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Columna
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El otro clima

Se destruye el tejido de la convivencia mediante la destrucción de los servicios compartidos

David Trueba
Dos señales de entrada a Madrid Central en la Gran Vía madrileña.
Dos señales de entrada a Madrid Central en la Gran Vía madrileña. JAIME VILLANUEVA

Hay un clima llamado meteorológico, que ocupa cada vez más espacio en los informativos. Como ya no mandan a nadie a los conflictos bélicos ni a reportajes complejos, resulta muy gratificante mostrar enviados en torrenteras, en nevadas y chaparrones tremendos. Pero hay otro clima mucho más complicado de contar y que se derrama por las calles, tiene que ver con la convivencia, con el respeto mutuo. El otro día presencié un ejemplo clarificador de esta nueva circunstancia. Un señor protestó porque no le gustaba la conversación de la mesa vecina. Yo no he venido aquí para escucharle a usted, dijo, o algo parecido. En un mundo que cada vez imprime más valor a la condición de burbuja, en el que se cotiza todo aquello que sirva para aislarte, para protegerte entre los tuyos y tus ideas, en estratificaciones elaboradas por similitudes y gustos compartidos, en ese mundo nada hay más transgresor que la convivencia, la fuerza de pisar en terreno comunitario. Es ahí donde lo público, desde el transporte hasta la sanidad y la educación, se convierten en la única salvación del sistema. No se engañen, lo incómodo que resulta tener que mezclarse con los demás es inversamente proporcional al efecto enriquecedor sobre tus criterios.

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Ese clima de intolerancia se precipita desde la utilización acrítica de los medios de información. Cada vez más gente no quiere escuchar lo que le hace dudar. También desde la política se ejerce una presión furibunda contra el acuerdo, se llama traidor a quien se sienta a escuchar al otro y se penaliza el pacto porque se insiste en la reivindicación de las esencias. No es no, pero sí nunca es sí. Esas supuestas esencias son manipuladas según sopla el viento, nunca se han mostrado más a las claras las virtudes del oportunismo. Por todo ello convendría una cumbre del clima, pero del otro clima, el del entendimiento. Para llevarla a cabo sería necesario que los convocados entregaran a la entrada el arma más mortífera que portan en la cartuchera. No es otra que la hipocresía. El arte de expresar lo contrario de lo que se piensa, por el cual se pueden ganar las elecciones con la promesa de acabar con las medidas ecológicas del Madrid Central y siete meses después convertirlo en el proyecto estrella de tu mandato. Se puede hacer campaña satanizando el independentismo catalán y después convocarlo al pacto país.

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Suerte que los electores ya son maduros y cuando votan dicen sí, pero no, con un poquito de aunque, tres dosis de sin embargo y un volquete de ya veremos. Donde los ciudadanos son menos expertos es en identificar la degradación de su convivencia por medio de la adulación. Hay una despiadada campaña por engrandecer tus vicios, tus rencores y tu miseria moral, convirtiéndolos en la experiencia gratificante de vivir sin complejos. El último informe educativo ha dicho que los alumnos madrileños, por ejemplo, son los más segregados de España. Se trata de alimentar la diferencia, dislocar en guetos la ciudad, provocar un escalón social insostenible y luego ofrecer refugio, defensa armada y protección privada. Destruir el tejido de la convivencia a través de destruir los servicios compartidos. La sanidad está muy tocada por el método de saturarla, el transporte bajo los signos del abandono y la educación por la sutileza de segregar, precarizar y desanimar. Todo ello en el clima de negación de las virtudes de lo público.

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