Calabazas
Handke ha ganado merecidamente el Nobel a pesar de sus loas a Milosevic y la turbia causa serbia
Es tiempo de calabazas huecas, satisfechas de sí mismas con su sonrisa mellada y su velita dentro para fingir en sus ojos vacíos la chispa de caletre que les falta. Me llaman de una radio para preguntarme si creo que la exhumación de Franco certifica el final de la dictadura. Les recuerdo que está certificado hace mucho por la legalización de las libertades prohibidas por ella, pero cada uno de quienes la padecimos podemos tener nuestro propio emblema de ese finiquito: en mi caso, la demolición de la cárcel de Carabanchel de la que fui huésped involuntario. Me parece que no les suena el nombre, como a la mayoría de los fogosos desenterradores. Estuve en Carabanchel por participar en las luchas estudiantiles, que entonces no contaban con el beneplácito de los rectores ni merecían exenciones de asistencia a clase para salvar el curso, como hay ahora en Cataluña para los chicos que obedecen a quienes les mandan rebelarse. ¡Cuántas calabazas! Y no solo en España, si consideramos la veneración por la Greta sin garbo y esa nueva cruzada de los niños que trivializa un asunto muy complejo o los que nos aseguran que Banksy y sus imitadores hacen el arte mayor de la época...
Un apunte sobre la vigente jerarquía de valores. Peter Handke ha ganado merecidamente el Nobel, a pesar de sus loas a Milosevic y la turbia causa serbia. Pero, claro, el capricho de ensalzar a un genocida no ha sido infrecuente entre los escritores contemporáneos, es casi una enfermedad del oficio como la silicosis de los mineros. Ahora bien, si Handke hubiera sido acusado de que hace 30 años tocó el culo a su secretaria sin permiso, se hubiera quedado sin Nobel. Así son las calabazas de la moral...
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