Desorientación europea
Las nuevas estrategias serán posibles si se apuesta por las políticas al servicio de la integración
Ahora que se negocia el ínfimo presupuesto de la Unión palpamos la desgarradora realidad del Brexit. Europa se zambulle en la reordenación de sus equilibrios, un contexto que ayuda a entender el órdago del Ministerio de Exteriores al apostar por no acoplarnos acríticamente al famoso eje franco-alemán. La lógica del poder parecería decirnos que conviene ajustarse al motor París-Berlín si eso nos otorga más influencia, pero una buena estrategia es la que se adapta a la realidad de su tiempo, y hoy no parece tan claro que la batuta de Europa siga en manos de Alemania ni que el europeísmo chovinista de Macron no sea un juego de cartas marcadas a favor de los intereses franceses. Quizás ha llegado el tiempo de hacer también nuestra la vieja máxima de Palmerston: “No tenemos aliados eternos ni enemigos perpetuos. Solo nuestros intereses son eternos y perpetuos”. Y si es cierto que España ha mostrado lo mejor de su vocación europeísta cuando ha envuelto sus intereses en el interés colectivo, tal vez la integración consista hoy en apostar por la geometría variable, al menos hasta que escampe la tormenta presupuestaria.
Lo interesante del momento es que podemos observar en directo cómo se construyen las paupérrimas narrativas europeas. Y esto nos coloca ante la disyuntiva pendiente desde hace tiempo: ¿por qué la narrativa europea no forma parte de nuestras narrativas nacionales? Quizá sea por su complejidad, lo que constituye un problema de los políticos, o tal vez porque, desde nuestro mendaz parroquialismo, lo despachamos como una “perspectiva elitista”. Mientras se negocia, los observadores tratan de dotar de coherencia lo que ven, y hoy podemos identificar tres planos que permiten descifrar ese juego de perspectivas solapadas: la gobernanza económica, las migraciones y el rol de Europa en la globalización. La primera, en realidad, habla de la dramática distancia entre los centros de toma de decisiones y la ciudadanía, mientras la cuestión migratoria desempeña un papel fundamental en el debate identitario sobre la definición de Europa como sociedad. Pero quizá la clave está en el juego de la Unión en el tablero de la globalización.
Un funcionario europeo señalaba que, para entenderlo, debíamos viajar a Asia y ser sacudidos por su tamaño y dinamismo. Desde ahí es más fácil encajar las piezas y ser conscientes de nuestro lugar en el mundo. Quizás por eso los presupuestos expresan la ambición geopolítica de la UE. No hay mayor muestra de poder que poner el pacto verde en el corazón de la agenda política, pues con ello Europa define lo que considera el principal reto de la humanidad. Pero que no nos engañen: las nuevas estrategias serán posibles si se apuesta por las políticas al servicio de la integración.
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