antonio de Nebrija Luis Miguel Pedrero en un interesante hilo en su cuenta de Twitter: “En el océano digital se están desdibujando los medios e imponiendo las marcas: los jóvenes ven Netflix o escuchan Spotify sin asociar su oferta a TV o radio, sino a Internet”. Pero, ¿no son ya Netflix o Spotify medios de comunicación con fisionomía de plataformas? Es cierto que en esa pulsión caníbal y fagocitadora del capitalismo de plataformas, la autoría se diluye. Y al hablar de autoría ya no sólo nos referimos a los nombres propios de los creadores —guionistas, locutores, músicos, actores, directores—, también a las marcas de medios de comunicación centenarios. Probablemente, una de las grandes excepciones sea The New York Times, cuya transformación digital ha sido tan modélica que, como explica su ex consejero delegado Mark Thompson en McKinsey & Company, no solo han conservado intacta su marca para los lectores adultos —quizás ya deberíamos llamarles ‘usuarios’—, sino que han sido capaces de rejuvenecer exponencialmente sus audiencias a través de nuevas narrativas y formatos como el podcast.

Emocionalidad, individualidad y ritualidad

En su apasionante ensayo La civilización de la memoria de pez. Breve tratado sobre el mercado de la atención, Bruno Patino explica que si bien la revolución digital, en sus inicios, suponía para el periodismo la posibilidad de organizar la conversación, lo cierto es que ahora la conversación está desorganizando al periodismo: “El nuevo modo de información digital ha pasado de ser lineal a circular, de unidireccional a multidireccional”. Así que la información, concluye Patino, “para ser audible, debe ponerse al nivel de otras categorías de contenidos, especialmente en términos emocionales”.

Y precisamente la exacerbación de la emocionalidad y la individualidad son dos de las grandes características que rigen nuestro modo actual de consumir cultura e información y, muy especialmente, en las audiencias más jóvenes. En su libro Estados nerviosos. Cómo las emociones se han adueñado de la sociedad, publicado por la editorial Sexto Piso, el sociólogo William Davies analiza por qué las emociones son un signo de nuestro tiempo. Según Davies, “sabemos por los estudios de Twitter que el contenido que es muy alto en emoción moral viaja más allá del contenido que es bajo en emoción moral”. Pero esa emoción moral también se aplica a contenidos televisivos o radiofónicos.

Si a esta emocionalidad le unimos un consumo tremendamente individualizado [“la música del momento está fragmentada en la soledad de los auriculares y las aguas heladas del cálculo algorítmico”, escribe Patino] lo que emerge con gran fuerza es una desritualización del consumo cultural e informativo. En un episodio reciente del podcast La Enredadera de la revista argentina Anfibia, Claudio Benzecry, doctor en Sociología por la Universidad de Nueva York, afirmaba: “Vivimos un momento de atrofia por hipertrofia, de abundancia y disponibilidad permanente de objetos culturales pero, ¿qué pasa cuando hay demasiado de eso? Una de las consecuencias es la desritualización. Si piensas, por ejemplo, en la música de finales del siglo XIX y principios el XX, en tu casa no había música y si la había, estaba en un cuarto separado, especial. Ahí la música era vivida como ritual. Había un consumo cultural en la esfera privada que tenía que ver absolutamente con momentos rituales”. Y no hace falta irse tan lejos para registrar momentos rituales en nuestros días.

El filósofo coreano Byung-Chul Han explica en su reciente libro La desaparición de los rituales (Herder Editorial) que los ritos son grandes estabilizadores de la vida gracias a su repetición: “Hacen que la vida sea duradera”. En un contexto ritual, “las cosas no se consumen ni se gastan, sino que se usan, por eso pueden llegar a hacerse antiguas”. Para Byung-Chul Han, en definitiva, los rituales son acciones simbólicas que transmiten y representan aquellos valores y órdenes que mantienen conexionada una comunidad.

¿Es la radio un ritual? En un artículo titulado Radio as ritual publicado ya hace veinte años, Bent Steeg Larsen indagaba precisamente en esta idea: ¿el uso de la radio es un ritual y de qué manera lo es? El autor afirmaba que la escucha de radio se relacionaba con “los pequeños rituales que tienen lugar en la vida cotidiana aparentemente sin eventos”. Y precisaba que la radio no era el objeto sagrado sino un “elemento instigador del ritual”. Su contribución era y sigue siendo establecer y mantener el estado de ánimo o la atmósfera que se requiere para que el ritual sea realizado. Larsen decía que otros fenómenos cotidianos (una vela encendida, el aroma de café recién hecho...) podían contribuir de la misma manera o similar, pero la radio es especialmente adecuada porque “su sonido se puede escuchar en varias salas y porque su contenido es continuo y regular”. En definitiva, “la radio ayuda a organizar el mismo ritual día tras día y sirve como un recordatorio constante de dónde estamos, qué somos y que las actividades de uno tienen lugar dentro de un marco ritual. Por tanto, la radio ayuda tanto a iniciar como a institucionalizar el ritual”.

¿Qué sucede cuando esa escucha ya no es sincrónica, colectiva, continua y regular?¿Tendrá algo que ver el cambio de la BBC con la idea de desritualización de los medios? ¿Debe el lenguaje de los medios tradicionales traducirse en lenguaje de Internet para gozar del interés de los más jóvenes? La respuesta parecería muy sencilla: sí, descartemos la palabra radio porque para los jóvenes no concita demasiado interés. ¿Por qué entonces uno de los gigantes de la tecnología como Apple ha decidido llamar "Apple Music Radio" a su nueva emisora digital? Probablemente porque la radio era y sigue siendo ritual pero metamorfoseado.

Apple quiere reconquistar la radio

En un artículo publicado por Rolling Stone titulado Por qué Apple Music todavía se preocupa por la radio, la periodista Samantha Hissong se pregunta: “¿Por qué si la generación Z se preocupa menos por la radio tradicional que cualquier generación anterior, Apple está tratando de hacer que el medio sea guay nuevamente?”. Aunque las estadísticas del consumo de radio en Estados Unidos por parte de los jóvenes constata una drástica disminución del consumo del medio, también representa una oportunidad. “Si se hace bien, una compañía de música moderna como Apple podría llenar el vacío”, escribe Hissong. Según este artículo, Apple cree que, al priorizar el componente humano de la radio en vivo y mezclarlo con sus listas de reproducción y listas de reproducción algorítmicas, fortalecerá su posición como plataforma de música. “Y Apple no se equivoca”, sentencia Hissong.

Lady Gaga, nueva DJ de Apple Music Radio.
Lady Gaga, nueva DJ de Apple Music Radio.

En un estudio realizado por Jacobs Media Strategies en 2017, los encuestadores encontraron que una de las principales razones de los oyentes para escuchar radio AM/FM, después del amor por la música y la naturaleza gratuita del medio, tenía que ver con una conexión con personalidades a través del poder de los DJ —por cierto, Lady Gaga es una de las DJ estrella que ha fichado Apple para su nueva radio—, presentadores y espectáculos locales. Es decir, la credibilidad de marca, la cercanía y la capilaridad son las fortalezas que busca Apple; exactamente las mismas que la radio conserva intactas desde hace décadas, allí donde es verdaderamente imbatible.

De manera que tenemos a una empresa incumbente y centenaria como la BBC cambiando su nombre para abrazar el audio, mientras que un new player tecnológico como Apple recurre a los valores “antiguos” y “rituales” de la radio para innovar. Sin duda, estamos viviendo un momento apasionante y, por qué no decirlo, desconcertante en este 2020 tan agitado.

El hecho de que la música —pero también puede aplicarse a la radio— esté confinada a los cascos conectados al móvil y basada en algoritmos que no deben nada al azar sino a nuestro historial de escucha, “está cambiando definitivamente nuestra memoria auditiva”, escribe Bruno Patino en La civilización de la memoria de pez. Y también está cambiando, lo hemos constatado con los casos de BBC y Apple, las palabras con las que nombramos las cosas, los oficios, las artes. La palabra radio es un apócope de radiorreceptor, el aparato que recibe rayos (ondas electromágnéticas) con información acústica. La palabra radio proviene de latín radius que significa rayo y, más concretamente, rayo de de luz. Supongo que eso —energía radiante, criatura luminosa— es lo que significó y sigue significando la palabra radio para muchos de nosotros, aunque los tiempos ya sean otros.

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