Ada Castells: “Ser madre es el trabajo más difícil y que más importancia tiene hacer bien”
La escritora se ha vaciado emocionalmente para escribir 'Madre', una novela de ficción que, sin embargo, tiene mucho de realidad
Ada Castells (Barcelona, 1968) se ha vaciado emocionalmente para escribir Madre (Navona) una novela de ficción que, sin embargo, tiene mucho de realidad. Raquel, la madre protagonista, una mujer difícil, casi un monstruo para sus tres hijas, se parece mucho a su madre real. La única diferencia es que en Madre a Raquel le ha concedido cinco años más de vida para, a través de Sara, la hija pequeña de la madre ficticia, mantener con ella un diálogo que no pudo tener cuando estaba viva. “Todo el tema de la residencia no es cierto, pero me da paso a unas conversaciones que me hubiese gustado tener con mi madre para yo poder ser mejor madre”, afirma desde su casa, vía Skype, en una entrevista que tiene lugar en los primeros días del confinamiento. Entonces no podíamos imaginar que hoy, dos meses después, estaríamos aún en la misma situación, celebrando un Día de la Madre totalmente atípico marcado por el coronavirus.
El impacto que esa madre déspota tuvo en Castells, dejándola sin referentes, se observa precisamente en la maternidad de la propia Sara, en cuyo doble papel como hija y como madre se sustenta una novela dura, por momentos emotiva, que, sin embargo, está plagada de humor y de ironía, un recurso al que Castells ha recurrido para coger distancia del dolor que hay en las páginas del libro. Madre, en última instancia, es la constatación, como afirma la autora, de que la maternidad es “el trabajo más difícil” y para el que, desgraciadamente, no siempre estamos preparados: “Se nos prepara para triunfar en la vida, pero muy poco para ese triunfo personal como madres y padres en la familia”.
PREGUNTA. Señalas a Madre como la novela en mayúsculas de tu trayectoria literaria. Imagino que mucho tendrá que ver el hecho de que hayas volcado mucho de ti en ella.
RESPUESTA. Sí. Hay que tener en cuenta que empecé mi carrera con El dedo del ángel (Anagrama), una novela que fue muy bien recibida y que publiqué con 27 años, hace mil años (risas). Nunca desde entonces había tenido la sensación de estar escribiendo algo que realmente fuera tan autobiográfico. Por eso esta novela es tan importante para mi carrera, porque el esfuerzo de honestidad que he hecho ha sido muy potente.
P. Porque Madre es una novela de ficción que esconde mucho de realidad. Raquel, la madre protagonista, tiene mucho de tu madre real.
R. Sí, sí. Dicen que cuando pones un poquito de ficción, ya todo es ficción en una novela. La ficción es como una mancha de tinta que lo diluye todo, aunque en mi novela la única ficción es que doy vida a mi madre cinco años más para poder mantener con ella un diálogo que no pude mantener cuando estaba viva. Todo el tema de la residencia no es cierto, pero me da paso a unas conversaciones que me hubiese gustado tener con ella para yo poder ser mejor madre. Es una novela que llega tarde en mi vida, porque no la pude realizar en la realidad, así que me la invento en la ficción.
P. Es que la madre de la novela es una madre difícil para sus tres hijas. Déspota, cruel y monstruosa por momentos. La ‘mala madre’ de manual’. No sé si a su manera una madre arrepentida, a modo de las de Donath Orna, o una madre que nunca debería haberlo sido.
R. Mi conclusión es que quizás no tendría que haberlo sido, pero es cierto que a las mujeres en aquel tiempo ni se les planteaba la opción de no serlo. Yo creo y sospecho después de haber escrito esta Madre, que es una mezcla entre la madre real y la madre de ficción, que esta madre de ficción hubiese sido mucho más feliz no siendo madre y pudiéndose realizar como artista, porque tenía una vena creativa muy potente, y en otros aspectos de la vida que fueron castrados por ser hija de una dictadura y de un momento histórico muy complicado para las mujeres.
P. La historia es dura, pero sin embargo hay mucho espacio para la ironía y el humor en las reflexiones de Sara. Eso me ha llamado la atención poderosamente.
R. Para mí era muy importante salir del dramatismo. No quería hacer un dramón para nada, que ya se han hecho muchos (risas). Mi sensación es que nos gusta recrearnos mucho en los traumas y que está bien hacer el esfuerzo mental de superarlos para no estar siempre lamentándonos de nuestra infancia. Al final todos somos personas, todos somos complicados, injustos, egoístas, a veces incluso bastante miserables, así que intentemos entendernos un poco más y juzgarnos menos.
P. A Sara ese esfuerzo mental le saca la vena irónica.
R. Para mí la ironía era básica para coger distancia porque hay mucho dolor en el libro, muchos momentos que sí son autobiográficos y que fueron muy dolorosos para mí. Pero una cosa es la Sara, o la Ada en este caso, de 10 años y otra la Sara actual, que ya ha podido hacer un recorrido para explicarse las cosas de otra manera.
P. ¿Cómo marca una madre como Raquel la vida de quienes la sufren, de quienes esperan de ella cariño y encuentran todo lo contrario? Porque en la novela se ve las diferencias entre el recorrido que hacen las hermanas mayores y el que hace Sara.
R. Sara tiene la ventaja de tener dos hermanas mayores que la protegen, la apoyan y que le dan todo el amor que quizá debería recibir de su madre. ¿Cómo marca? Dejándote un poco a la intemperie. Te tienes que defender mucho del mundo.
P. Sin embargo, Sara, la hija pequeña de Raquel, a diferencia de sus hermanas, vive con una venda simbólica en los ojos. Por momentos, a lo largo de su vida, ha preferido no ver quién y cómo es su madre. A pesar de todo lo sufrido. Me ha recordado a una frase que me marcó en Las lealtades (Anagrama) de Delphine de Vigan: “Sé que los hijos protegen a los padres y que ese pacto de silencio los conduce a veces a la muerte".
R. Con esa venda Sara protege a su madre, pero también se protege a ella misma. Las dos hermanas mayores sí ven a su madre más crudamente, la juzgan más, son más capaces de definir al monstruo. En cambio, para Sara, la manera de protegerse de su madre es negar la realidad, pensar que todo es culpa suya y que dentro del monstruo hay una persona. Es más, la novela es todo el rato un intento de encontrar a esa persona, una búsqueda de reconciliación in extremis, porque ni siquiera la madre ya está. Es una necesidad de reconciliación básica para poder tirar hacia adelante sin recrearse en el trauma de la infancia.
P. Esa venda no abandona a Sara ni tras la muerte de su madre. Mientras lee la libreta dorada que esta ha dejado en forma de biografía e intenta comprender, empatizar con las circunstancias que le pudieron llevar a ser como fue, afirma que la relación con su madre mejoraba mucho en la distancia: "Quizá por eso solo he conseguido amarla una vez muerta". ¿Se puede llegar a perdonar o a empatizar con una madre como Raquel?
R. Ni siquiera se tiene que intentar perdonar porque el posicionamiento del perdón implica ya una superioridad. La idea no es perdonar. Ni siquiera entender. La novela acaba con una frase que dice: “lo único que me duele es que ya nunca verás cuánto te sé, mamá”. Es un error sintáctico intencionado porque no hay otra manera de expresarlo. No es la necesidad ni de perdonar ni de entender, sino de tener una madre. Si la que te tocó no te convencía, te inventas otra. La necesidad de madre está, pues vamos a buscar donde sea para encontrarla.
P. Antes hemos hablado de cómo marca tener una madre como Raquel y yo creo que es algo que se ve también en la relación de Sara con su hija adolescente. Me parece uno de los aspectos fundamentales de la novela: ese doble papel de Sara como hija y como madre.
R. Es que me parece un momento de la vida muy interesante y complicado. Estás en medio del sándwich. Por un lado, tienes que cuidar a tus padres, atender sus exigencias, esas actitudes que les hacen volver a ser un poco niños; y, por otro y a la vez, tienes que estar lidiando con tus hijos. Esto es muy complicado, sobre todo cuando los hijos son adolescentes y lo que hacen es reivindicarse y convertirse en unos monstruos egoístas.
P. Es que Sara está completamente perdida en su papel de madre. Quiere huir del referente que tuvo, ser todo lo contrario, pero no sabe cómo hacerlo: ¿Se puede escapar a la forma en que has sido criado?
R. Es muy difícil. Cuando su hija le dice que es injusta, que no la quiere, toda esa retahíla de reproches, ella se recuerda diciéndole exactamente lo mismo a su madre. Eso le hace replanteárselo todo, pensar hasta qué punto era ella la que lo veía mal y su madre realmente era justa; o, por el contrario, es que todos los hijos adolescentes se comportan así, todos piensan que sus padres son injustos, todos tienen un momento de rechazo para salir del huevo y hacerse personas en el que tienen que romper y matar metafóricamente al padre y a la madre.
P. Hay una frase demoledora de Sara en ese doble papel como hija y como madre: “Las madres siempre quisiéramos otras hijas, las hijas siempre quisiéramos otras madres".
R. Es que tenemos una imagen muy idealizada de lo que tendría que ser la maternidad, de cómo tendría que ser una madre, un padre y unos hijos, pero nunca, nunca, nunca es así.
P. Esa frase es la constatación de una realidad. Qué difícil es ser madre, ¿Verdad? Y qué poco valorado está.
R. Está muy poco valorado y cada vez estoy más convencida de que es el trabajo más difícil (más aún si no tienes un referente, como le pasa a Sara) y que más importancia tiene hacer bien, porque al final lo que estás sacando al mundo es una criatura que tendrá que vivir en sociedad, saber comportarse y ser feliz, que es lo que todos queremos. Y la verdad es que no creo que estemos muy preparados para este trabajo. Se nos prepara para triunfar, pero muy poco para este triunfo personal en la familia.
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