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Columna
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¿Dónde está Lula?

El expresidente continúa su silencio político mientras Bolsonaro vive un repunte en su popularidad

Juan Arias
El presidente Bolsonaro carga a un niño venezolano.
El presidente Bolsonaro carga a un niño venezolano. SERGIO LIMA (AFP)

En Brasil se están moviendo, de repente, placas tectónicas de la política mientras que Lula, ya fuera de la cárcel y con libertad de palabra y acción, sigue en silencio político. Sabemos lo que el expresidente piensa y organiza por terceras personas. Al parecer su gran preocupación sería definir los posibles candidatos de su partido, el PT, con vistas a las elecciones municipales. Es muy poco para el momento crítico que vive el país, donde están en juego la libertad de pensamiento y el futuro democrático.

El bolsonarismo más exacerbado y autoritario, de extrema derecha, está levantando la cabeza. El presidente Bolsonaro ya no solo habla de disputar la reelección en 2022. Insinúa eternizarse en el cargo más allá de ocho años. Cuando parecía que su balón de popularidad había pinchado, llegando a índices insignificantes de consenso y superado hasta por su ministro de Justicia, Sergio Moro, parece haber levantado la cabeza nuevamente.

Los últimos sondeos le dan un crecimiento significativo del apoyo popular. Y él, envalentonado,ha dado señales claras de querer debilitar en su Gobierno la fuerza de Moro. Ha anunciado que podría retirar de su ministerio la lucha al crimen organizo, campo en el que el exjuez de la Lava Jato había recogido frutos considerables. De ahí a empujarlo fuera del Gobierno hay un paso.

Bolsonaro se ha permitido el lujo de ofrecer la Secretaría de la Cultura a la famosa actriz global Regina Duarte, algo que ha dejado perpleja a la extrema derecha. Su hijo, el extremista alcalde de Río de Janeiro, Carlos, ha llegado a acusar a su padre de haber elegido a una “comunista”.

Ahora, Bolsonaro, más libre, exhibe como su nuevo trofeo a la actriz que, en realidad, hubiese hecho un buen papel en cualquier gobierno democrático. ¿No fue Gilberto Gil ministro de Cultura de Lula? No es que Bolsonaro se haya convertido de repente a los valores democráticos. Es que se siente más fuerte y con ganas de provocar a los suyos.

No sabemos aún si esa elección para guiar la rica cultura brasileña acabará consolidándose, si la actriz se encontrará a gusto y con libertad de acción en ese Gobierno de extrema derecha y hasta cuándo la soportará el jefe si intenta abrir nuevos campos de democracia cultural. No cabe duda, sin embargo, que Bolsonaro se permite hasta jugar con dos barajas y se divierte con el nombramiento de Duarte.

Mientras tanto, Lula sigue en silencio en este momento crucial en el que podría consolidarse un clima de autoritarismo y una caza de brujas iniciada con el intento de condenar al periodista norteamericano Glenn Greenwald, fundador de The Intercept. Esto desentrañó las vísceras más oscuras de la Lava Jato y se convirtió en un símbolo claro del desprecio por la libertad de expresión. 

Hay momentos en la historia de una familia o de un país en los que es necesario olvidarse de los intereses más personales para colocarse al servicio de la comunidad. Sobre todo si esta se halla en grave peligro. De ahí que Lula, con sus aciertos y errores, no deja de ser una figura fundamental en la democracia de este país. Haría mal en perderse en la defensa de su corral personal, olvidándose del bien general.

Su papel se empequeñecería si su única preocupación fuera la de salvar de la quema a su partido, el PT. De nada serviría en este momento una confrontación directa con Bolsonaro, ya que solo serviría para fortificar al presidente y a sus huestes, quienes se sienten orgullosas de haber derrotado al lulismo.

Lo que Brasil necesita y para lo que Lula sí podría ser aún una pieza importante es la reunificación. El país, tras la explosión e involución bolsonarista, se encuentra en un momento histórico que vivieron países como España cuando acabó la dictadura franquista. Solo fue capaz de salir del túnel fúnebre de 40 años de oscurantismo, precedida de una sangrienta Guerra Civil, con la idea genial e inteligente de todos los partidos democráticos de dar vida al Pacto de la Moncloa, que sería más tarde imitado por otros países, a una primavera democrática capaz de recuperar todas las libertades.

También hoy las fuerzas democráticas en Brasil, desde la izquierda a la derecha, necesitan crear un pacto de acción ante el huracán extremista. Se deberán reunir fuerzas y olvidarse los intereses personales o de partido para crear un pacto democrático. 

Para ello deberán ser conscientes todas las fuerzas democráticas. Y lo deberá ser Lula. No será alimentando egos y defendiendo intereses partidarios que se recreará una sociedad pacificada, unida y feliz, donde todos tengan derecho de ciudadanía.

Y donde no sean relegadas al olvido, como ocurre hoy, esas caravanas de pobres y desasistidos. Caravanas de familias que consiguen mal sobrevivir. Esas familias de la periferia económica del país no son una minoría sufrida e insignificante. Hoy, tristemente, constituyen la gran mayoría de Brasil, uno de los países más grandes y ricos del mundo. Un país que, paradójicamente, aparece a la cola de los que menos combaten la corrupción. ¿Será verdad que no existe la corrupción en el Gobierno de Bolsonaro? Es de esperar que el ministro Moro, que era un lince para descubrir la corrupción debajo de las piedras cuando era juez de la Lava Jato, sea capaz de detectarla dentro de su propio Gobierno. ¿O no?

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