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Columna
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Otra factura sin pagar de Arabia Saudí

Con la economía mundial de rodillas a los gobernantes saudíes no se les ocurrió nada mejor que empeorarla

Jorge Marirrodriga
Un saudí observa la cotización de la Bolsa en un banco de Riad.
Un saudí observa la cotización de la Bolsa en un banco de Riad.Ahmed Yosri (REUTERS)

Las dictaduras van a lo suyo y esto no es nada nuevo. Pero cuando pase —al menos, en un primer momento— el parón en la vida internacional debido a la pandemia de coronavirus no estaría mal que alguien le pidiera cuentas y le pasara la factura a Arabia Saudí por lo que ha hecho. Al menos, por lo hecho en las últimas semanas, tampoco nos pongamos exquisitos y pretendamos ir más atrás en el tiempo.

En pleno tambaleo de la economía mundial —es decir, nos guste o no, del sistema por el que se rige el modo de la inmensa mayoría de los habitantes de este planeta, incluidos aquellos que se autoproclaman fuera del sistema—, la dictadura feudal saudí decidió poner su granito de arena para empeorar las cosas o, mejor dicho; echó su gotita de petróleo. Cuando las negociaciones con Rusia para reducir la producción se torcieron en la noche del pasado jueves —Italia estaba entonces a punto de retener en su casa a 16 millones de personas y el mundo ya veía claramente lo que se venía encima—, los saudíes optaron por abrir el grifo, literalmente, y hundir el precio mundial del crudo como estrategia negociadora. Los rusos también tienen su parte en esta historia, pero quienes apretaron el botón fueron los saudíes.

El consumidor pensará, con razón, que el que baje el petróleo es bueno. Sí, pero que se produzcan pérdidas millonarias por ello, no tanto. Y menos en un momento de caída libre en los mercados que siempre se traduce en personas que se quedan sin trabajo. Porque si hay una regla fija es que los platos rotos siempre los pagan los mismos.

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Arabia Saudí fue tan egoísta como el acaparador de mascarillas. Este ejemplo era un sinsentido hace pocos días, pero ahora se entiende perfectamente. Aunque las cuentas no les cuadren, pueden permitírselo. Su petrolera de bandera obtuvo en 2019 un beneficio —ojo, beneficio, el dinerito que queda— cercano a los 80.000 millones de euros. Con la economía mundial gravemente enferma, los saudíes decidieron empeorarla, porque se creen inmunes.

No debería sorprender porque la familia que gobierna el país desde hace décadas lleva el mismo tiempo haciendo lo que quiere sin que nadie rechiste. Y todo con la mano puesta en el surtidor de petróleo.

Por el camino se ha producido una nueva purga en el círculo de poder. Ya se sabe, la habitual lucha “contra la corrupción” que termina con los más poderosos confinados en algún lugar y los menos afortunados convenientemente desaparecidos. Los rumores apuntan a un empeoramiento en la salud del rey, y el heredero está procediendo a la correspondiente criba de lealtades y amenazas. Y tal vez vengan más.

Es posible que nada de esto último sea tenido en cuenta. Son pecadillos sistemáticamente tolerados por la comunidad internacional, como la opresión de la mujer o el asesinato de periodistas disidentes. Pero estaría bien que ahora que el régimen saudí ha tocado en el peor momento lo que verdaderamente le importa a la comunidad internacional —el bolsillo—, quedara debidamente anotado en rojo. Y cobrado.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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