Otro grande
La escasa atención que nuestros historiadores prestan a personajes enormes como Hernando Colón empieza a corregirse
Como el nuestro es un país con mala opinión sobre sí mismo, a veces se agradece el éxito de un libro que nos descubre, aunque sea desde fuera, a alguno de nuestros ignorados héroes. Es el caso de Hernando Colón, hijo bastardo del almirante que ahora por fin rescata del olvido un ensayista inglés, Edward Wilson-Lee, en el Memorial de los libros naufragados (Ariel). He aquí un personaje muy notable del renacimiento europeo, obsesionado como su padre por dar una forma al mundo, lo que le llevó a recorrer el continente en busca de libros para su pasmosa biblioteca.
Con 13 años, Hernando acompañó a su padre en el cuarto viaje, aventura inmensa en la que, por ejemplo, los marineros comían sólo de noche por no ver los gusanos que infestaban las viandas. En ese viaje fraguó una estrecha relación con el almirante a quien quiso emular con devoción filial. Los descubrimientos de Colón padre tuvieron su espejo en la biblioteca universal que compuso el hijo libro a libro y de cuyo naufragio aún quedan 4.000 volúmenes en la Biblioteca Colombina de la catedral de Sevilla.
Fui a visitarla hace unos días. La preside el único retrato de Hernando que se conserva. Está muy bien cuidada, aunque posiblemente sólo sea la cuarta parte de lo que llegó a reunir. La desidia, la rapiña, la ignorancia, la fueron arruinando como a una de las carabelas varadas de su padre.
La escasa atención que nuestros historiadores prestan a personajes enormes como Hernando Colón, empieza a corregirse. Yo estaba en Sevilla para hablar de otro renacentista genial, Casiodoro de Reina, igualmente tachado de la historia, pero de quien ha aparecido una excelente biografía escrita por Doris Moreno y la sugestiva novela de Eva Díaz Pérez Memoria de cenizas. Ya era hora.
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