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Columna
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SE VENDE

En las fotografías de Beltrán y Navia late ese mundo del que procedemos todos, pero que muchos han olvidado voluntaria o involuntariamente

Julio Llamazares
Aldea de A Teixeira (Galicia).
Aldea de A Teixeira (Galicia). ÓSCAR CORRAL (EL PAÍS)

Tengo sobre la mesa dos libros de fotografía: Ayer, en las montañas, de Vicente Beltrán, y Alma tierra, de José Manuel Navia. Uno, el primero, es una edición del autor; el otro está publicado por Ediciones Anómalas con el patrocinio de Acción Cultural Española. Los dos libros tratan de lo mismo de manera diferente: el fin de la actividad campesina en la península Ibérica y sus efectos sobre el territorio.

Da igual que Vicente Beltrán sea un fotógrafo desconocido y José Manuel Navia uno de los más famosos, que uno haga fotos por afición y el otro de modo profesional, que uno centre su trabajo en la frontera portuguesa y el otro en diversas comarcas españolas, las imágenes de ambos nos trasladan a un mundo que desaparece y a los últimos rescoldos de una hoguera, la de la actividad campesina tradicional, que ha ardido durante siglos y que se lleva apagando décadas ante la indiferencia general de unas sociedades que han olvidado cuál es su origen y cuáles sus referencias antropológicas y culturales. Dice V. Gordon Childe (Teoría de la historia), al que cita Vicente Beltrán: “Hace aproximadamente 10.000 años, algunos grupos humanos comenzaron a cultivar el trigo y otras plantas y a cultivar ovejas y animales”. Y añade Julio Caro Baroja, el gran antropólogo español: “Durante siglos, en Europa y en España se vivió de la misma manera, en sociedades agrarias vinculadas a los territorios, y ha sido en el siglo XX cuando hemos pasado de un mundo a otro, de una cultura a otra, con todo lo que ello supone”.

En las fotografías de Beltrán y Navia, auténticas elegías por un mundo que desaparece, pero también testimonios visuales de la soledad y el olvido en que sobreviven muchos pueblos y personas a pocos kilómetros de nuestras ciudades, late ese mundo del que procedemos todos, pero que muchos han olvidado voluntaria o involuntariamente. En sociedades como las ibéricas, ese olvido tiene que ver con ciertos complejos que, por suerte, ya no se encuentran en otros países europeos y que explican la situación de mayor abandono de nuestro campo y la indiferencia con el que se contempla este. Pese a la profusión de libros que últimamente denuncian esa situación y las manifestaciones de los políticos que se refieren a ella con alarmismo (sin que luego hagan nada por corregirla), lo cierto es que el campo español se muere y que gran parte del territorio se desertiza, no solo geográficamente, sino también cultural y humanamente. Viendo las fotografías de Beltrán y Navia, a uno le llama la atención la gran cantidad de carteles o pintadas de SE VENDE que aparecen en ellas y que manifiestan ese abandono. Se vende todo: casas, tierras, horizontes, hasta el alma misma de unos pueblos cuyos vecinos los abandonaron en busca de una vida mejor, o por lo menos no tan solitaria, y lo peor es que nadie lo compra. No es de extrañar que José Manuel Navia haya tomado prestado el título de un verso del poeta italiano Leopardi: “Ojalá con vosotros yo yaciese y mi alma regara esta alma tierra”.

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