_
_
_
_

Cómo las entrevistas con famosos se convirtieron en algo inofensivo

En algún momento dejó de ser un género para conocer al entrevistado y se convirtió en una forma de conocer al entrevistador. Y eso no es culpa del periodista. Por lo menos, no siempre

"Que si quiere bolsa, señora". En algún momento las entrevistas empezaron a parecerse a esto.
"Que si quiere bolsa, señora". En algún momento las entrevistas empezaron a parecerse a esto.(Getty Images)

Hubo un momento en el lustro pasado en que los números empezaron a volverse impares. El número de minutos que te conceden con un famoso para entrevistarle, quiero decir. Una vez, tuve siete minutos en un hotel italiano para llegar, junto a otros 20 o 30 medios europeos, al fondo del alma de Julia Roberts. Y en otra me dieron 11 minutos con Clive Owen. Lo de Roberts al menos tuvo cierta intimidad. El relaciones públicas más cercano estaba a unos diez metros. En el caso del actor, en cambio, los presentes en la habitación en la entrevista podríamos haber formado un consejo de ministros. ¿Quiénes eran? Publicistas, relaciones públicas, asistentes y asistentes del asistente, empleados de la marca que propiciaba la entrevista con la misión de asegurarse de que preguntaba por lo suyo sin salirme del guion pactado.

New Yorker paga unos 15.000 dólares por una pieza de ese tipo si lo escribe un colaborador. Es mucho más barato para las revistas y las webs encargar un perfil con mucha primera persona (del periodista) para cubrir una hora poco interesante con una celebrity y su representante merodeando por ahí" (Emily Gould)

¿Qué pasó con aquellas entrevistas de Rolling Stone de los años setenta en la que el periodista se empotraba con la banda, se drogaba con ellos y emergía al cabo de seis meses con 10.000 palabras sobre la experiencia? En realidad, aún hay (un par de) publicaciones con suficiente acceso y recursos a eso que se llama El Talento. Cuando Taffy Brodesser-Akner redacta uno de sus célebres perfiles en The New York Times no solo se sienta con Gwyneth Paltrow en un hotel, sino que come pizza preparada por Gwyneth y sus hijos en su cocina de Los Ángeles. “Ese tipo de artículos son mucho más caros de producir [The New Yorker paga unos 15.000 dólares por una pieza de ese tipo si lo escribe un colaborador]. Es mucho más barato para las revistas y las webs encargar un perfil con mucha primera persona (del periodista) para cubrir una hora poco interesante con una celebrity y su representante merodeando por ahí y transformar todo el asunto en 2.000 palabras con párrafos de relleno”, resume la periodista y escritora estadounidense Emily Gould. Y tiene gracia que ella reniegue de la primera persona y el protagonismo del periodista cuando se puede decir que inventó el estilo confesional de los blogs de los dosmiles, cuando era una de las firmas estrella de la extinta Gawker. “Amo ese estilo y soy la primera culpable, pero creo que hemos ido demasiado lejos en esa dirección y la contratendencia probablemente dicte que el periodista se retire ahora a un segundo plano”.

En los últimos años los periodistas nos hemos dedicado a derribar el mito y escribir piezas en las que contábamos los entresijos del reporterismo, quizá porque parecía más honrado. De paso, muchas veces nos hemos quedado con la mitad del espacio que le correspondía al entrevistado, sin saber si el lector estaba de acuerdo con esta transacción. No todo el mundo lo hace bien ni puede permitirse hacerlo.

“No puedo soportar esas entrevistas que lees en las revistas de moda y en las masculinas [¡auch!], en las que el periodista hace ver que ha conseguido una conexión íntima con el actor. Cuando todo el mundo sabe que solo está vendiendo una película, no abriendo su alma. Prefiero la honestidad con el lector”, opina la periodista de The Guardian, Hadley Freeman, que suele quedarse con los encargos más jugosos de su redacción.

No puedo soportar esas entrevistas en las que el periodista hace ver que ha conseguido una conexión íntima con el actor. Cuando todo el mundo sabe que solo está vendiendo una película, no abriendo su alma. Prefiero la honestidad con el lector”, Hadley Freeman (The Guardian)

Una reciente entrevista suya simultánea con Jennifer Aniston y Reese Witherspoon resumía a la perfección todo el mecanismo del llamado periodismo de acceso. La cosa empezaba con las dos actrices de The morning show bombardeando con piropos a Freeman. Su jersey, su bolso, su periódico, todo, qué ideal. Esto pasa mucho. Y hay que estar muy curtido y ser muy cínico para que no te afecte. A veces un simple “qué buena pregunta” te desarma un poco. Otra cosa que suele hacer el talento es ejercer de poli bueno y pretender que forman equipo contigo frente a su malvado séquito, luchando para que tengas dos minutos más para una última pregunta o para que te dejen tocar ese tema espinoso que habías prometido evitar. Cada maldita vez te lo crees. Por algo les dan Oscars. “Utilizan la falsa cercanía para que bajes la guardia y creas que eres su amigo y que, bueno, no vas a romper esa magnífica amistad que acabáis de fraguar con una pregunta incómoda”, confirma el subdirector de todo esto, Xavi Sancho.

A pesar del sistema, a veces se sigue produciendo la magia, y todo periodista del artisteo guarda en su corazoncito su lista de preferidos. Álex Vicente, periodista de EL PAÍS y colaborador de ICON, recuerda uno de sus muchos encuentros con Isabelle Huppert, en una especie de tipi que la actriz se había montado dentro del estudio, “en el Luxemburgo profundo”. También sucede, cuando uno ejerce durante el tiempo suficiente, que El Talento cambia y el periodista ve cómo se aleja hacia ese lugar blando y homogéneo llamado “la fama”. “La primera vez que entrevisté a Greta Gerwig, antes del estreno de Frances Ha, hablamos de Baudrillard y al final me pidió que le apuntara mis libros favoritos en su cuaderno. La segunda vez, en un hotel de lujo de París para promocionar Mujercitas, Gerwig fue glacial: se había convertido en una estrella”, recuerda Vicente. Sancho tiene en su panteón a Michael Stipe, segunda portada de la historia de ICON. “Llegó solo y en metro. Se presentó en el hotel como si fuera el tipo que trae las pizzas”. ¿No son adorables?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_