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Columna
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Comisiones del futuro

Quien no actúe de forma inminente ante los nuevos retos se quedará atrás y pagará caro el retraso, y quien lo haga con la miopía del corto plazo estará caminando en sentido contrario

Cristina Monge
Iván Redondo dirigirá la futura oficina nacional de prospectiva y estrategia.
Iván Redondo dirigirá la futura oficina nacional de prospectiva y estrategia. Samuel Sánchez

La mejor manera de adivinar el futuro es construyéndolo, y para ello es imprescindible aprender a divisar las olas, entender su trayectoria y potencia para surfearlas lo mejor posible, y conseguir así arribar a la playa deseada. A eso se dedican los observatorios de prospectiva o comisiones —incluso ministerios— del futuro que existen en el mundo. Lo hacen conscientes de que los retos que los Gobiernos y las organizaciones tienen ante sí requieren medidas urgentes y luces largas. Quien no actúe de forma inminente se quedará atrás y pagará caro el retraso, y quien lo haga con la miopía del corto plazo estará caminando en sentido contrario.

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Así lo entendieron ya hace años países como Francia, Reino Unido, Canadá, Finlandia; organizaciones internacionales como la OCDE o la Unión Europea; empresas multinacionales, foros empresariales, etc. También en España ha habido ya experiencias como Etorkizuna Eraikiz, creada por la diputación de Gipuzkoa para identificar los retos a abordar en los próximos diez años y diseñar soluciones desde políticas públicas con visión estratégica activando metodologías colaborativas de todos los agentes políticos, sociales y económicos.

El anuncio del Gobierno de España comprometiéndose a crear una unidad de prospectiva y estrategia a largo plazo es, sin duda, una buena noticia, que sitúa al país en el grupo de los más avanzados en visión y planificación. La dimensión y alcance de esta unidad dependerá de muchos factores, pero sobre todo de cómo se conteste la pregunta clave: ¿De quién es esta unidad? Si es del Gobierno, sus trabajos podrán ser más o menos relevantes y su impacto importante. Si es del conjunto del Parlamento, su capacidad de influir y de incidir en las políticas públicas se multiplicará. Ahora bien, si se tiene la osadía y la capacidad de innovar lo suficiente como para hacer que sea del conjunto de la sociedad, entonces se convertirá en un instrumento de transformación social de primera magnitud que permitirá diseñar el futuro donde colectivamente se quiere llegar partiendo de las grandes tendencias que ya operan.

Despejada esta incógnita, un espacio con tales pretensiones está obligado a ser, al menos, inter: interdisciplinar, intergeneracional, plural en lo ideológico, con representación de los diferentes sectores de la sociedad civil, del mundo del conocimiento, de la economía y la política. Si sus trabajos son exitosos, se convertirá en un foro trans: transdisciplinar, transgeneracional y transversal tanto en lo ideológico como en otras dimensiones. Es decir, superando las visiones necesariamente parciales de cada cual para construir una visión de país compartida.

Una unidad del futuro que aborde los grandes desafíos en un Gobierno como este tendrá que operar en relación con otros órganos de participación como la Asamblea Ciudadana por el Clima o los órganos de gobernanza de la Agenda 2030, paradigma de desarrollo al que España se comprometió, junto al resto de países de Naciones Unidas, y que dibuja todo un marco en el que construir un porvenir compartido.

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Sobre la firma

Cristina Monge
Imparte clases de sociología en la Universidad de Zaragoza e investiga los retos de la calidad de la democracia y la gobernanza para la transición ecológica. Analista política en EL PAÍS, es autora, entre otros, de 15M: Un movimiento político para democratizar la sociedad y co-editora de la colección “Más cultura política, más democracia”.

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