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Columna
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Stuart Mill escribe a Vox

Las censuras familiares hoy carecen de eficacia, a menos que deseen privarles también del acceso a internet o la televisión

Fernando Vallespín
Reproducción de la 'Enciclopedia Británica'. Retrato de John Stuart Mill.
Reproducción de la 'Enciclopedia Británica'. Retrato de John Stuart Mill.

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Me disculpo por entrometerme desde el pasado en una cuestión que en principio no debería afectarme. Me refiero a ese extraño dispositivo que quieren incorporar en las escuelas para evitar que los alumnos tengan acceso a determinados contenidos por su daño potencial para la moral de los jóvenes. Mi primera perplejidad deriva del hecho de que puedan pensar que su formación básica sea algo que esté solo en manos del sistema educativo. ¡Menudo optimismo y qué ingenuidad! En este tiempo suyo, aquellos se educan mucho más a través de la propia vida, del mundo de sus relaciones sociales y de toda esa fanfarria de series y películas que consumen con avidez. Y todo este entramado está fuera de su control. Las censuras familiares hoy carecen de eficacia, a menos que deseen privarles también del acceso a internet o la televisión.

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Pero eso no es más que la constatación de un hecho. Lo importante es la premisa normativa que subyace a esta búsqueda de la vigilancia parental. Porque lo que venden como un intento por evitar su adoctrinamiento lo que en realidad oculta —y les fastidia— es que no sean adoctrinados en los mismos valores que ustedes sostienen. Lo que de verdad les preocupa es que puedan llegar a elegir una concepción del bien que no sea la que Vox defiende, cuando el objetivo de la enseñanza es, precisamente, que accedan por sí mismos al tipo de vida que más les convenza. Su actitud se corresponde, pues, con eso que siempre se ha visto como el miedo a la libertad, la exposición al pluralismo de opiniones, valores y formas de vida, algo que ya no tiene vuelta atrás.

Cuando tuve que abordar estas cuestiones en mi época llegué a una conclusión relativamente sencilla. El sistema educativo ideal es el que consigue hacer realidad esa máxima greco-romana de enseñarnos a pensar por nosotros mismos, a acceder a nuestras propias opiniones, a problematizarlo todo. Por eso la llamaron “educación liberal”, por palo seco las convicciones heredadas, que su fin era hacernos libres, no seguir aya fueran estas las de los padres o las de la comunidad. Para ello, sin embargo, se nos debía familiarizar con todo el abanico de opciones posibles y con los instrumentos cognitivos y los conocimientos necesarios para garantizar el máximo despliegue de las actitudes racionales. A partir de ahí, que cada cual elija. Caiga quien caiga. La tarea de las instituciones públicas debe ser el proporcionarnos esos instrumentos y el velar porque desarrollemos una actitud ciudadana; es decir, respetuosa con las reglas de juego que hacen que esto sea posible. Pero deben permanecer neutrales ante las diferentes concepciones del bien. El “mercado de las opiniones” ya se encargará de colocar a cada cual en su sitio.

En esto consiste básicamente ese “consenso liberal”, que ustedes adjetivan como “progre”. Lamento decir que no son sus únicos enemigos. Están también los otros tribalismos ideológicos o identitarios, esa curiosa devoción por ubicar “lo nuestro” más allá de la razón y del bien y del mal y el desprecio por cualquier disidencia.

Yours Sincerely.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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