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Columna
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‘Crazy’

Visto el desarrollo de la vida de los ciudadanos de Alepo, lo que no se entiende es cómo aguantaron tanto antes de correr al exilio

David Trueba
Fotograma del documental 'Para Sama', de Waad al Kateab.
Fotograma del documental 'Para Sama', de Waad al Kateab.

De entre las diversas formas que adopta el espíritu navideño está la de pensar en aquellos lugares en que las festividades no significan ningún disfrute. El honor de amargar la Navidad le corresponde este año a un documental producido por el Channel 4 británico a partir del diario filmado de una joven siria durante el sitio de Alepo. Waad al Kateab se unió a los jóvenes que reivindicaban libertad y progreso frente a la larga dictadura que dominaba su país desde la infancia de sus abuelos. En el punto climático de la guerra siria, los aviones norteamericanos estuvieron listos al despegue para castigar al régimen por sus bombardeos con agentes químicos. La habilidad rusa para la negociación a varias bandas paralizó el ataque, presa los norteamericanos de la culpa y la vergüenza tras su manipulada invasión de Irak. El resto de la historia se puede vivir desde dentro gracias al documental Para Sama. Con un grupo de amigos y su pareja, médico, levantan un hospital improvisado en un edificio de viviendas. Allí atienden a las víctimas constantes del asedio que hizo caer Alepo bajo el poder de la aviación rusa y el Ejército de El Asad.

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La película adquiere en sus momentos más duros el carácter de cinta de terror. No tanto de sustitos, como estamos acostumbrados, sino de esa atmósfera cargada de desolación e impunidad. Vemos a niños muertos por las bombas, a sus hermanos desorientados y confusos con la cara llena de polvo de ladrillo triturado, a las madres empeñadas en portar en brazos el cadáver de sus hijos hasta la sepultura. Como cualquier diario de denuncia, desde la inevitable referencia de Anna Frank, no hay espacio apenas para la geoestrategia ni la política vista desde los despachos. Tan solo se cuenta la vida en el refugio, el paso de las estaciones y el milagro humano de ser capaces de, en las peores condiciones, enamorarse y tener hijos. La Sama que da título a la película es la hija de la narradora, que ha hilvanado el documental junto a Edward Watts. Nacida en un lugar en ruinas, aprende a distinguir entre los biberones el rumor de los aviones de ataque y el silencio previo al estallido de las bombas de racimo.

No es un cuento de Navidad, aunque en las escenas más torturantes aparece la nieve posada sobre las flores de la terraza y en la boda de los protagonistas suena la voz de Julio Iglesias susurrando Crazy de Willie Nelson. Y también se reanima a un bebé al que sacan del vientre de su madre muerta en un bombardeo y esos milagros te invitan a pensar en otros milagros lejanos sobre los que se asienta la historia de las religiones y sus mitos legendarios que aún festejamos. Puede que para nosotros solo sean la incómoda legión de refugiados que no queremos socorrer, que hacen bascular nuestra política interna hacia el miedo y el autoritarismo. Pero visto el desarrollo de sus vidas en la ciudad que los acogía, hoy un destrozo vergonzante en mitad de la calma acordada por las potencias en liza, lo que no se entiende es cómo aguantaron tanto antes de correr al exilio, antes de refugiarse en cualquier portal donde esperar a que pase la noche siniestra. Sabemos muy poco de lo que ocurre. Nos llegan crónicas de voluntarios, pero no pueden competir contra seis enviados especiales en la tormenta local y el chubasco del día y las 24 cámaras dispuestas para retransmitir el partido.

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