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Columna
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Inocentadas

Ahora, los lectores estamos acostumbrados a que nos engañen con noticias falsas sin necesidad de que sea el Día de los Inocentes

Julio Llamazares
Ambiente electoral en las elecciones legislativas del 10-N.
Ambiente electoral en las elecciones legislativas del 10-N.Cristóbal Castro

Tradicionalmente, el 28 de diciembre los periódicos solían publicar una noticia falsa (algunos todavía deben de hacerlo) para celebrar la festividad religiosa que recuerda a los niños a los que el rey Herodes mandó asesinar para asegurarse de que entre ellos estaría el que algunos decían era el Mesías. La noticia solía ser una broma y la gracia consistía en ver cuántos lectores se la tomaban en serio, convirtiéndose de ese modo en inocentes, objetos de la burla ajena.

El desapego a las tradiciones unido a la profusión de las llamadas fake news, noticias falsas elaboradas con una intención perversa, ha hecho que las inocentadas periodísticas hayan caído en desuso, habituados como estamos los lectores a que nos engañen con noticias falsas sin necesidad de que sea el Día de los Inocentes. No seré yo, pues, el que ensaye una, aunque sí me atrevo a recordar algunas de las inocentadas que durante todo este año nos han gastado unos y otros.

La mayor inocentada que a los españoles nos han gastado nuestros políticos es que nos han obligado a votar dos veces como si con una no les bastara para saber lo que pensamos y queremos. Cierto que entre ellos mismos se han gastado inocentadas del estilo, la primera a Pedro Sánchez al llevarle a la presidencia del Gobierno para luego no dejarle gobernar, y la segunda a sus opositores, condenados, como Sísifo, a subir a lo alto de la montaña del poder la enorme piedra de sus aspiraciones para verla caer cuando están a punto de llegar arriba (aunque peor ha sido la inocentada que los votantes le gastaron en las segundas elecciones a Albert Rivera, más que Sísifo, Ícaro castigado por su soberbia política y, como él, caído con todo el equipo). Sin salir de la política, la inocentada de la exhumación de Franco tampoco estuvo mal, pues, aun siendo esta real, nos costó a los contribuyentes mucho dinero (hasta el traslado de la familia del dictador y sus anticonstitucionales exigencias los sufragamos nosotros) y nos seguirá costando, pues tanto el cementerio como el panteón en los que se le volvió a enterrar son propiedad del Estado y, por lo tanto, su mantenimiento corre por cuenta nuestra también. ¿Y qué decir de los incontables casos de corrupción política, solventados en su mayoría sin que los condenados devuelvan un solo euro de lo que nos robaron a todos?

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Hay otras inocentadas de más o menos enjundia, como que los gobernantes catalanes consideren que pueden desobedecer las leyes que a los demás nos obligan o que la Comunidad de Madrid se haya convertido, según los últimos datos económicos, en la región más rica y pujante de España cuando las autonomías se crearon para descentralizar el poder político y económico; pero la más graciosa es esa que dice que la Iglesia sigue sin pagar impuestos por su patrimonio, que a la vez engrosa con inmatriculaciones hechas por los obispos sin contar con nadie. Hay más: la negativa de los bancos a devolver los millones de euros que les prestamos cuando les afectó la crisis, la de la Iglesia negando mientras ha podido los casos de pederastia como cualquier delincuente, la de la nueva Cumbre del Clima protagonizada por una quinceañera de la que, al parecer, depende la salvación del planeta y la de la humanidad… La peor inocentada, sin embargo, es que hoy a todos nos queda un año menos de vida y que encima lo celebramos tomando uvas, una por cada mes del año. A pesar de ello, feliz 2020.

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