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Tribuna
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Bolsonaro, teólogo del cristofascismo

El presidente de Brasil recurre a la Biblia para legitimar su política homófoba, machista y racista

Juan José Tamayo
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.ADRIANO MACHADO (REUTERS)

Pasé buena parte del mes de agosto como profesor en varias universidades brasileñas. En mis diálogos con el profesorado, el alumnado y con analistas políticos tuve la oportunidad de conocer de cerca la calamitosa situación de Brasil durante los meses de presidencia de Jair Bolsonaro y participé en manifestaciones contra su política social y educativa. Oí a los propios ciudadanos llamar a Brasil el país de las tres bes: bala, buey y Biblia, las tres en complicidad, con la Biblia como instrumento legitimador del incremento de la violencia institucional y del extractivismo.

En una de las clases, un estudiante de teología comentó: “En la Iglesia nos prohíben hablar de política y Bolsonaro hace teología”. “Ah, ¿Bolsonaro es teólogo?”, pregunté. “No, nunca estudió teología, pero está constantemente hablando de Dios y citando la Biblia”, fue su respuesta. “Ya entiendo” —respondí—: “entonces es teólogo cristo-neofascista, que tiene secuestrada la Biblia y ha puesto a Dios a su servicio”.

El término “cristofascismo” fue creado por la teóloga alemana Dorothee Sölle en 1970 en su libro Más allá de la mera obediencia. Sobre la ética cristiana para el futuro para caracterizar la legitimación de la ideología totalitaria del nazismo por parte de importantes sectores de la Iglesia cristiana —católica y protestante— en Alemania. Es la mayor perversión del cristianismo.

Pues bien, Bolsonaro es hoy el ejemplo del cristo-neofascismo en estado puro. El eslogan de su campaña electoral, con el que también concluyó el discurso de la toma de posesión como presidente de Brasil, fue: “Brasil, por encima de todo; Dios, por encima de todos”. Lo reiteró en uno de los cultos en los que participó en la Iglesia evangélica Sara Nossa Terra en julio pasado: “Debo mi vida a Dios y este mandato está al servicio del Señor. En nuestro Gobierno, Dios está encima de todo”. Lo que muchos creemos es un secuestro político de Dios, el ministro de Asuntos Exteriores, Ernesto Araújo, lo consideró una liberación de Dios, “triste prisionero…, que vuelve a circular libremente por el alma humana”.

Una característica de la presidencia de Bolsonaro es su providencialismo religioso, como cuando interpreta como milagro el haberse librado del atentado sufrido durante la campaña electoral y mayor milagro todavía haber ganado las elecciones. El ministro de la Casa Civil, Onyx Lorenzoni, aplica a Bolsonaro las palabras de Jesús: “Muchos son los llamados y pocos los elegidos”, y dice que Dios “eligió al más improbable”. En eso tiene razón. Lo que dudo —o mejor, niego— es que fuera Dios quien lo eligiera o legitimara su elección.

Brasil tiene una larga tradición de Estado laico, que Bolsonaro parece ratificar, pero lo hace tramposamente porque introduce una distinción que desemboca en confesionalidad: “El Estado es laico, pero nosotros” —yo, dice en otras ocasiones— “somos cristianos”. Confesionalidad que extendió al Tribunal Supremo Federal para el que anunció que de los dos jueces que tenía que nombrar “uno sería evangélico”. ¿Respeto al pluralismo religioso? En absoluto. Prometió respetar todas las religiones “y seguir la tradición judeocristiana”.

Bolsonaro está convirtiendo la Amazonia, que es un bien común de la Tierra y de la humanidad, en una selva en llamas, mercancía y agronegocio, que pone a disposición de las multinacionales y desemboca en agrotóxico. Su deforestación avanza a pasos agigantados, como nunca había sucedido antes. Ha frenado los recursos destinados a las comunidades indígenas, campesinas y afrodescendientes. Ha desmantelado los principales organismos dedicados a la protección de la selva y de los territorios de los pueblos originarios. Y lo hace basándose en Dios: “Dios por encima de todos”, en este caso, por encima de la naturaleza, que, hablando en términos teológicos, es creación divina.

Pero, ¿qué Dios es el de Bolsonaro? Según expuso Eliane Brum en el artículo de EL PAÍS El Dios del odio de Bolsonaro, el que odia el mundo globalizado, el que cree que los inmigrantes pueden amenazar la soberanía de Brasil, el que cree que las escuelas del país se han convertido en una verdadera bacanal infantil alentada por profesores defensores de la “ideología de género”. Y yo añado: el Dios escéptico ante el calentamiento global, insensible a la violencia de género, hecho a imagen y semejanza del militar Bolsonaro, defensor de dictadores y dictaduras, entre ellas la de su país de 1964 a 1985 y la de Chile, a cuyo dictador Augusto Pinochet ha elogiado.

Es constante su presencia en los templos de los evangélicos fundamentalistas. Últimamente ha visitado el Templo de Salomón de la Iglesia Universal del Reino de Dios, del obispo Edir Macedo, que nos dejó una escena inusual: el presidente de la República arrodillado ante el obispo Macedo, que le impuso las manos y le bendijo. Es permanente su recurso a la Biblia para legitimar su política homófoba, machista, racista, ultraneoliberal y neofascista en un claro secuestro del texto sagrado judeocristiano, que lee de manera fundamentalista. ¿Se necesita alguna prueba más para definir a Jair Messias Bolsonaro como teólogo del cristoneofascista?

Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, Madrid, 2017).

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