Ameztoy
No era un pintor olvidado pero sí amortiguado en el sentido más irrevocable
No era un pintor olvidado pero sí amortiguado en el sentido más irrevocable, pues Vicente Ameztoy murió a los 55 años en 2001. En otoño su arte floreció de nuevo en el Círculo madrileño, donde puede verse hasta el 26 de enero, antes de que, muy ampliada, la exposición se instale en el Museo de Bellas Artes de Bilbao a partir del 12 de febrero. Integrante de un grupo de artistas vascos surgido en los sesenta, entre los que destacaban Marta Cárdenas, Andrés Nagel, Carlos Sanz o Mari Puri Herrero, la figuración de Ameztoy no se parece a ninguna, conteniendo ecos de tantas: pop art, surrealismo, posprerrafaelismo místico-pagano, paisajismo alegórico. Tangencias. El donostiarra fue un creador demiurgo, y pocas trayectorias ofrecen un universo tan original como el suyo. Ameztoy fundó un paraíso tal vez perdido, lo diseñó en varias dimensiones, le dio colores que están entre los más vivos de la pintura contemporánea, y después, como un dios del pincel, lo pobló de habitantes para que su Adán y Eva no estuvieran solos en un jardín ameno tan inquietante. Una galería humana, o quizá sobrehumana, de la sensualidad, de la sacralidad laica, de lo siniestro, que brilla en piezas extraordinarias como la conversation piece vegetal procedente del Artium de Vitoria, el retablo de Remelluri o los retratos imaginarios de Virginia Montenegro y del pintor Goenaga: obras miniadas de un manierismo aumentado por la lente del ingenio irónico. Muchos de sus dibujos y sus cuadros parecen fantasías realizadas al despertar. Y aunque Ameztoy no era hombre de programas, su arte coincide con lo que André Breton predicaba en el Primer manifiesto: la búsqueda de lo maravilloso en la confluencia de las “ruinas románticas” y los “maniquís modernos”. Ameztoy o el romanticismo de las marionetas que saben más soñar que razonar.
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