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Columna
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Lagun

María Teresa Castells, Ignacio Latierro y José Ramón Rekalde reúnen todas las características exigibles en un casting de héroes

Jorge M. Reverte
Ignacio Latierro, cofundador de Lagun, en la librería de San Sebastián que tiene más de medio siglo de vida.
Ignacio Latierro, cofundador de Lagun, en la librería de San Sebastián que tiene más de medio siglo de vida.JAVIER HERNÁNDEZ JUANTEGUI

Lagunen euskera quiere decir amigo. Durante más de medio siglo, los donostiarras de bien, que son muchos y en demasiadas ocasiones heroicos, han tenido un amigo en forma de librería que se llamaba y se llama así: Lagun. Una buena librería a la que yo acudía siempre cuando me podía mover y me acercaba a Donostia, una ciudad llena de buenas vistas, comidas inmejorables y con la mejor playa urbana que nadie haya podido pensar.

Ahora, Donostia, unos años tarde y, sobre todo, muchos muertos tarde, vuelve a ser uno de esos sitios en los que a uno le gustaría vivir. Gracias en gran parte a los fundadores de Lagun, María Teresa Castells e Ignacio Latierro, con la perenne complicidad de José Ramón Recalde. Entre los tres personajes reúnen todas las características exigibles en un casting de héroes. Han soportado los ataques virulentos del franquismo, los de la extrema derecha, los de los fascistas abertzales, los de ETA y, ahora, lo que es más llevadero, los del mercado.

José María Izquierdo y Luis Rodríguez Aizpeolea han hecho de toda esa peripecia de medio siglo lleno de historias repletas de razones para sentir el miedo que puede paralizar, una sola historia de amor a la cultura y amor a Euskadi. La que protagonizaron María Teresa, Ignacio y José Ramón. Y Belén Verdugo ha sobrevivido a tan poderosos guionistas, que no era fácil.

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Han hecho entre todos un documental que es un canto a la libertad, en blanco y negro, cuando así eran las cosas. Y en color ahora, cuando el País Vasco puede empezar a recordar con buenas vibraciones a todos esos vecinos que dedicaron gran parte de su vida, sin duda sus mejores años, a una apuesta de futuro que, entonces, parecía imposible de alcanzar.

A veces se hace difícil explicar lo del relato. Pues este es el relato, que nos enseña a algunos de las mujeres y hombres que han conseguido que Euskadi sea hoy un país donde ir a una librería no exija al cliente tomar aire tres veces antes de entrar, ni a sus propietarios tomar pastillas para dormir para no pensar en el próximo atentado con cócteles molotov.

La libertad y la democracia solo pueden venir de quienes las aman. Los de Lagun eran de esos. A los que todos, y no solo los vascos, les debemos tanto.

A mí me ha sobrecogido. A Cayetana no le preguntamos.

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