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Columna
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Consumir a muerte

Ha llegado Elsa, la diosa del temporal, y ha arramplado con casi todo de lo que habíamos interiorizado en la Cumbre del Clima

Elvira Lindo
Una carroza de la pasada Cabalgata de los Reyes Magos, por las calles de Vigo.
Una carroza de la pasada Cabalgata de los Reyes Magos, por las calles de Vigo. Salvador Sas

Ha llegado Elsa, la diosa del temporal, y ha arramplado con casi todo de lo que habíamos interiorizado en la Cumbre del Clima. Por un momento, parecía que nos hubiéramos vuelto ecologistas. Los medios dedicaban un espacio insólito al cambio energético, a no llevarlo a cabo a costa de los desfavorecidos, a ese Mediterráneo que será la zona cero del desastre, a la necesidad de interiorizar una ética del consumo. Incluso, el alcalde Almeida apareció por ahí diciendo que él no quería acabar con Madrid Central, sino mejorar el proyecto. No especificó cómo, pero el hombre salió del paso. Pero aquella pesadilla ecologista, gracias a Dios, acabó.

El alcalde de Vigo inauguró la iluminación de su ciudad desafiando a Bill de Blasio, su homólogo neoyorquino, para que venga a ver la maravilla, y a aquellos que le critican el gasto en luces les tachó de ignorantes, porque no saben que lo que gasta el pueblo en luces se lo devuelve con creces el turismo. Leía las declaraciones del alegre caballero en un avión de Lisboa a Madrid, agitada como todo el pasaje por la tremenda Elsa, que convirtió la aeronave en un pajarillo a la deriva. Yo rezaba un poco, por hacer algo, y pensaba entonces en la palidez de la pobre Greta al salir del tren que la trajo de Lisboa a Madrid. Un tren que debe de estar financiado por las compañías aéreas, porque sus 11 horas de traqueteo continuo parecen destinadas a disuadirte de que vuelvas a tomarlo.

Han llegado las Navidades, la época del año que más le gusta a Tamara porque nace el niño Dios, y lo del clima ha quedado tan atrás en este ambiente divino que incluso parece un poco de aguafiestas sacarlo a colación. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Ayuso, está nadando en regocijo porque si, según ella, los atascos dan vidilla a los findes madrileños, ahora ya, en vísperas de Nochebuena, están las calles que lo petan de vidilla.

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Leo también una columna de Paco Nadal en este mi periódico, A mí no me da vergüenza volar, reaccionando a un hipotético recorte del número de vuelos o a una futura campaña que apele a la ética individual, y me pregunto si no ocurre con este tema como con el feminismo, que se sobrerreacciona alertando de restricciones que aún no existen. Es habitual envolver ese rechazo a la austeridad argumentando que sus ideólogos son unos suecos pijoprogres dedicados a afear la conducta de esos pobres inmigrantes que para ver a su familia han de tomar vuelos transoceánicos. Que yo sepa, nadie le ha reprochado jamás a un trabajador que vuelve a casa por Navidad que ensucie el cielo, pero tramposamente se convierte en una razón de peso.

A mi juicio, se están enfadando antes de tiempo, porque aquí, que sepamos, nuestra vida no se ha visto alterada en absoluto. Las mesas están cada vez más llenas, y los armarios, y los aviones. Confiamos todos en que los científicos creen combustibles limpios e inagotables y podamos seguir consumiendo a lo loco. Hay un rey Baltasar cerca de mi casa. Se le sientan las muchachas en las rodillas y se hacen fotos poco ortodoxas con él. Yo hago cola con mi carta. En ella, escrito a mano, un deseo que resume todos: déjame consumir a muerte sin que nadie me dé la chapa. Y que le den por culo al mundo.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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