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Columna
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Bye now

Es un día triste para los que creemos en el proyecto europeo

Cristina Manzano
Eurodiputados emocionados tras la votación del acuerdo de salida del Reino Unido de la Unión Europea, en el parlamento Europeo, este miércoles.
Eurodiputados emocionados tras la votación del acuerdo de salida del Reino Unido de la Unión Europea, en el parlamento Europeo, este miércoles. Francisco Seco (AP)

Quién habría imaginado que el Brexit pasaría prácticamente desapercibido en la última semana oficial del Reino Unido en la Unión Europea. Será por el coronavirus, el impeachment o el culebrón catalán, pero esta fase final del divorcio del siglo no está teniendo la cobertura que cabría esperar. Incluso Boris Johnson ha desinflado (forzado por la afonía del Big Ben) la celebración pública.

Tras más de tres años de amarga ruptura comienza una nueva y transitoria etapa en la que nada está escrito. Mañana, 1 de febrero, poco se notará. Algunas banderas menos, si acaso. Pero es el espejismo de que nada cambia para que todo se transforme. La pérdida de lo que han aportado los británicos en ideas, estrategias, procesos y, sobre todo, personas, será enorme.

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Aun así, habrá muchas cosas que los británicos dejarán en la UE tras su salida. Aquí van algunas:

El idioma. Antes de que el Reino Unido e Irlanda se unieran a las comunidades europeas, la lengua de trabajo era el francés. El inglés fue suplantándolo poco a poco, hasta convertirse en la auténtica lingua franca de la Unión (y también fuera de ella). Por mucho que algunas voces continentales pretendan recuperar un cierto nacionalismo lingüístico, es una batalla perdida.

Un puñado de escaños en el Parlamento Europeo. De los 73 británicos, 46 se reservan para futuros Estados miembros. Los otros 27 se reparten: a España le corresponden cinco. En cuanto a familias políticas, los equilibrios de poder no varían significativamente. Nigel Farage no había logrado incluir sus 27 escaños en ningún grupo, con lo que su salida simplemente adelgaza el número de independientes.

Queda, claro, la tremenda incertidumbre de los ciudadanos y ciudadanas en uno y otro lado (tres millones de europeos en el Reino Unido, un millón de británicos en la Unión). En teoría, mantendrán los mismos derechos que hasta ahora. En la práctica, a la batalla emocional que comenzó tras el referéndum se sumará ahora la batalla burocrática.

Quedan algunos funcionarios británicos en las instituciones europeas. Cuando se celebró el referéndum había algo más de 1.000. Durante este tiempo, algunos se han ido; otros han solicitado otra nacionalidad. En teoría, estarán cubiertos por el acuerdo sobre los ciudadanos; en la práctica, sus perspectivas de carrera se verán seriamente limitadas.

Queda Huawei, el último gran legado británico. La decisión de Johnson de no expulsar a la firma china de su mercado —con las debidas precauciones— facilita la posición europea en su conjunto en la guerra comercial tecnológica entre las dos potencias.

Y queda, ya se sabe, una complejísima negociación por delante, que deberá dirimirse en apenas 11 meses. El fantasma de un no acuerdo sigue ahí. Y la necesidad de dedicar una ingente cantidad de recursos y de tiempo, también.

Es un día triste para los que creemos en el proyecto europeo.

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