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Columna
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Ser Italia

En política, toda elección implica un coste, y la pregunta es qué precio asumiremos: dejar la oposición en manos de la ultraderecha o explorar la vía de un alineamiento progresista al que ir sumando fuerzas

Máriam Martínez-Bascuñán
Quintatinta

Cuando en una democracia Gobierno y oposición son la misma cosa, el sistema genera sus monstruos en forma de alternativa. Lo llamamos “populismo” y responde a una reacción lógica, alimentada por el deseo de mostrar que existe una opción disponible distinta a lo existente. Es el caso de la larga Grosse Koalition alemana, el matrimonio entre socialdemócratas y democristianos que ha roto el natural código binario con el que la democracia ha ido funcionando hasta la fecha: hay un Gobierno, ergo hay oposición. Alternativa por Alemania, como su propio nombre indica, no es más que la respuesta implacable de la ultraderecha a los partidos del sistema, a su interesado empeño en demostrar que “no había alternativa”.

Este es el juego de Vox. Lo vemos con la ruptura del consenso sobre la violencia de género: se presentan como auténticamente distintos, los únicos que no participan del mismo. Lo harán a lo largo de la legislatura forzando al PP a cambiar sus postulados para no ceder ni un espacio de oposición, forzándoles a una guerra de batallas culturales sin cuartel. Perfectamente obediente a la ortodoxia económica, la ultraderecha solo ofrece una visión radicalizada de sí misma cuando ataca los valores democráticos a los que llama “consenso progre”, cuando son, literalmente, de todos.

Nuestra lógica aspiración por tener un Gobierno nos hace olvidar que tan importante es configurar el Gobierno como su oposición, y que una visión de Estado pasa por proteger una alternativa sistémica, que participe de valores democráticos. Y es algo, mal que nos pese, incompatible con la gran coalición mientras la ultraderecha galope sobre el sentimiento antipolítico despertado por las sucesivas convocatorias electorales y el inevitable deterioro institucional. Y no conviene llamarse a engaño: si la gobernabilidad descansa en los populares con una investidura y un pacto sobre los presupuestos, Casado no será el líder de la oposición.

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En política, toda elección implica un coste, y la pregunta es qué precio asumiremos: dejar la oposición en manos de la ultraderecha o explorar la vía de un alineamiento progresista al que ir sumando fuerzas. Ciudadanos, sin ir más lejos, tiene una magnífica oportunidad para volver a sus orígenes de partido bisagra: hacer un Valls bis. La última opción sería explorar una abstención de ERC basada en la promoción del diálogo político pero a un estricto perímetro constitucional. En Italia el M5S entronizó a Salvini. Pero ahora los grillini, tras pactar con los demócratas, han contribuido a proteger la normalidad institucional. Se dice que España es como Italia sin italianos. Quizá es hora de actuar como ellos, al menos cuando aciertan.

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