Todo lo que Shakira y JLo hicieron en 12 minutos
Las dos artistas redefinieron un espacio ultra masculino y ultra patriótico abriendo un nuevo espacio a la diversidad y a las mujeres latinas
Vi el Super Bowl en una privada, un niño de una casa al fondo invitó a su grupo de amigos de la escuela a ver el partido, todos tenían entre 9 y 11 años, le iban a los Chiefs, en la casa en la que estaba le íbamos a los 49ers, aunque me incluyo más por solidaridad porque entendí algo o poco gracias a las buenas jugadas del jugador 15 de Kansas. Cada vez que los Chiefs ganaban, los niños salían y se paseaban por el ventanal gritando felices en un coro agudo “Kansas, Kansas, Kansas” y cuando había una buena jugada de los 49ers se aparecían dos o tres abucheando y gritando “San Francisco es popó, los 49ers son caca”. En el medio tiempo, salieron al patio a jugar americano, y dos de ellos, los más grandes, pidieron permiso para ver el show de Shakira y JLo con nosotros. Se sentaron en el piso y uno le dijo al otro “¿Ves? Te dije que están guapas.” Ese niño estaba anonadado con las movidas de tubo de JLo, quien probablemente sea diez, veinte años mayor que su mamá, y probablemente esa haya sido una de las primeras veces que cambiaron a su grupo de amigos por ver a dos mujeres en una pantalla en una casa vecina para no estar donde sus mamás cenaban pizza frente a otra pantalla.
El fútbol americano es un deporte bien masculino y muy patriótico. Se gesta en las universidades en Estados Unidos, la mayoría de los jugadores profesionales son también estudiantes universitarios. Es un deporte que sólo pueden jugarlo hombres y se trata sobre todo de dominación. Hay muchos golpes, hay mucha testosterona. Usan cascos. Los más ligeros pesan 100 kilos, los más chaparros miden 1,80. Hay muchos casos violencia intrafamiliar entre los futbolistas de americano, al grado que la NFL es más severo en la sanciones a las conductas violentas de los futbolistas contra sus mujeres que los resultados de un dopaje. Hay muchos casos de futbolistas arrestados y algunos casos de asesinatos. Así como la muy violenta idea patriótica en tiempos de Trump y los efectos del odio en contra la diversidad se han volcado en contra de las comunidades latinas, árabes y afroamericanas. Y aspectos de todas estas comunidades estuvieron presentes en el show de medio tiempo que los dos niños mexicanos miraban, con las piernas cruzadas sentados en el piso, al tiempo que lo comentaban: “Órale, están cantando en español”.
Quizás la connotación política más evidente es que en ese espacio tan masculino, tan patriótico, dos mujeres latinas encabezaron el show de medio tiempo por primera vez. Eso va contra corriente en tiempos de Trump, peligrosamente reelegible. Y que hayan cantado en español y en inglés abre un nuevo espacio en este mainstream. También el hecho de que en la misma cancha donde se despliega la bandera estadounidense y se canta el himno nacional, casi como en un acto militar, siempre en voz de alguien famoso, JLo haya salido con una capa colorida de plumas con la bandera de Estados Unidos que al voltearla era la bandera de Puerto Rico: la que finalmente quedaba de frente, de cara a todos. De manera que en ese mismo espacio hay lugar para otras banderas. Además hubo elementos en sus vestimentas que mostraban aspectos de esta diversidad. Shakira salió vestida de rojo, con estilo árabe, y algunos de sus bailes están inspirados en las danzas libanesas. Tuvo un gesto islámico, que solo hacen las mujeres para expresar alegría y celebración, ese movimiento de lengua velocísimo antes de cantar “Hips Don’t Lie”, a lo que una amiga llamaría “la shakirada”, que, en su genial definición, es ese momento en el que Shakira hace algo inesperado en sus vídeos, como ponerse a bailar como tarántula de la nada o a hacer algo que uno dice “pero por qué está haciendo eso, Shakira”. Pero ese movimiento de lengua, esa “shakirada” fue también un gesto deliberado de la diversidad en un espacio patriótico. Además, decidió montar coreografías de las minorías afrocaribeñas –Champeta y Mapelé– ante 100 millones de espectadores de todo el mundo. JLo, por su parte, escogió logos de Versace que quizás sea uno de los símbolos más reconocibles del poder adquisitivo, de riqueza, y todo lo que esto quiere decir en una sociedad norteamericana en la que una mujer es capaz de conquistar, por medio de su trabajo, el mundo del espectáculo. Bailó en un tubo como una muestra de su muy impresionante –humillante, dice mi tía– condición física. Jennifer López además le dio espacio a Emme, su hija de once años en el escenario –Shakira nada más y nada menos en la batería– haciendo pública su maternidad, politizándola: su hija salió de una jaula luminosa entre otras jaulas y otras niñas como una referencia a los miles de menores de edad latinoamericanos detenidos en la frontera de Estados Unidos, a cantar Born in the USA de Bruce Springsteen, quizás una de las canciones pop más patrióticas en las fraternidades universitarias, pero en ese contexto convertida en la frase que es la bandera de los Dreamers.
Bad Bunny y J Balvin las acompañaron brevemente y en el último acto ellas dos salieron a compartir el escenario, mientras que en redes sociales las comparaban, se preguntaban cuál de las dos lo había hecho mejor, cuál estaba más guapa, pero nadie comentó o puso a competir a los dos reguetoneros, lo cual habla mucho de las exigencias que se hace a las mujeres y de lo alto que subieron la vara Shakira y JLo, además de que en ese acto redefinieron el concepto de belleza tan relacionada a la edad. Muchos de los memes que circularon trataban sobre las edades de las dos, 43 y 50 años, circulaban fotos de ellas espectaculares, sonrientes, abrazadas, con variantes de frases como: “Latinas be like, I’m 132 years old”. Por otro lado, en el acto final, Shakira salió vestida de dorado y JLo en plateado –los colores de la plata, el oro, el poder– como las dos mujeres que llevan carreras larguísimas, que comenzaron adolescentes en Barranquilla y en el Bronx, que probablemente no imaginaron nunca estar en ese escenario, ahora con carreras que suman millones de dólares, con varias canciones en el Billboard, ambas con estrellas en el paseo de la fama de Hollywood, con varios Grammys. Redefiniendo un espacio ultra masculino y ultra patriótico en el que ahora ellas abrieron un nuevo espacio a la diversidad y a las mujeres latinas. Porque fueron dos latinas –sí, de 43 y 50 años– que se pararon en el escenario a romper el Super Bowl mientras dos niños en la Ciudad de México, como tal vez mucho otros niños y niñas también, comentaban: “Órale, güey, ¿son mexicanas?” Porque por primera vez les sonó cercano. Y ahora saben que ahí en el mainstream hay espacio para otras banderas, otros idiomas, para la diversidad y que también es el espacio para que dos mujeres, redefinan la idea de la belleza tan ligada a la juventud, y pueden romperla ante la mirada del mundo.
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