El mono negro
Eso fue viernes. El sábado nos metieron a Micaela, a mí y a toda España en casa y el mundo cambió para siempre


El último día antes de enclaustrarme y no salir más que a llenar la nevera y tirar la basura me cundió lo mío. Me suspendieron una entrevista yendo de camino y, como me pillaba de paso, paré en un outlet, vi tirado de precio un mono al que tenía ganas y lo compré al vuelo. ¿Sabes el típico fondo de armario que lo mismo te salva una boda que un bolo que un entierro? Ese. Lo único, que me sobraba medio metro de pierna y la firma no arreglaba prendas rebajadas, que eso es de pobretonas. Ningún problema. De vuelta a casa lo dejé donde Micaela, una maga rumana que coge bajos y mete sisas con primor de modista de pasarela, y me aceptó el apaño. Lo único, que tardaría, me dijo: tenía el perchero a reventar de trajes de bodas, comuniones y graduaciones esperando turno. Ningún problema. Con que estuviera para Pascua, por si me daba por llevármelo a la playa, bastaba. Ilusa.
Eso fue viernes. El sábado nos metieron a Micaela, a mí y a toda España en casa y el mundo cambió para siempre. Juro que hasta hoy no he vuelto a acordarme del mono: esa era la falta que me hacía. Pero, rumiando la perfecta inutilidad de lo que creía imprescindible, ahora que me paso el día en ropa vieja, me ha dado por pensar en todos esos vestidos de novias, madrinas, graduadas e invitadas a tantas fiestas. En esos sueños aplazados cuando no rotos por el duelo. Y se me ha encogido el alma. Eso por no hablar de todas las Micaelas que se han quedado con la aguja en vilo y el género en las perchas. Así que, cuando nos den suelta, lo primero que haré será ir a recoger el mono y llevármelo puesto. No veo mejor ocasión de estrenarlo que volver a estrenar la vida, aunque no vuelva a ser la misma. Además, no es negro del todo. ¿Sabes ese rollo esmoquin que va con todo? Ese. Un alivio de luto. Porque cuando salgamos llevaremos tras la alegría de vivir la sombra de los que se ha llevado el virus. Ya queda menos.
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