_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Maltrato digital

Los ancianos que no pueden o no saben o no quieren aprender el nuevo alfabeto y no tienen ni tienen por qué tener quién les enseñe, también existen

Luz Sánchez-Mellado
Una pareja de ancianos utiliza un cajero automático.
Una pareja de ancianos utiliza un cajero automático.Getty Images

Mi abuela Gabina gastaba firma digital antes de inventarse. Firmaba con el dedo, vamos. Con el índice de la diestra, concretamente, porque, aunque era zocata perdida, esa era la yema que, entintada y estampada donde fuera preciso, le servía para demostrar que era ella y no otra. Analfabeta por razón de su sexo, su cuna y su tiempo, mi yaya no pudo, o no supo, o no quiso alfabetizarse de adulta. Quizá porque siempre tuvo quien le escribiera las cartas y le leyera los letreros, y se defendiera sola con los números. Así que, cuando iba al banco a cobrar su pensión de viuda, firmaba el recibo a dedo con esa mezcla de vergüenza y amor propio con la que anduvo por la vida. A tal fin, guardaba cual alhaja en cofre una almohadilla de caucho, un pote de tinta y un tampón secante en una funda de ganchillo que había tejido adrede y que llevaba consigo al fin del mundo. Ay, Gabina: te estoy viendo. Cómo te gustaba visar un papelote, aunque no entendieras una sílaba, o igual por eso. Hasta aquí la nostalgia. Salvo a ella, no añoro nada de aquello: describo.

Pienso en Gabina cuando veo a tantos ancianos obligados a entender y pagar Internet y un móvil inteligente para manejar su propio dinero o quedar con su médico. Ciertos bancos lisonjean en sus anuncios a esos mayores digitales sin enfermedades ni limitaciones ni, casi, arrugas en el cutis. Haberlos, haylos. El otro día iba un AVE a Valencia llenito de ellos mirando en Google dónde bailar bachata. Pero los otros, los que no pueden o no saben o no quieren aprender el nuevo alfabeto y no tienen ni tienen por qué tener quien les enseñe, también existen. Mi yaya firmaba con el dedo ante un cajero de carne y hueso. Los nuevos analfabetos, ni eso. Malviven en un sistema que les ignora y les maltrata. Yo que los banqueros pensaba en ellos. Llevan décadas lucrándose con sus cuartos. Les deben servicio y respeto. No esperar a que se mueran.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_