Voto por calle
Las proclamas son fáciles. La realidad, compleja
Cuando mi madre estaba muy malita y vimos que necesitaría ayuda y compañía constantes, empezamos a pensar en quién podría hacerse cargo, dado que los hijos no disponíamos de tiempo. Fue la enferma quien sugirió llamar a la señora que cuidaba a un vecino mayor del bloque y preguntarle si conocía a alguien a quien pudiera interesarle el empleo. La sorpresa fue que la cuidadora se ofreció a aceptarlo, ya que podía compatibilizar ambas tareas. Mi madre se quedó muda cuando se lo dije, contentísima, dado que esa señora le merecía la mejor de las consideraciones. Es una bellísima persona, dispuesta, amable, eficiente, un encanto, me había dicho ella misma. Sí, pero no para vivir yo con ella, repuso. Su respuesta a mi “¿por qué?” me dejó helada. Porque era morena, dijo. Pero no un poco. Morena, morena. Negra, vamos. Me enfurecí, le retiré la palabra, la llamé racista a la cara, ay, tan enfermísima como estaba. Dio igual. No se apeó del burro. Me dijo que lo sentía muchísimo, pero que no estaría cómoda y que a quien le iban a dar de comer y a limpiar el culo era a ella. Me comí la ira, cambié de tercio, buscamos alternativas. No volvió a hablarse del asunto. Mi madre, la mujer más buena que he conocido, murió al poco y nunca supe pedirle perdón por juzgarla tan ferozmente. Aún me sangra esa espina.
No sé por qué reviví este episodio —mi vieja votaba a la izquierda— cuando, en Twitter, alguien me afeó tener amigos y parientes votantes de Vox, y aun así mantenerlos. Había quien abogaba por repudiarlos en nombre de la limpieza de sangre progresista. No cuenten conmigo. Mirando el voto por calle, una sospecha de qué pie cojean sus vecinos, y de qué brazo. Sé también que, cuando se me inundó la casa hasta la ingle, ahí estaban, ayudando a achicar agua. Me pregunté entonces si yo hubiera hecho lo mismo. Y no me gustó la respuesta. Las proclamas son fáciles. La realidad, compleja.
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