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Columna
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El triunfo de la mentira

Este país no saldrá adelante si no mejora las condiciones de vida de esa generación de jóvenes a la que la crisis dejó colgada

Elvira Lindo
Estudiantes en la biblioteca de la Universidad de Barcelona.
Estudiantes en la biblioteca de la Universidad de Barcelona.Albert Garcia Gallego

"Esta es la generación más preparada de la historia”. No sé quién acuñó la archimanida frase. Se empezó a decir en referencia a la juventud de hará como una década, así que los protagonistas a los que se refería tan discutible afirmación han sumado diez años y andan por la treintena. También nos inventamos para ellos aquello del “emprendimiento”, un término luminoso que enmascara un concepto del que se ha servido el capitalismo toda la vida de Dios, sobre todo el americano, para responsabilizar al individuo de su éxito o su fracaso. El éxito como consecuencia de la imaginación: si tienes una gran idea y la materializas con entusiasmo ten por seguro que triunfas, y si no triunfas, reinvéntate, si fracasas de nuevo, mira, chico, eres un torpe. Compramos esa preciosa palabra, “excelencia”, sin advertir que quien defendía aquello de que con talento y esfuerzo se llega donde uno se lo proponga, obviaba la desigualdad en la casilla de salida. A los de la generación más preparada de la historia también se la colaron con eso del “meritoriaje”, y los padres, pobres, animaron a practicar esa vieja táctica que a ellos les había servido: “Tú mete la cabeza aunque no te paguen de momento, y ya verás”. Y ya verás qué. El meritoriaje se convirtió en un eterno becariado, con suerte la becaria se transformaba en falsa autónoma, que es un rango ilusoriamente superior. Autonomía, poca, porque para pagar los impuestos que crujen el presupuesto de los trabajadores por su cuenta y riesgo, los padres han de aportar algo a las vidas de esos hijos que tienen edad de sobra para ser independientes. O para tener hijos. Esos niños que habrán de llamarse generación milagro, porque serán pocos y de madres en el filo de su infertilidad. También sostuvimos la idea de que si una joven se lo propone sale adelante con un bebé colgado del pecho, sin considerar que los sueldos se han precarizado, que no hay alquileres razonables, que una mujer hoy desea conciliar maternidad e inquietudes profesionales, que el soporte familiar es escaso o nulo, que en el aire se respira desesperanza.

Primero, los envanecimos, sosteniendo esa idiotez de que nunca había existido generación tan preparada: en parte, porque vivimos en la época de halago hueco a lo juvenil; en parte, porque al ser nuestros hijos colmábamos una vanidad por delegación. Y tras elevarlos absurdamente por las nubes les dejamos caer a plomo sobre una realidad que no tiene nada que ver con las expectativas en las que se habían criado. La realidad es que este país no saldrá adelante si no mejora las condiciones de vida de esa generación a la que la crisis dejó colgada. Esta precariedad sin horizonte solo generará rabia y resentimiento. Y qué quieren que les diga, pensar que el núcleo de las negociaciones para formar Gobierno son los sentimientos identitarios me parece una estafa. Para los viejos y los maduros, que vivimos una irritación crónica, y para esos jóvenes que, desencantados, han aceptado sin más su destino. Incluso para esos otros jóvenes que salen a la calle poniendo su fe en una bandera y a los que no les hemos sabido transmitir que el origen social, las penalidades económicas y el desamparo unen más que el sentido de pertenencia a un pueblo. Es un fracaso de la verdad, o un triunfo de los mentirosos.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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